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Crítica: Juanjo Mena dirige obras de Debussy, Ginastera y Falla en la temporada de la Sinfónica de Galicia

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Autor: Beatriz Cancela
23 de mayo de 2016

EMBRUJO CAUTIVADOR DE PRINCIPIO A FIN

Por Beatriz Cancela
La Coruña. 20/V/16. Palacio de la Ópera. Abono número 20 de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Juanjo Mena. Arpa: Marie-Pierre Langlamet. Soprano: Raquel Lojendio. Obras de Debussy, Ginastera y Falla.

   Prácticamente a una semana, y cuando todavía emergen noticias y críticas sobre la reciente recuperación de una Elena e Malvina de Ramón Carnicer que ve la luz tras más de 180 años en el olvido, asistimos al concierto de este viernes con la Orquesta Sinfónica de Galicia, donde un cartel arrebatador nos cautivó y vuelvió a recordarnos lo desatendido que tienen algunos programadores la música española y -más aún- la gran necesidad de recuperar grandes joyas postergadas, como en aquel caso.

   Juanjo Mena aprovechó la ocasión para regalar al público coruñés -tan solo a un concierto de clausurar la temporada- un repertorio excepcional y perfectamente engranado, con las mismas solistas con las que debutará la semana que entra, y durante tres noches, ante la Orquesta Filarmónica de Berlín. Gran experto en música española, algo que evidencian ya no sólo las aportaciones discográficas de Falla, Montsalvatge, Turina, entre otras bajo el nombre Spanish Clasics grabados con la Orquesta Sinfónica de Bilbao, sino también su intensa actividad concertística y una proyección internacional indiscutible y merecida.

   Una de las tres obras que configuran Images de Debussy es esta Iberia, en tres movimientos. Un territorio exótico y desconocido para el francés, que plasmó en esta partitura rica en matices y timbres que nos acercan a esa visión de la península de ensueño,  tan cercana y misteriosa. Enérgico, inició Mena la obra, ante una orquesta que comenzó con cierta rigidez pero que pronto sucumbió a la vehemencia del vasco, que en todo momento se mostró ágil y comunicativo, meticuloso con los detalles y seguro en sus peticiones. Resultó ser una obra ejecutada con esmero y buen gusto, una atmósfera contenida que por momentos cobraba vigorosidad moderada.

   El caso de Ginastera, con su único Concierto para arpa y orquesta, op. 25, confirmó lo atractivo de la velada con esta obra para este instrumento solista tan poco habitual. Marie-Pierre Langlamet, a la sazón arpista de la Filarmónica de Berlín, sorprendió a todos con su participación en todo el concierto acompañando a la homóloga principal de la OSG. La solista nos ofreció una interpretación con gran sonoridad desde el registro más grave hasta el más agudo; movimientos ágiles y con carácter subyacían bajo una ejecución segura y con gran carga expresiva. Derrochó técnica en la realización de efectos y a la hora de enfatizar la melodía sobre el acompañamiento. Todo ello se intensificó al inicio del tercer movimiento, Liberamente capriccioso, donde condensó todo en la cadenza.

   Después de aquella idealizada Iberia de Debussy, enigmática y etérea, el arrebato más temperamental y pasional llegaba con El sombrero de tres picos de Falla, entre palmas y "olés". Partitura compleja y con personalidad donde las haya, que enriqueció sobremanera la participación de la soprano Raquel Lojendio (que precisamente acaba de interpretar a aquella Elena e Malvina de Carnicer a la que aludimos) llegando a mimetizarse con la partitura a través de una presencia arrolladora, una coloratura cálida con cuerpo en las notas graves y un vibrato embaucador.

   Como decimos, un repertorio especialmente colorista y de un complejo trabajo tímbrico que la OSG preservó acertadamente: la percusión, infatigable, defendió su partitura con absoluta destreza; las cuerdas, por su parte, desde acompañantes a protagonistas (ensalzamos la gran actuación del concertino) con efectos desde pizzicatos hasta golpes de arco o rasgueos divergieron conjuntas en todo momento; las maderas, especialmente precisas y expresivas; y los metales, incisivos y seguros.

   En definitiva, un concierto magnífico, ejemplo de maridaje equilibrado entre raciocinio, técnica y elocuencia. Perfectamente meditado y estudiado desde principio a fin y con un arduo trabajo de fondo. Como se suele decir: todo bien atado... ¡y qué bien atado!.

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