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JUDITH JÁUREGUI, pianista: 'LA PASIÓN POR LA MÚSICA DEBE SER INDESTRUCTIBLE'

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Autor: Alejandro Martínez
10 de enero de 2013
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Recién llegada a Zaragoza, donde este fin de semana participa en dos conciertos con la JONDE, interpretando la Fantasía coral de Beethoven, la pianista Judith Jáuregui (1985) nos recibe en la cafetería de su hotel, risueña aunque atareada, dispuesta a ofrecernos un hueco de su tiempo para hablar de su trayectoria, de su último disco y de su colaboración con la JONDE, entre otros temas. Durante la conversación sorprenden, y agradan, su madurez, su seguridad y, al mismo tiempo, su pasión y su frescura.

¿Cuando un intérprete deja de ser una joven promesa para convertirse en un profesional reconocido?
Bueno, en realidad eso lo tienen que decir los demás. Yo ahora mismo me siento joven, porque soy joven, y espero que este momento de mi carrera no sea más que el principio. Quiero evolucionar, quiero aprender, y no me planteo si he llegado no a ese punto en el que uno deja de ser una joven promesa. Yo quiero hacer del piano mi vida y por eso entiendo que mi relación con este instrumento se medirá a largo plazo.

¿No le molesta entonces el cliché recurrente de la joven pianista que viste en vaqueros?
No me molesta que subrayen mi juventud, porque es una realidad. Es también cierto que en los últimos años mi carrera ha ido en ascenso, he tenido estupendas oportunidades tanto aquí como en el extranjero, y este año tengo muchos proyectos, pero eso no quita para que de hecho yo esté empezando una carrera profesional.

¿Hay también grandes músicos detrás de estrellas mediáticas como Lang Lang o Yuja Wang? ¿O acaso es más llamativo el envoltorio que el contenido?
Yo siempre estoy a favor de la difusión internacional de la música clásica, y en ese proceso juegan un papel impagable algunas personas más mediáticas o comerciales que consiguen a veces popularizar más una música que debería llegar a todo el mundo. Además en estos casos no se trata de falsas estrellas. En el fondo hay muy buenos músicos y si ponen su talento al servicio de una campaña de marketing que se traduce en popularidad de la música clásica, bienvenido sea su papel. No creo que esa dimensión más comercial de sus carreras esté reñida, de hecho, con ser grandes profesionales, con buen criterio. Consiguen en el fondo que la música clásica esté viva. No hay que verlo con complejos. Somos músicos y tenemos que hacer nuestra música para que llegue a todo el mundo, y eso pasa por algunas fórmulas más comerciales o mediáticas.

¿Cómo se determina el equilibrio entre técnica e interpretación?
Yo creo que se llega a un punto, en la formación de un músico, cuando ya has salido del conservatorio, en el que la técnica se te supone. Claro que la vas perfeccionando, madurando, etc. Pero la técnica por la técnica no significa nada en la música. Saber hacer una escala, un arpegio, etc., tiene que estar siempre al servicio de la expresión musical, de lo que hay detrás de la partitura. Por eso no hay, al menos en mi caso, una obsesión en la técnica; lo que no quita para que en ocasiones me pare, revise, haga ejercicios, etc. Pero la técnica es algo tan básico que casi no se debería hablar de ello. Además, las dificultades técnicas que trae consigo una partitura no son algo aislado, que pueda tener una respuesta de manual. Toda dificultad técnica depende su contexto. Un crescendo no es siempre un crescendo. Depende de dónde esté, el papel que juegue en la pieza, la expresividad que demande, etc. Cada recurso técnico tiene su justificación concreta y por eso la técnica carece de valor comunicativo por sí misma; tiene que estar siempre al servicio de la música.

Hace unas semanas visitaba Zaragoza el gran maestro Joaquín Achúcarro. ¿En qué sentido es una referencia para las nuevas generaciones de músicos?
Achúcarro es para mí el gran ejemplo de lo que significan el esfuerzo y el trabajo en la música. Yo fui alumna suya en algunas clases magistrales. Y cuando yo tenía doce años, en los descansos de esos cursos, recuerdo haberle escuchado estudiar, a él, que era el maestro que impartía las clases. Y de hecho ahora, con ochenta años, no deja de estudiar. Y ese es el gran ejemplo de Achúcarro: el trabajo, la constancia, la ilusión... Se pueden alcanzar los sueños con ese empeño, con esfuerzo. Es una lección importantísima. Y por eso Achúcarro es uno de los grandes embajadores de la música española, junto a Alicia de Larrocha.

