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Crítica: Petrenko dirige la «Sexta sinfonía» de Mahler con la Filarmónica de Berlín

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Autor: Codalario
26 de enero de 2020

Deslumbrante, pero no sobrecogedor

Por Raúl Chamorro Mena
Berlín. 24-I-2020. Philarmonie. Sinfonía núm. 6 «Trágica» (Gustav Mahler). Orquesta Filarmónica de Berlín. Dirección: Kirill Petrenko

   Para su primer programa dedicado a Gustav Mahler con la Filarmónica de Berlín, su actual titular, Kirill Petrenko, eligió la Sexta sinfonía. El músico ruso, aunque con formación musical centroeuropea desde los 18 años, ha ido perfilando su concepto e interpretación del corpus sinfónico del genio bohemio en el ciclo que, desde el año 2008, emprendió en Bregenz con la Orquesta Sinfónica de Voralberg (de la que su padre fue miembro), ciudad austríaca en la que Petrenko culminó su formación musical.

   Los acusados contrastes presentes en todas las sinfonías de Mahler suelen tener una salida, una culminación esperanzadora, ya sea mediante el triunfo del anhelo vital y la alegría de vivir, o bien de la serena resignación...., sin embargo, la Sexta tiene un final claramente trágico. Los intentos de superar el ambiente pesimista de toda la obra resultan fallidos, jamás se imponen y todo ello no deja de sorprender, porque su creación tuvo lugar en un gran momento, en todos los sentidos, de la vida del genial músico bohemio

   La intensa dedicación a la dirección artística de la Ópera de Viena sólo permitía a Gustav Mahler dedicarse a la composición en los períodos veraniegos que pasaba en en su casa de verano de Maiernigg a orillas del lago Wörthersee. Los períodos estivales de 1903 y 1904 fueron los dedicados a la creación de la Sexta sinfonía, que se estrenó en Essen el 27 de mayo de 1906 bajo la dirección del autor. El 8 de octubre del mismo año la interpretó por primera vez la Filarmónica de Berlín con Oskar Fried en el podio.


   Aunque parezca una obviedad es preciso subrayar la esplendorosa y deslumbrante prestación de la Orquesta Filarmónica de Berlín, una exhibición tal de colores, transparencia, opulencia y refinamiento tímbrico, empaste, virtuosismo en todas sus secciones y perfección ejecutiva, que permite y sanciona como válida, prácticamente, cualquier concepción que se tenga de la obra y su autor.

   En el caso de Petrenko, que como es tradición en las batutas rusas coloca los contrabajos a la izquierda, hay que resaltar la profunda clarividencia, la exactitud, el sentido de la construcción y del equilibrio en los tempi (más bien rígido en ese aspecto con escaso uso del rubato), la capacidad para moldear primorosamente el sonido, la enorme claridad expositiva, el juego de dinámicas, todo ello fruto y consecuencia de una técnica de batuta apabullante. Efectivamente, el concepto de Petrenko se aleja de la exaltación emocional y de sustrato romántico de un Bernstein, por ejemplo, y, más allá de ello, se echó en falta carácter y un punto de emoción, pero desde su concepción, también válida, fue una interpretación deslumbrante, porque tampoco cayó, ni mucho menos, en lo escolástico o profesoral.

   La entrada de la cuerda grave en el primer movimiento ya fue impactante, la exposición de la marcha fue enérgica, impolutas las transiciones y la manera de exponer los temas, pero careció de ese punto más de calor y tensión. La orquesta «cantó» con intenso lirismo el andante del segundo movimiento -interpretado antes que el scherzo como ya se ha impuesto definitivamente. La cuerda legatissimo dejó a uno boquiabierto, pues resulta admirable esa combinación de sonido brillante, aterciopelado, empastadísimo, amplio y, al mismo tiempo, ductilísimo. Impecables los cambios de ritmo del Scherzo, con una cuerda que «mordía» y la manera de planificar, organizar y delinear el larguísimo cuarto movimiento, que acreditó la debida grandiosidad con unos golpes de martillo, -Mahler redujo a dos los tres inicialmente previstos- de gran impacto.

   Ni que decir tiene que la intervenciones del concertino Daniel Stabrawa, de todos los solistas (oboe, corno inglés, clarinete... ) los metales, la muy exigida percusión fueron sobresalientes... Una reunión de virtuosos al servicio de la gran música. Una orquesta fabulosa que responde con total precisión a su titular.

   Quedé maravillado, deslumbrado, pero no sobrecogido. Todos los colores y riqueza de la orquestación mahleriana fueron expuestos de forma fascinante, con primorosos detalles por una gran batuta, que atesora magisterio técnico y musical, pero me faltó ese punto de emoción, ese dolor de estómago, ese desasosiego que a uno debe invadirle al escuchar esta sinfonía.

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