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Crítica: Kent Nagano con la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
15 de junio de 2021
Kent Nagano

Estar en la gloria sin estarlo

 Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 12-VI-2021, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Trois Petites liturgies de la Présence DivineTres pequeñas liturgias de la Presencia Divina (Olivier Messiaen). Pierre-Laurent Aimard, piano; Nathalie Forget, Ondas Martenot. Réquiem, Op. 48 (Gabriel Fauré). Sarah Wagener, soprano. Christoph Pohl, barítono. Coro y Orquesta Nacionales de España. Director: Kent Nagano. 

   «Estar en la gloria sin estarlo» manifestó mi acompañante, persona muy creyente, al final de este memorable concierto de la Orquesta y Coro Nacionales de España. El que firma estas líneas es agnóstico, pero tampoco pudo sustraerse a la inmensa espiritualidad, éxtasis místico y fuerza transcendente de estas obras y la hermosísima interpretación ofrecida. 

   Parecido paralelismo puede realizarse entre los dos compositores protagonistas del evento. Uno, Olivier Messiaen (1908-1992), en cuya trayectoria como músico es fundamental su profunda Fe cristiana y otro, Gabriel Fauré (1845-1924), agnóstico, pero capaz de componer una misa de difuntos presidida por el más intenso recogimiento y honda devoción.

  Hay que subrayar que los intérpretes seleccionados auguraban lo mejor, pues a priori, resultaban totalmente adecuados y afines a las dos obras a interpretar, ambas, asimismo, impecablemente conectadas entre sí y perfectamente adecuadas a la conmoción mundial provocada por la inacabable pandemia del Covid 19.

   Las Tres pequeñas liturgias de la presencia divina se estrenaron poco despúes de finalizada la Segunda Guerra Mundial sobre un texto del propio Messiaen que evoca tres diferentes manifestaciones de la presencia divina. La Primera, Antífona de la conversación interior, el Dios presente en todos nosotros. La segunda, Secuencia de la palabra, canto divino, Dios presente en sí mismo y, por último, Salmodia de la ubicuidad por amor, dedicada a Dios presente en todas las cosas. Messiaen, convencido de que todo ello es inexpresable, plantea una fervorosa exaltación mística, mediante una deslumbrante paleta de colores –como si dispusiera del pincel de un pintor renacentista- y unas armonías audaces con un orgánico formado por un coro femenino de 36 miembros que canta al unísono, orquesta de cuerda, abundante y diversa percusión, piano y ondas martenot, intrumento este último creado por el violonchelista Maurice Martenot, monofónico y capaz de los más amplios glissandi, vibraciones y efectos sonoros y que fue utlizado por Messiaen en otras obras suyas como la Sinfonía Turangalila y la ópera Saint- François d’Assise

   Espléndida dirección del maestro norteamericano Kent Nagano, capaz de organizar y concertar con rigor formación tan compleja, con una exposición transparente, de diáfanas texturas, -en la que se oyó todo- de las complicadas armonías, además de subrayar los contrates rítmicos y, todo ello, con el patente entusiasmo con el que suele abordar la música de Messiaen, sin olvidar, por supuesto, la expresión de toda la emotividad de estas tres pequeñas liturgias. Todo un lujo puede considerarse la presencia del pianista Pierre-Laurent Aimard, absolutamente afín y dominador de este repertorio, que se erigió en una perfecta reencarnación de la que fue su maestra, Yvonne Loriod, a la sazón esposa de Messiaen y que fue la pianista que estrenó las tres pequeñas obras. Sonido limpio, apropiadamente aquilatado, cristalino, fraseo cincelado y perfecta imbricación en la compleja concertación de conjunto acreditó Aimard al frente de un teclado que no sólo se sumó, sino que fue pieza esencial de esa paleta de colores celestiales, como irreales, que fundamentan la orquestación de Messiaen. Qué decir de Nathalie Forget al frente a de las Ondas Martenot, que interpretó las tres obras ¡¡¡sin partitura!!! y puso en máximo relieve el uso que el músico nacido en Avignon hace de tal instrumento. Espléndido el coro femenino de 36 miembros, al que el uso de la mascarilla no impidió un sonido empastado, flexible, celestial, capaz de destacados contrastes dinámicos, apenas afeada tan magnífica interpretación por alguna nota alta puntual algo desabrida. 

   Gabriel Fauré, más bien agnóstico como ya se ha resaltado, pero incapaz de soslayar el hecho religioso cristiano, en su condición, además, de organista durante décadas de la parisina Iglesia de la Madeleine, estrenó en este mismo templo su Réquiem en el año 1888, aunque la llamada versión sinfónica, de más compleja y amplia orquestación data de 1900. Eso sí, Fauré se distancia del dramatismo de las misas de difuntos más representativas del romanticismo y plantea un canto a la esperanza, en el que todos tienen acceso a la salvación, mediante un regreso al canto llano medieval, a las fuentes del Gregoriano. El Dios de Fauré no es temible, implacable en el castigo, al contrario, es piadoso, bondadoso, acogedor y dispuesto al perdón universal. Por ello, Fauré saca de la estructura habitual de la misa de difuntos católica partes como el Dies Irae o el Rex tremendae. No hay espacio para la ira, la cólera y el castigo, sí para la esperanza, para ese paraíso acogedor que consagra esa sublime última parte In paradisum, que el músico francés introduce en lugar de las iracundas partes descritas que son suprimidas. Esperanza, perdón, descanso eterno colectivo en lugar de furia, temor y expiación.

   La batuta de Kent Nagano supo expresar todo ello, mediante su magnífica concertación, clarividente sentido de la organización, refinamiento y claridad expositivas, así como fuerza transcedente, dejando enroscado en el oyente ese mensaje de esperanza Universal tan necesario en los tiempos que corren. Excelente prestación del Coro Nacional de España, mixto en la obra de Fauré, dirigido por Miguel Ángel García Cañamero, bien empastado, con impecable canto legato y gama dinámica. Magnífica actuación, asimismo, de la orquesta Nacional y una mención, cómo no, a Oscar Candendo Zabala por su notable labor al frente del órgano. Más flojos, sin embargo, los dos solistas vocales, aunque el barítono Christoph Pohl, de emisión gutural y timbre gris, cantó correctamente, frente a una soprano, Sarah Wagener, que mostró errática impostación y timbre oscilante y deshilachado en su única intervención, el fabuloso Pie Jesu. El público, conmovido, mantuvo un respetuoso silencio al final de ambas partes del concierto, interpretadas sin descanso, y sólo estalló en ovaciones una vez que Nagano bajó los brazos. 

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