¿Qué otros referentes están en su particular Olimpo de pianistas?
Alicia de Larrocha, a la que ahora mencionaba y en homenaje a la que acabo de grabar un disco, es para mí el gran referente de fuerza, de talento, de vida, de humildad, de expresión... es una autoridad. Este año es el 90 aniversario de su nacimiento y para mí es un regalo poderle dedicar una grabación. Pero hay más referentes. Martha Argerich es una diosa del piano. Es la naturalidad absoluta en la música. Tiene un talento comunicativo que le permite hacer lo que quiera: un día puede hacer una versión de una pieza y al día siguiente otra completamente distinta, pero todas te las crees, todas son auténticas y convincentes. También me marcó mucho Radu Lupu, en un recital en el que interpretaba piezas de Schubert. Recuerdo perfectamente la sinceridad que transmitía, ese sonido puro. Citaría también a Sokolov, que es de algún modo la forma perfecta, la arquitectura resuelta sin fisuras. Su Beethoven, su Brahms, esa capacidad analítica, ese fraseo y ese domino del sonido tocando Bach, por ejemplo.
¿Qué nos puede contar de su maestro Suchanov, al que a menudo se refiere con cariño y veneración?
Suchanov es mi maestro, es mi mentor, y es a quien debo casi todo lo que soy. No me puedo olvidar de mis otros profesores, con los que he tenido siempre mucha suerte, pero mi relación con Suchanov es especial. Cuando yo tenía dieciocho años fui a que me escuchara, para ver si me admitía en sus clases. Recuerdo que fui a Múnich en enero y llegue allí con todo nevado, quince grados bajo cero, y me recibió él con ese carácter ruso tan contundente. Me causo mucho respeto, aunque en el fondo es un hombre generoso y afable. Tenía que tocar la segunda sonata de Beethoven. Toqué la primera página, me detuvo, me dijo que me aceptaba, y a partir de entonces me tuvo tres días estudiando sin parar. Fue como un flechazo. Luego pasé cuatro años viviendo en Múnich. Normalmente en el conservatorio se impartía una hora y media a la semana, pero con él estábamos tres horas al día. Por eso cada vez que estoy preparando un nuevo programa vuelvo a Múnich. Me parece fundamental que alguien en quien confías, desde fuera, te escuche y te oriente, te corrija, te sugiera. Es una referencia importante, y no ya porque yo sea joven. Creo que es una mentalidad que hay que tener siempre, la de contar con esa referencia de confianza que te escuche. Y sobre todo que te inspire. Yo no he escuchado a nadie, a mi lado, hacer lo que Suchanov consigue hacer con un piano tan malo. Que saque ese sonido, que tenga siempre esas ideas, siempre frescas, siempre innovando pero al mismo tiempo siendo riguroso y respetuoso con el compositor. Es pureza, es pasión, temperamento. Yo no puedo estar más agradecida a mi maestro. Soy una afortunada. Es una bendición. Yo he tenido muchos profesores. Desde pequeña solía acudir a todos los cursos que tenía a mano. Incluso durante una temporada acudía cada fin de semana a París y a Bélgica para recibir clases. Y veía y escuchaba a muchos profesores, pero no he conocido a nadie como Suchanov. Para mí es un privilegio, y algo muy hermoso, que exista una relación de mentor a alumna como la que tenemos. Es curioso porque todavía le trato de usted. Son detalles especiales de una relación especial.

