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Crítica: Josep Pons dirige la «Séptima sinfonía» de Beethoven al frente de la Orquesta Nacional de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
24 de noviembre de 2020

El director honorario honora el ciclo

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 21-XI-2020. Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Pavane pour une infante défunte (Maurice Ravel). Le tombeau de Couperin (Maurice Ravel). Sinfonía núm. 7, op. 92 (Ludwig van Beethoven). Orquesta Nacional de España. Dirección: Josep Pons.

   Este octavo concierto de esta particular temporada 2020-21 de la Orquesta Nacional de España suponía la habitual y preceptiva comparecencia de su director honorario Josep Pons, dignidad que no puede ser más merecida, pues el catalán asumió la titularidad de la orquesta en una época muy complicada, con la agrupación en horas muy bajas y realizó un gran trabajo con el que la orquesta progresó temporada a temporada, siendo en gran parte responsable del nivel que atesora actualmente.

   El atractivo programa lo abrían dos obras de Maurice Ravel compuestas originariamente para el piano, pero orquestadas posteriormente por su autor. Ambas comparten también el elemento fúnebre, aunque de forma muy distinta. En La pavana para una infanta difunta, Ravel evoca la majestuosidad y elegancia de las recepciones reales del Siglo XVI, particularmente las de la corte Española. Por su parte, en Le tombeau de Couperin homenajea al músico François Couperin, pero a través de él, a todo el  barroco francés, pero en este caso, a diferencia de la pavana dedicada a una imaginaria infanta difunta, cada uno de los seis movimientos en que se dividía la obra destinada al piano –compuesta por Ravel, una vez finalizada su intervención en la conflagración- está dedicada a un amigo del músico fallecido en la Primera Guerra Mundial y, desde luego, se encuentra presente la experiencia del genial músico en la terrible contienda. Finalmente, Ravel orquestó sólo cuatro de los seis movimientos originarios. Prélude, Forlane, Menuet y Rigaudon.


   Josep Pons demostró su afinidad con la música del siglo XX con una interpretación refinada, de gran limpieza y claridad en las texturas y diferenciación de los planos orquestales. Si en la pavana pudo escucharse una hermosa exposición de la inspiradísima melodía principal, primero por la trompa y luego por toda la orquesta, en esa oda al oboe que es Le tombeau, la espléndida actuación del solista del referido instrumento comandó la de toda la sección de viento madera, que escanció un sonido de gran belleza, sedoso y acariciador. La luz, la nitidez, las diáfanas texturas y el sentido del color que se imponen al elemento luctuoso se combinaron con el pulso rítmico de los pasajes danzables en una notable interpretación, que fue muy aplaudida por el público.

   Como parte del ciclo de las sinfonías de Beethoven que está afrontando la orquesta nacional de España, la fabulosa Séptima ocupó la segunda parte del concierto, que no sólo se interpretó sin descanso al objeto de acortar la duración del evento, como parte del protocolo antiti-covid, es que Pons desgranó los cuatro movimientos de la sinfonía sin solución de continuidad, lo cual apuntaló el concepto global de la obra por parte del director honorario de la orquesta. En esta «apoteósis de la danza» -como la calificó Richard Wagner- también está la guerra presente, en este caso las Napoleónicas y concretamente la de la Sexta coalición. Incluso su estreno en la sala de música de la Universidad de Viena el 8 de Diciembre de 1813 tuvo un carácter benéfico en favor de los soldados austríacos y bávaros heridos en la batalla de Hanau, en la que un Napoleón en retirada después sucumbir en la Batalla de Leipzig o de las Naciones, derrotó a las tropas del General von Wrede y logró abrirse camino en su repliegue hacia Francia.


   Magnífica resultó la interpretación de Pons al frente de la Orquesta Nacional por sentido de la construcción, exposición clarividente, transparencia, fraseo bien trabajado y ligereza, alejándose del sonido denso de más genuina tradición germánica, así como de cualquier tono intelectual, pero sin renunciar al vigor, el carácter grandioso y sin asomo alguno de blandura. El ímpetud rítmico, el elemento danzable, la creación de clímax, los acentos y un fraseo fogoso y bien calibrado, que tradujo todo el optimismo vital de la obra, contrastaron con el monumental allegretto, que se aleja de ese tono luminoso y alegre del resto de la composición. El sublime pasaje fue interpretado con el tempo justo, con plena intensidad, la orquesta «cantó» magníficamente el soberbio tema principal, creo un buen clímax en el tutti que constituye el apogeo de este segundo movimiento –cuyo bis era preceptivo en las interpretaciones de épocas pasadas-, además de exponer el adecuado contrapunto con el segundo motivo principal de este capítulo, algo menos oscuro y doliente.

   Notable actuación de la Qrquesta Nacional con unas maderas que continuaron apelando al hedonismo sonoro, una cuerda que sonó empastada y aterciopelada a pesar de las distancias (sólo tres contrabajos, pero sonaron con cuerpo y rotundidad en el presto) y los metales muy seguros y brillantísimos. Bravos y una larga ovación del público saludaron la estupenda interpretación, mientras Josep Pons felicitaba a cada sección de la orquesta.  

Foto: Igor Cortadellas

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