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Crítica: Klaus Mäkelä, Sol Gabetta y la Filarmónica de Oslo en el Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
23 de noviembre de 2022

Crítica de Pedro J. Lapeña Rey del concierto protagonizado por Klaus Mäkelä, Sol Gabetta y la Filarmónica de Oslo en el Konzerthaus de Viena

Klaus Mäkelä y Sol Gabetta

El idilio de Mäkelä con Viena se engrandece

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Konzerthaus. 20-XI-2022. Oslo Philharmonic. Sol Gabetta, violonchelo. Director musical: Klaus Mäkelä. Divertimento de Igor Stravinsky. Concierto para violonchelo y orquesta nº 1, op. 107 de Dmitri Shostakovich. Sinfonía nº 6 en si menor "Patética", op. 74 de Piotr Ilich Tchaikowski.  

   Tras el sensacional ciclo de las sinfonías de Jean Sibelius que la orquesta Filarmónica de Oslo y su director titular Klaus Mäkelä dieron en el Konzerthaus el pasado mes de mayo, con gran éxito de público –enorme– y de crítica –algo más matizado en las sinfonías finales pero entusiasta también en líneas generales–, regresaban a Viena con un programa eminentemente ruso: El divertimento de Igor Stravinsky, el primer concierto para violonchelo y orquesta de Dmitri Shostakovich, y la siempre esperada Patética de Tchaikovski.

   Además, la argentina Sol Gabetta, una de las intérpretes del momento, era la solista del concierto de Shostakovich, por lo que la expectación estaba por todo lo alto. El papel estaba vendido desde hace días, proliferaban en la zona de taquillas los carteles de «suhe karte-se busca entrada», y algo que no había visto hasta la fecha: Todos los asientos del coro estaban ocupados por el público.

   Basado en el cuento La reina de las nieves de Hans Christian Andersen, Stravinsky compone el ballet El beso del hada en 1927 para los Ballets rusos de Ida Rubinstein, alejada ya hacía tiempo de Sergei Diaghilev, y que tenía como coreógrafa a Bronidlawa Nijinska, la hermana del mítico Nijinsky, que también había dejado a Diaghilev cuando éste contrató a George Balanchine. A pesar del rechazo que siempre sintió hacia el romanticismo, Stravinsky admiraba y tenía en gran estima a Tchaikovsky, desde que le vio de crío en un concierto en San Petersburgo. En plena involución neoclásica, Stravinsky combinó fragmentos poco conocidos de Tchaikovsky con sus propias notas, imbricándolas de tal manera que años después confesó a Robert Craft que había perdido la noción de qué era suyo y que era de Tchaikovsky. Esta composición fue su particular homenaje en el 35º aniversario de su muerte. Varios años después, en 1934, extrajo una suite orquestal de cuatro movimientos que con el nombre de Divertimento para orquesta ha tomado vida propia en las salas de conciertos.

   Un buen amigo tiene la teoría de que en Viena hasta el ruido debe ser bello. Klaus Mäkelä se aplicó la lección y nos dio una versión bellísima, con una claridad de texturas y un refinamiento orquestal asombroso, con trazo de orfebre. Como ya comentábamos el pasado mes de mayo, su estilo de dirección revela un grado de complicidad con la orquesta de primer nivel. Con gesto elegante y pocas alaracas, da con la mirada y con leves movimientos de mano buena parte de las entradas y de las indicaciones de ritmo, reservando los movimientos más amplios de brazos para dibujar un atractivo fraseo.

Klaus Mäkelä y Sol Gabetta

   En la sinfonía con la que arranca la obra, Mäkelä nos puso a bailar tanto a la orquesta como al público. Precioso el colorido y la tímbrica que consiguió, mientras que en las consiguientes Danses suisses los metales, muy cuidadosos, nos marcaron el ritmo a toda la orquesta. El breve Scherzo tuvo gracia y brillantez, y sobre todo, nos preparó para entrar de lleno en materia. Y es que pocas veces Stravinski ha sonado a Tchaikovsky como aquí. El clarinete, la flauta, la primera chelista, y el arpa bordaron el Pas de deux, mientras que la coda fue un perfecto colofón a esta encantadora obra. 

   El violonchelo es el último instrumento para el que Dmitri Shostakovich escribe un concierto. Cuando lo compone en 1959, ya había escrito los dos para piano y el primero para violín. El dedicatario fue Mstislav Rostropovich, y el estreno fue en San Petersburgo con el legendario Yevgeni Mravinski a la batuta. Esta tarde teníamos a la chelista argentina Sol Gabetta, una intérprete que te atrapa por su musicalidad, por su elegancia innata, y por la pasión e intensidad que desprende, no exentas de un alto nivel de virtuosismo. Sus versiones suelen ser cálidas y luminosas, irradiando alegría con su arco y con su sonrisa. La única pega que podemos ponerle es que el volumen que extrae de su violonchelo no es demasiado grande, lo que no le supone mayor problema en conciertos como el de Dvorak o el de Martinu, pero que la lleva al límite en un concierto como el primero de Shostakovich, quizás el más complejo del repertorio. 

   Además, se daba una paradoja curiosa. Teníamos sobre el escenario a una de las intérpretes de referencia del momento, con un director de orquesta cuyo instrumento es el violonchelo. Pronto vimos que la reunión de dos personalidades fuertes y con las ideas muy claras, nos iba a dar una tarde de gloria. Y sí, vimos a Sol Gabetta al límite en varios pasajes de los dos movimientos extremos, pero como gran artista que demostró ser, arrimó el ascua a su sardina con la complicidad del Sr. Mäkelä. Pareció que entablaran un sano desafío en el que cada uno de ellos sacaba lo mejor del otro. 