Se presenta en Zaragoza con dos conciertos junto a la JONDE, la Joven Orquesta Nacional de España. Una formación con la que ya tuvo una primera vinculación hace unos años, ¿no es cierto?
Sí, yo fui pianista de la orquesta, en efecto. Le hice la celesta a Perianes cuando hicimos las Noches en los jardines de España. Por eso ahora cada vez que hacemos las Noches, ahora conmigo al piano, voy a saludar a mi celesta, para contarle la anécdota. A menudo me miran extrañados, pero me hace ilusión recordarlo. Esa primera participación con la JONDE tuvo lugar hace unos seis o siete años, en un encuentro internacional. Hicimos las Noches y después El pájaro de fuego. Disfrute tanto esos días. Me enamoré de la JONDE y de su ambiente. Entendí cómo tanta gente se enamora del sinfonismo pasando por esa orquesta. Se comparte tanto, se vive tanto en común, en lo personal como en lo musical. Yo estaba tan feliz esos días, en los conciertos, disfrutando del sonido en mitad de la orquesta, que casi se me olvidaba tocar mi parte en la celesta. Yo ya entonces pensé que sería un lujo ser la solista en alguna de sus producciones. Y cuando contactaron conmigo para estos conciertos, me hizo una ilusión tremenda. Además, hay que decir que la JONDE tiene un nivel espectacular. Es una de las mejores orquestas de España, sin duda. Son los mejores, muy escogidos, y además con una garra, con una ilusión y un amor por la música. Y eso se nota cuando tocan.
Hay una gran generación de músicos jóvenes en España, ¿no le parece?
Es una generación excepcional. Hay grandes solistas en todos los campos: en cello tenemos a Adolfo Gutiérrez, con quien tengo mi dúo de cámara; en violín están Leticia Moreno y Ana María Valderrama, por ejemplo; en canto hay tanta gente joven impresionante; en trompeta está Manuel Blanco; en piano están muchos de mis compañeros, geniales. Es toda una generación espléndida de músicos españoles. No en vano hablan de ella a veces como la mejor generación de músicos que hay en Europa.

Esta situación, ¿se debe a la creciente mejora en la enseñanza musical en España?
Sí, la regularización de la música hizo mucho bien. A día de hoy hay centros espléndidos en España, con grandes profesores, y además con actividad propia, con programación propia en sus salas y auditorios. Los conservatorios españoles son cada vez mejores lugares para la formación. Por eso sólo cabe tener esperanza y tesón a la hora de reivindicar lo nuestro. Todo ese potencial, toda esa juventud, sin embargo puede malograrse con la actual coyuntura de crisis, tan mala para la música como para los jóvenes.

¿Cómo percibe que saldrán los jóvenes músicos de esta encrucijada?
Las oportunidades hay que lucharlas. Todos hemos luchado mucho por llegar a estar donde estamos. Es parte de este mundo. El universo de la música no es siempre un entorno fácil y amigable. Pero no es menos cierto que la situación actual, el contexto de crisis, favorece que se promueva lo propio y que nos apoyemos entre nosotros mismos, en casa. Dedicar una vida a la música no es fácil, pero compensa. Cuando me preguntan qué se puede decir a un niño o a un adolescente que se plantea dedicarse en serio a la música, siempre digo que lo fundamental es tener una pasión indestructible, indudable. Tiene que ser tu motivo de vida. Y tienes que estar abierto a los consejos de todo el mundo. La formación puramente musical termina siendo sólo una parte de la vida de un músico. Todo está luego rodeado de las rutinas, no siempre agradables, del negocio musical. La vida de un músico no termina en el escenario, y sin embargo nadie nos forma para ser hábiles después, en las relaciones públicas, en la comunicación con los medios, etc. Hace falta una seguridad, un convencimiento, una dedicación total.
¿Se vive como un sacrificio?
Yo no siento haber sacrificado nada. La música me ha dado tanto. Llevo casi veinte años en un escenario. Y eso me ha permitido conocer a tanta gente. Claro que crecí más deprisa, maduré antes, me encontraba más sola a veces de lo que hubiera querido, pero yo disfrutaba y disfruto con esta forma de vida. Sobre todo porque si tienes una familia detrás que te ate a la tierra, todo es más fácil. Yo he tenido esa suerte. Ese sustento emocional, poder volver a casa, digamos, es algo importante entre los doce o trece años y los diecisiete. Son momentos de muchos cambios, todo se vive muy rápido, y si la familia no está detrás como debiera, todo se puede ir al traste. Volver a casa y poder ser tú mismo es algo fundamental para poder ser también un buen músico.

