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Crítica: Juraj Valcuha dirige «Tristán e Isolda» de Wagner en el Teatro Comulane de Bolonia

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
29 de enero de 2020

Un magnífico comienzo de temporada

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bologna. 24-I-2020. Teatro Comunale. Tristan und Isolde [Richard Wagner]. Stefan Vinke [Tristan], Ann Petersen [Isolde], Albert Dohmen [Re Marke], Martin Gantner [Kurwenal], Ekaterina Gubanova [Brangäne], Tommaso Caramia [Melot/Un pilota/Un pastore], Klodjan Kaçani [Un giovane marinaio]. Orquesta y Coro del Teatro Comunale. Director de escena: Ralf Pleger/Alexander Polzin. Director musical: Juraj Valčuha.

   Larga y especial es la relación entre Bolonia y Wagner, que se remonta a 1871 con la primera representación en Italia de una ópera wagneriana, Lohengrin, a la que seguirían en cadencia sostenida y siempre en el Teatro Comunale, las de Tannhäuser, Der fliegende Holländer, Tristan und Isolde y Parsifal. Esta tradición inspira la elección de la presente ópera para inaugurar la temporada lírica boloñesa 2020. A éste se añade otro elemento celebrativo: el del 100 cumpleaños de Marino Golinelli, gran mecenas también del Teatro Comunale y fundador de una multinacional con sedes en diecisiete países, estando situada la española en Barcelona. La velada se abrió, antes de alzar el telón, con la felicitación y aplauso del público al ya distinguido como «Cavaliere del Lavoro» y gran apasionado de Wagner.

 
   Tristan und Isolde se estrenó el 10 de junio de 1865 en el Teatro Nacional de Munich, pero el texto poético fue escrito en 1857 y la partitura compuesta entre 1857 y 1859, un período difícil de la vida de Wagner. Dos circunstancias influenciaron esta gran creación: la lectura de El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer y la pasión amorosa que suscitó en él Mathilde, la mujer de Otto Wesendonck en cuya casa, que el compositor llamaba «el asilo», fue huésped durante un año. Wagner encontró en ella a la mujer culta e inteligente que sabía comprender su arte y que con su amor y su renuncia hizo posible la creación de esta gran ópera. En una carta a Eliza Wille en 1853, Wagner confesó: Mathilde «es y permanece mi primero y único amor». Las fuentes medievales del símbolo fundamental del drama, el filtro de amor, aunque investigadas profundamente por parte de Wagner, son un pretexto para su gran obra poética, porque cada elemento del mito adquiere un sentido nuevo en su recreación.

  El espectáculo que acabamos de ver es una coproducción del Teatro Comunale con el Theâtre de la Monnaie de Bruselas y se vale de la dirección escénica de Ralf Pleger, autor de películas pluripremiadas, y del conocido escenógrafo y escultor Alexander Polzin. Los dos artistas nos ofrecen una lectura que quiere penetrar en más profundo subconsciente de los amantes, subrayando en especial la contraposición de opuestos luz-oscuridad y vida-muerte con el acertado empleo de las luces de John Torres, aquí retomadas por Kate Bashore. El primer acto nos traslada a la leyenda medieval, presentando un escenario con un espejo que cubre todo el fondo y refleja los personajes, pefecto signo de la duplicidad del ser en cuerpo y alma, y desde lo alto bajan unas grandes estalactitas de hielo, que se colorearán cuando los protagonistas beben el filtro.


   En el segundo Wagner habla de sí mismo y de su pasión, y la magnífica escenografía nos presenta un espectacular esqueleto arbóreo blanco, una maraña de formas que poco a poco se animan de cuerpos que se contorsionan según la coreografía de Fernando Melo, evidente símbolo de la pasión que aprisiona a los dos protagonistas que se sumergen en esta escultura durante el sublime duo de amor. Tristán e Isolda no hablan ya del amor, sino del Día y de la Noche, que cobija la verdad de los sentimientos, asumiendo estas dos partes de la jornada una corporeidad que los eleva a la categoría de personajes virtuales palpitantes. El vocablo «liebe» adquiere en el drama una connotación que abate los límites entre el «tú» y el «yo», en una fusión total de los dos enamorados que precede al éxtasis del amor: la disolución de este único ser en la muerte o en la nada. La influencia de Schopenhauer es manifiesta.

  El tercer acto presenta un escenario vacío con una proyección que ocupa todo el fondo mostrando puntos de varios tamaños, oscuros al principio, luminosos luego para  adquirir la tridimensinalidad de cilindros a veces orientados en una perspectiva lejana. Nos parece que la estaticidad de la acción, la ausencia de todo gesto de ternura entre los amantes y la escenografía del primer y segundo actos, se distancian emocionalmente de la maravillosa música y confieren fría abstracción al espectáculo.

  Juraj Valčuha, diretor musical del Teatro San Carlo de Nápoles y ya conocido y apreciado en Bolonia donde inició su carrera italiana, interpreta con maestría y sabe resaltar el brillo de la insuperable de la partitura, calibra perfectamente los tiempos y nos ofrece una magnífica calidad sonora. El motivo del tormento de amor, generalmente llamado «el acorde del Tristán», aparece ya en el Preludio al primer acto y retornará durante toda la larga partitura con su vigoroso cromatismo. La orquesta del Teatro Comunale, en perfecta forma, sigue al maestro que no olvida nunca a los cantantes, consiguiendo realzar el estilo musical de la obra, otorgando el justo protagonismo a un cromatismo pionero en la historia de la música. Wagner usa procedimientos excepcionales para dar expresión a un contenido dramático que él mismo consideraba excepcional. Algunos críticos opinan que el estilo armónico del Tristán ha abierto nuevos horizontes, poniendo en crisis la armonía tonal, pero hay también quien al contrario considera que la precisión de la escritura la reafirma, prorrogando su vigencia.


   El reparto vocal es de gran altura. Ann Petersen, Isolde, luce una voz modulada y vibrante hasta llegar al clímax en la despedida. El tenor Stefan Vinke, Tristán, con voz vigorosa y buen timbre, supera egregiamente el terrible tercer acto. Perfecta la interpretación de Martin Gantner (Kurwenal), con óptimos medios. Brillante Ekaterina Gubanova, que da espesor al personaje de Brangäne. Albert Dohmen, con voz amplia y oscura¸ representa convincentemente la amargura y el dolor del Rey Marke. Buenas también las pruebas de Tommaso Caramia y de Klodjan Kaçani. Perfectas las breves intervenciones del coro preparado por Alberto Malazzi.

  El público, que ha ovacionado a Juraj Valčuha también al principio del segundo y tercer actos, al final expresa su entusiasmo por el maestro y por todo el equipo.

Foto: Rocco Casaluci

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