   El Allegretto inicial fue un tour de force, con Sol Gabetta presentando el tema clásico de Shostakovich con sus cuatro notas –DSCH en grafía alemana y que también encontramos por ejemplo en su cuarteto n.º 8– con sus sucesivas variaciones, distorsiones y cambios de ritmo, y con respuestas muy precisas de la orquesta –sobre todo maderas– acentuando aquí y allá. En el Moderato posterior tanto las cuerdas como la trompa consiguieron ese ambiente misterioso y melancólico sobre el que la Sra. Gabetta cantó de manera primorosa. El movimiento cogió vigor en la parte central para posteriormente difuminarse hasta el final fundiéndose con la cadenza, donde la chelista dio una clase magistral de como meterte en una obra, y como ir graduando la tensión y la intensidad emotiva en esa especie de orgia sonora final, con continuas escalas ascendientes y descendientes, que de nuevo termina fundiéndose en el Allegro conclusivo. Otro tour de force donde reaparece una y otra vez el motivo DSCH, y en el que tanto ella como la orquesta y el Sr. Mäkelä nos llevaron al borde del infarto. Una gran versión que con un poquito mas de sonido en los movimientos extremos hubiera sido referencial. La respuesta del público fue inmediata y contundente, y Sol Gabetta nos regaló fuera de programa una preciosa versión de la Nana de Manuel de Falla acompañada por la celesta.

   Tras el descanso, la Sinfonía patética de Tchaikowski que nos dieron Mäkelä y su orquesta fue colosal. Para ver y no creer. La naturalidad, el aplomo y el magisterio que impartieron son de los que marcan una época. Y por qué no decirlo, en una versión idiomática como pocas. Por sonido y por tensión emocional. Es verdad que solo 400 km separan Helsinki de San Petersburgo, y que las culturas nórdicas y rusas tienen muchos puntos en común, pero parecía que delante de nosotros estuvieran Yuri Temirkanov y sus filarmónicos petersburgueses. Klaus Mäkelä aprovechó el Adagio inicial para ir creando atmósfera. Con un tempo inicial reposado, y consiguiendo ese clima oscuro que tiene la obra, Mäkelä dejó respirar a los músicos -herencia sin duda de sus clases con Jorna Panula- y fue graduando los dos primeros temas de manera exquisita, un poco a la Solti, hasta la entrada del tema central, que surgió de manera natural, con un patetismo emotivo que no necesitó cargar en exceso las tintas para alcanzar un altísimo grado de expresividad. Así, el contraste con el Allegro non troppo no necesitó de brutalidad añadida. Siempre musical, fluyendo nota a notas, compas a compas. En el segundo movimiento, Allegro con gracia, nos puso de nuevo a bailar y de nuevo mostró la maestría soltiana en la regulación de crescendos que continuó en una marcha de nuevo sin distorsiones, donde su forma de dirigir, prácticamente rígido en el podio, con breves movimientos de manos y con miradas a un lado y a otro nos recordó a ese inolvidable Carlos Kleiber que solo necesitaba eso para conseguir milagros de la orquesta. Ésta, sobresaliente en todo el movimiento, disfrutaba –las caras de los músicos lo dicen todo– y hacía disfrutar. Tres pequeños bravos surgieron al final, callados inmediatamente por unas cuerdas aquí sí mas densas y profundas en el inicio del Adagio lamentoso final. Un Klaus Mäkelä de 26 años era capaz de sacar matices increíbles, con una carga de profundidad que pocos maestros que podrían ser sus abuelos son capaces de alcanzar. Una intensidad natural, un patetismo donde veíamos la figura trágica de un Tchaikovsky terminal, preso de todas sus frustraciones, para el que su música era su único escape. El ostinato final de las cuerdas graves –que a gusto se siente Mäkelä con ellas y que a gusto se sienten ellas con él– y de las trompas con sordina fueron difuminando el sonido mientras en el público se extendía la impresión de habíamos asistido a algo inolvidable.

   Hasta 6 veces tuvo que salir a saludar a un público completamente entregado, que ha tardado tiempo en encontrarse con el finlandés pero que ahora le reclama más y más. La Real Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam ha sido la ganadora de la pugna que varias orquestas de primera fila han mantenido por hacerle titular. Hasta entonces, 2027, en Paris y en Oslo -recordemos donde creció Mariss Jansons de manera exponencial- le siguen disfrutando otras cuatro temporadas mas, y aquí en Viena tiene las puertas abiertas. Volverá un par de tardes en marzo con la Orquesta de Paris, y este fin de año debutará –tras la cancelación la temporada pasada por el covid– con la Sinfónica de Viena nada menos que tres noches seguidas con la 9ª sinfonía de Beethoven, para los que ya quedan pocas entradas, y compitiendo de tu a tu con el famoso Concierto de año nuevo de la Filarmónica. Se oyen fuertes rumores sobre una posible invitación de ésta en cuanto haya la más mínima oportunidad. Mäkelä ya no es un diamante en bruto. Es una gratísima realidad. Tiene al orbe musical a sus pies. Solo me preocupa la capacidad que desarrolle para gestionarlo. Con 26 años no necesitas que todo el mundo te repita todos los días que eres el rey del mambo. Hemos visto muchos casos similares en que «el elegido» no se ha sido capaz de gestionarlo y se ha caído con todo el equipo. Esperemos que él lo consiga, por su bien y por el nuestro.

Fotos: Facebook Sol Gabetta

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