Hace escasas semanas finalizó la grabación de su segundo disco. Y en éste, como en el primero, el estudio de grabación sufrió sendos robos de material. Tremenda coincidencia, ¿no es cierto? ¿Cómo afectó todo eso al proceso de grabación?
Fue tremendo, sí, porque pasó lo mismo las dos veces. Evidentemente con el robo no buscaban mi grabación sino el material del estudio, sus equipos, etc. Pero ya es casualidad que las dos veces haya sucedido cuando estábamos grabando mis discos. No sé como los técnicos siguen grabando conmigo (risas). Yo me lo tomo en el fondo como un signo de que las cosas van a ir bien. Schumann fue muy bien, a pesar o precisamente por el robo, porque tuvimos que repetir la grabación. En esa ocasión perdimos el original y hubo que empezar de cero. Yo tengo mucho carácter, pero me lo tomé por el lado bueno. No había otro remedio que hacerlo otra vez. Fue toda una odisea, porque además dos días antes de volver a grabar de nuevo el disco de Schumann se vendió el piano con el que habíamos hecho la toma original. Eso sí que me desquició un poco más, porque hubo que buscar un piano con prisas. Para este segundo disco, el homenaje a Alicia de Larrocha, he vuelto a tener al mismo equipo técnico, y es un gusto contar con ellos, por su profesionalidad y su implicación. Ha sido un trabajo duro, con sesiones de muchas horas, una edición exigente. En esta ocasión el piano era un Steinway del que me enamoré en varios conciertos en verano y del que pudimos disponer para este registro.
¿Ha variado su experiencia con la grabación de cada uno de estos discos?
Sí, tengo la sensación de que las perspectivas cambian de algún modo. Quiero decir: creo que he sido esta vez más exigente conmigo misma, buscando un sonido determinado con más convencimiento. He estado muy al detalle. Además es un disco con el que lanzo mi propio sello.

¿Un sello propio?
Sí, mi discográfica. Por eso era tan importante este proyecto para mí. He creado un sello propio para ser libre, para poder grabar lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Creo que esa libertad es fundamental en la música.

¿Es un sello para sus propios proyectos o abierto también a los de más gente?
De momento será la plataforma desde la que editar mis proyectos, pero es una casa abierta a que otros músicos puedan grabar aquí, con el tiempo. El sello, y este primer disco en concreto, va a tener una muy buena distribución nacional, con Diverdi, y eso seguro que facilita las cosas.

¿Cómo decidió dar el paso de crear su propio sello discográfico?
Estuve hablando con varias casas discográficas, de las grandes, internacionales, y la verdad es que las condiciones que me exigían y lo que a cambio me aportaban, visto con franqueza, no compensaba. Así que decidí optar por hacer mi propio camino, una forma de ser más libre y controlar la edición de mi propia música. Creo que es un proyecto que puede funcionar a nivel nacional.
¿Cómo surgió la idea de dedicar un disco a Alicia de Larrocha?
Dada mi afinidad por ella, y con la excusa del que hubiera sido su noventa aniversario, para homenajearla primero pensamos en un concierto, y más tarde optamos por la grabación de un disco. Un disco que presento como una carta musical a Alicia, con todo mi cariño y mi admiración. El programa del CD está íntegramente dedicado a la música española. Pensé al principio en incluir algo de Mompou y Montsalvage, pero finalmente ha quedado un programa compuesto por los Valses poéticos de Granados, las Cuatro piezas españolas de Falla y la Suite española de Albéniz, una obra menos grabada que Iberia, y que sin embargo expresa, en esos 35 minutos, de un modo más sintético y condensado, genial, lo que era España para Albéniz. Es un disco con mucho color, mucha vida, muy positivo, y popular en el mejor de los sentidos. Tiene un perfil comercial pero no deja de ser una música espléndida.

La música española para piano es espléndida, ¿no cree que presumimos poco de ella?
En parte es cierto, aunque poco a poco eso va cambiando. Los franceses y los ingleses, por ejemplo, están enamorados de Mompou. Y fuera lo spanish va ganando terreno y tiene todavía un punto exótico que facilita que se conozca y gane reconocimiento.

