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Crítica: Josu De Solaun clausura la temporada de la Sociedad Filarmónica de Málaga

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Autor: José Antonio Cantón
18 de junio de 2021
Josu De Solaun

Sustancial sentir romántico

Por José Antonio Cantón
Málaga, 16-VI-2021. Sociedad Filarmónica de Málaga. Sala María Cristina. Recital de piano de Josu De Solaun. Obras de Chopin, Liszt y Schumann.

   El concierto de clausura de la temporada de la Sociedad Filarmónica de Málaga ha estado protagonizado por uno de los intérpretes españoles más ilustres que actualmente existen en el panorama internacional como es el pianista valenciano Josu De Solaun. Su recital le ha servido para hacer un repaso por obras singulares de tres de la figura señeras del romanticismo, con las que se ha podido contrastar sus estilos y apreciar su grandeza artística a través del piano, instrumento que los impulsó también a llegar a ser auténticos gigantes de la música.

   Como antesala del recital, fue Chopin el elegido por De Solaun para iniciar su actuación que, en su conjunto, podría calificarse de una distinguida y significativa muestra de la mejor música para teclado del siglo XIX. Desde una postura de hierática solemnidad afrontó de inmediato la pulsación del Impromtu, op. 36 acercándose al teclado con acariciante actitud, que hacía que sus primeros sonidos reflejaran la «estoicidad» trascendente de este pianista que se sumerge hasta el más mínimo detalle en las obras, buscando el secreto de su razón de ser que, con un sentimiento de desesperante ansia emocional convertía esta pieza en un significativo ejemplo polonés hasta despertar de esta ensoñación patria con sus determinantes acordes finales. Aparecía una auténtica exaltación del rubato con el Nocturno, op. 62-1 que  desarrolló con un poético sentido intimista. Entró en la fogosidad del Scherzo, op. 39 con arrebato y dramatismo aportando un estado de ánimo consternado pero llevado con gallardía hasta desembocar en la cuarta Balada, op. 52 en la que un sentimiento de evocación y un intenso entusiasmo se alternaron en compensado balance emocional, que hacía que su figura de transmisor del mensaje chopiniano desapareciera casi de la escena en aras de una mística autenticidad, transportando la mente del oyente a las esencias del gran compositor polaco. Terminó esta parte del recital con un distendido Vals póstumo en mi menor llevado como en volandas hacia una brillante conclusión.

   A modo de intermedio del programa y como ejemplo de la imponente personalidad pianística de Franz Liszt, tocó el Vals Mefisto en la, nº 1 que concibió como si de una danza diabólica se tratara traveseando sus tensiones que tuvieron su máximo exponente en la turbulencia con que expuso su apabullante ornamentación y saltos interválicos hasta llegar al efecto de compresión de su sobre-excitante final, ejecutado con una inercia cinética top force.

   La actuación entraba en el tercer acto con la aparición de Robert Schumann. Fue su Arabesca, op.18 con la que De Solaun sedujo la atención del público, que llenaba la sala en su aforo permitido, sobre este otro compositor esencial del romanticismo. Una especie de liviana expresión sustanciaba las transformadas exposiciones de su estribillo como si de unas impresiones fugitivas se trataran, creando una cohesión de mágico efecto antes de llegar a sus esenciales compases finales que el pianista recreó con una enorme tensión poética logrando, por su belleza de sonido, uno de los momentos más trascendentes de su actuación.

   Éste concluía con la Gran sonata en fa sostenido menor, op. 11, dedicada por este genial músico sajón a su esposa Clara, obra a la que el pianista valenciano accedió, ya desde su armadura, con un esencial espíritu davídico, ese rasgo tan característico del pensamiento musical «schumanniano» que protagonizó uno de los singulares logros estéticos de la evolución decimonónica de la música, como quedó muy bien tratada en su revista (de verdadero culto) titulada Neue Zeitschrift für Musik. Como en un proceso aleatorio de constante transformación expresiva discurrió por el primer Allegro expresado con una manifiesta orientación orquestal, sacando el máximo partido polifónico del instrumento hasta su apaciguamiento final, que marcó como antesala del Aria. El candor delicioso expresado en este segundo tiempo, resaltando la belleza, por sencilla, de su inspiración, significó una exquisita distensión dentro del conjunto. Con un virtuosismo sensitivo de superlativa técnica expuso el Scherzo haciendo elogio de su  rítmica sincopada antes de entrar en el mayestático Allegro final que construyó con enorme musicalidad sabiendo resaltar en todo momento los intrincados caminos de reafirmación armónica que propone el compositor.

   El público absolutamente entregado a la inteligencia de este intérprete, con su cerrado e intenso aplauso llevó a que éste alargara su actuación en cerca de media hora con el ofrecimiento de cuatro bises que supusieron una parte adicional del recital. La inició con una magistral iluminación de los preludios Ondine y Fuegos de artificio de Claude Debussy que asombró al público. Contrastó tales esencias impresionistas con la goyesca Quejas o La maja y el ruiseñor de Enrique Granados, que sirvió de relajante cambio sensorial antes de un apunte de jazz, género que domina con esencialidad, haciendo una cadenciosa improvisación sobre el tema de la canción Can't get out of this mood que llevara Oscar Peterson al teclado con singular re-creatividad. Terminaba así uno de los conciertos que quedarán en la memoria de la Sociedad Filarmónica de Málaga, referencial institución musical andaluza y española por la que han pasado los mejores solistas del último siglo y medio.

Foto: Fernando Frade

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