Con 27 años, ¿cómo se plantea la experiencia de grabar un disco? ¿No da mucho vértigo dejar algo ya fijado para la posteridad? ¿Se siente una gran responsabilidad al hacerlo?
Siempre es una responsabilidad, claro. Todo en la vida implica siempre una responsabilidad. Y el vértigo también está ahí, claro, y de hecho debe estar, para que no se pierda ese aliciente de la adrenalina. Pero no es ni mucho menos un vértigo paralizante, una presión incómoda. Es algo natural y creo que es muy bonito ir dejando huellas, por medio de las grabaciones, de una trayectoria, de los pasos que se van dando. Cada grabación recoge un momento del intérprete, unas coordenadas de su madurez personal y profesional, y por eso es algo irrepetible. Quién sabe si dentro de diez o veinte años volveré a grabar alguna de estas piezas y podré mirarlas desde otro enfoque. Seguramente sea así, y esa es la magia de la música, que las mismas partituras no siempre suenan igual.
Y como intérprete, ¿se tiene tan pronto algo "digno" que decir como para quedar grabado?
Claro, sin duda, en todas las etapas hay algo que decir, pero cosas diferentes en cada momento. Seguramente con mi edad puedo aportar una determinada frescura, una cierta espontaneidad, quizá inocencia, ilusión, etc. O a lo mejor una madurez distinta de la que tiene alguien de cincuenta años, pero madurez al fin y al cabo. No creo que haya que esperar a los últimos tramos de una trayectoria profesional para sentirse digno de grabar una partitura. Cada momento es único y aporta algo distinto y que merece la pena. El ejemplo de Glenn Gould, como el de tantos otros, es perfecto para ilustrarlo. No hay un itinerario marcado en el que haya un punto fijado para determinar si ya se está o no maduro para grabar. En lo que confío es en seguir trabajando como hasta ahora para que haya en mi música una evolución, que me permita expresar cosas distintas en momentos distintos de mi vida.

Su relación con el piano comenzó casi desde la cuna. He leído que su hermana Ainhoa le dormía tocando el piano, ¿no es cierto?
Sí, nosotras somos tres hermanas. Yo soy la más pequeña de las tres. Somos una familia muy unida, además. Me llevo once años con mi hermana mayor y ella cuidaba de mí, mientras tocaba el piano. También mi segunda hermana tocaba el violín. Yo al parecer lloraba con el sonido del violín. Por eso me apuntaron a clases de violín, pero tuve una experiencia tremenda. Una profesora muy severa, rusa, me decía, a mis cuatro años, que me iba a cortar los dedos si tocaba mal. En serio. No sé cómo luego fui de la escuela rusa (risas). El caso es que en una muestra de carácter Jáuregui, un día arrojé el violín por las escaleras de casa y dije que quería estudiar piano. Tuve suerte con un profesor maravilloso desde el principio, que me enseñó a estar en el escenario como un entorno natural, sacando partido de ese nerviosismo bueno que nos acompaña a los músicos siempre.

Su trayectoria siempre ha estado jalonada por la precocidad. ¿Cómo se crece personalmente con el inconveniente de esos pasos acelerados?
Hice la carrera muy pronto, sí, terminé muy joven el superior, con diecisiete años. He tenido una infancia muy feliz, debo decirlo. No cambiaría nada. Pero sí que hubo algún momento en el que se te plantean años duros, porque no coinciden los ritmos vitales, académicos, etc. Pero bueno, a todo se le encuentra el lado positivo, y el respaldo de una familia que intentó siempre que mi adolescencia fuese más o menos normal, a pesar de todo, facilitó el trayecto.
Otro proyecto interesante, que tiene en agenda, es un homenaje a Antonio Machado junto a José Sacristán. ¿Qué nos puede contar al respecto?
Sí, lo venimos haciendo, esporádicamente, desde hace año y medio. Es un homenaje muy bonito en el que recorremos la vida de don Antonio desde su muerte hasta su Sevilla natal. Yo soy una especie de ángel que guía por el camino, a través de la música, a José Sacristán, caracterizado como Machado. No hago un mero acompañamiento musical. El piano tiene una parte también protagonista en el espectáculo, junto a la poesía, e incluso yo actúo un poco, interactuando con José Sacristán. Es un proyecto en el que se encuentran el teatro y la música, podríamos decir. Es una fusión que funciona bien. Creo que conviene buscar esos encuentros. Las fusiones, hechas con tacto, con gusto, suelen dar buenos resultados, siempre que no sean mezclas gratuitas. A este respecto tengo entre manos otro proyecto muy bonito, que estamos lanzando ahora y que esperemos que funcione, que consiste en tocar los preludios de Chopin con Pepe Rivero, un gran pianista de jazz. La idea es interpretar primero un preludio clásico y después uno versionado. Chopin se presta muy bien a ese juego. Es algo original y que puede dar muy buen fruto. El grueso de mi carrera se centra en mis conciertos con orquesta, mis recitales, mi música de cámara, etc. Pero este tipo de proyectos complementan mi experiencia con la expresión musical. Son pequeños bombones a lo largo del año, pequeños dulces que la gente agradece y que yo disfruto mucho.

Y su repertorio, ¿hacia dónde se orienta y cómo lo decide?
Estoy muy contenta porque estos años estoy haciendo una base de repertorio muy consistente. El año pasado preparé diez programas. Y son muchos. Lleva mucho trabajo, mucha dedicación, pero al mismo tiempo te afianza y te da una solidez para interpretar música desde el barroco hasta hoy. Pero mis preferencias como intérprete siempre se orientan hacia el clasicismo tardío: el último Beethoven, Schubert, por el que tengo una gran debilidad.
Es imposible no tenerla.
Sí, además su música para piano es maravillosa, pura inspiración. Aunque también soy muy mozartiana, disfruto mucho con Mozart y de hecho he tocado muchas partituras suyas. También el romanticismo alemán me fascina y es uno de mis puntos fuertes, ya sea con Brahms o con Schumann. Lo mismo que el impresionismo francés y la música española. En este caso, además de los clásicos, los que están en el disco de Alicia de Larrocha, por ejemplo, tengo debilidad por Mompou. Esos serían los vértices principales de mi repertorio.

¿Y qué hay del repertorio ruso?
Me atrae especialmente Scriabin, dentro de la música rusa. Esos colores, esas armonías... Rachmaninov también, por supuesto, además es muy agradecido de tocar. Sus Momentos musicales, por ejemplo. Pero Scriabin es genial, porque tiene aristas, es poliédrico. Es fantástico.

¿No cita a Chopin?
También, claro. Sin embargo, creo que lo mejor de Chopin está en las piezas pequeñas, no tanto en las Sonatas como sí en los nocturnos, en las mazurcas... Hay mazurcas espectaculares. Esas pequeñas joyas son el Chopin con el que más cómoda estoy. Pero quizá a la hora de buscar una sonata romántica me acercaría antes a Brahms.

Y ¿qué nos puede decir de la Fantasía de Beethoven que le trae al Auditorio de Zaragoza?
Me emociona mucho esta obra. Me deja sin palabras. Está tan bien escrita, tan natural, tan afín al pianista. Es una arquitectura perfecta. Además es una obra que exige un gran despliegue de medios: orquesta, coro, solistas y piano. Por eso se hace con tan poca frecuencia. Por eso un gran privilegio formar parte de estos conciertos. Además es una obra que lo tiene todo. Tiene un principio con el piano solo, donde se ve quizás el Beethoven más reflexivo, temperamental consigo mismo Pero después llega una parte de calma, muy improvisada. De hecho se dice que Beethoven la improvisó el día del estreno, porque no había tenido tiempo de escribirla. Y después entra en diálogo la orquesta, casi como en una pieza de música de cámara; se responden, se dan paso, ríen juntos, se tensan. Y llega por fin la entrada coral que es muy parecida al Himno de la alegría, también por el texto que incluye, una oda a la vida, a la belleza, etc. Es una obra que transmite un caudal inmenso de energía, muchas ganas de vivir. Sales de interpretarla con ganas de invadir un país (risas). Es emocionante, de verdad. Es el ejemplo perfecto de una obra de música clásica que no puede no emocionar al gran público. Sólo hace falta dejarse llevar.
Después de estos conciertos, ¿cuáles son los próximos planes en su agenda?
Lo más inmediato es una nueva cita de mi dúo de piano y violonchelo con Adolfo Gutiérrez. Después en febrero me dedicaré a los detalles y retoques de edición y postproducción del disco, y ya en marzo vendrán las presentaciones del mismo y la gira con él por varias ciudades (Madrid, Barcelona, Bilbao, Vigo, San Sebastían, Málaga...). La primera presentación del disco será en el festival Musika-Música, que fue el primero también en darme ocasión de salir a los escenarios nacionales. Después estamos cerrando una posible gira en Estados Unidos con el programa del disco, y vendrán ya luego varios conciertos con orquesta: con la Sinfónica de Bilbao, con un concierto Mozart, y luego con la Camerata Siglo XXI, con el tercero de Beethoven.

 

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