Crítica de Óscar del Saz del concierto de la Orquesta y Coro de RTVE, bajo la dirección musical de Krzysztof Urbanski
Escuchar profundidad, no entretenerse en ver dirigir
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid, 30-I-2025. Teatro Monumental. OCRTVE. Sinfónico B/10. Obras de Piotr Wojciech Kilar (1932-2013) y Antonin Dvorak (1841-1904). Orquesta y Coro de RTVE. Marc Korovitch, director del coro. Krzysztof Urbanski, director.
Después de sus recientes actuaciones en Ibermúsica y en la OCNE, nos trae al Teatro Monumental, sede de la OCRTVE, la presencia en el podio del director polaco Krzysztof Urbanski (1982). La coherencia del programa, por convocar a músicos como el polaco Kilar y el checo Dvorak, podría cifrarse en que ambos incorporaron en su música múltiples elementos de la música folclórica de sus respectivos países, sin olvidar ese regusto nacionalista que impregna a ambos, además de sus afamados logros por el reconocimiento internacional de su música, a saber: el primero por poner música a películas de reconocido prestigio, y el segundo por sus viajes sobre todo el que realizara a Estados Unidos.
La obra de Wojciech Kilar, Exodus, para coro mixto -en este caso, 34 voces masculinas y 34 femeninas- y una orquesta muy nutrida, además, responde al vanguardismo -heredero de los Penderecki y Górecki- y también -como se ha comentado- a la fama del compositor como creador de partituras para las bandas sonoras de películas tan paradigmáticas como «Drácula» (1992, Coppola), «El pianista» (2002, Polanski) o «La muerte y la doncella» (1994, Polanski) .
La sencillez en la construcción de la pieza, aunque tiene fases en las que se torna expectante, tenebrosa o majestuosa, se basa sólo en la repetición de un motivo o melodía judía de tan sólo siete notas que discurre por hasta ocho repeticiones que pasan por distintas secciones de la orquesta, que fue casi lo único que tuvo que marcar Urbanski al dirigirla. La obra discurre desde las rítmicas arpas al desnudo, los dos pianos y la celesta hasta el empuje esencial y definitivo, rítmico y marcial, de la percusión, que estuvo espléndida como parte del tutti orquestal.
La intervención del coro se corresponde con textos -en latín- de la parte homónima de la Biblia, en la que el Coro de RTVE mostró gran disciplina rítmica y valorable justeza, tanto en su rotunda emisión como en su perfecta dicción de la parte más importante de los textos: «Domine, ecce enim populus tuus [Señor, he aquí tu pueblo]».
Nuestra impresión sobre Urbanski es que sí que puede ser considerado un director versátil, más «entretenido de ver» que de escuchar, siempre que no abuse de ciertos gestos y «coreografías» que en nada le benefician como director de orquesta, ya que tiende a extralimitarse en poses naifs y sobreactuadas, ejercitadas por los que sólo buscan coreografiar corporalmente lo que están dirigiendo.
Pero esto no sería lo peor ya que, además, peca -a nuestro juicio- de ser un tanto irregular en la obtención de resultados de altura interpretativa con relación a la obra de que se trate. Es decir, se observa inconstancia tanto en la búsqueda de la esencia, de lo que ha de conmover, como de la atención a la intención y los contrastes, así como en ser fiel al estilo del compositor y no sacarse de la chistera «trucos» que evidencian por sí mismos la ausencia de un análisis madurado de la interpretación y de sus porqués.
Bastante de esto que comentamos hubo en su visión -dirigiendo de memoria-, de la Novena Sinfonía (o del Nuevo Mundo) de Dvorak, obra en la que importan sobremanera la fusión de estilos -la música folclórica checa y la afroamericana o india norteamericanas- (sin dejar de ser una sinfonía netamente europea), la vena melódica, la rica orquestación y un desarrollo temático muy consistente.
En el primer movimiento, Adagio-Allegro Molto, Urbanski aplicó un tempo más vivo de lo que es habitual, que a nuestro juicio no funciona tan bien para describir, de forma coloreada, detallada, los paisajes y vírgenes praderas que observara Dvorak en sus viajes por esa Norteamérica casi sin mácula.
El Largo fue dirigido en este caso a un tempo bastante lento, comandado por un lánguido oboe, lo que se justifica plenamente porque sirve de excusa a los tres «grandes» silencios que contienen la respiración en este movimiento, que sorprenden al escuchante y les renueva el espíritu de alguna forma. Todos los ‘pianissimi’ orquestales (ppp) fueron de bella factura, aunque en algún momento, la tuba se incorporó al acorde de los otros metales unos milisegundos más tarde y se notó.
El movimiento que más nos gusto fue el tercero, Molto Vivace, que Urbanski diseñó con brioso empuje y sonoridad muy rotunda, brillante y contemporizando todos los clímax intermedios. El cuarto movimiento -Allegro con Fuoco- estuvo algo descompensado en su ardiente continuidad porque se ejerció algún que otro parón del metrónomo que luego se aceleró de forma repentina. Aun con estos radicales cambios, la Orquesta de RTVE respondió perfectamente. El acorde final -tenuto- en que finaliza la obra no resultó ni perturbador ni de profundidad alguna, sin un regulador que extinguiera completamente el sonido orquestal, que a nuestro entender resulta más efectista.
En todo caso, el resultado desde el punto de vista del juicio del público fue el de un concierto muy exitoso. No en vano, el maestro tuvo que salir a saludar hasta en tres ocasiones para corresponder a los aplausos del respetable. Urbanski hizo levantar una a una a todas las secciones de la orquesta como premio a su gran trabajo.
Por redondear la idea sobre lo que vemos -más ahora que antes- con relación a los nuevos directores emergentes, estamos convencidos de que el estilo de la música a interpretar debe estar por encima de caprichos y efectismos mal entendidos, aun por la razón de querer ser renovador a la hora de realizar nuevas e ¿innovadoras? lecturas de las obras…
Pero claro, si alguien se arriesga a hacerlo, hay que conseguir innovar realmente, pero con criterio. El bello sonido por el bello sonido, el pianísimo por el pianísimo, la dinámica cambiante al azar, etc., tampoco sirven, porque pueden llegar a aburrir o a descolocar.
La música no siempre ha de comunicar belleza. Mas al contrario, la alta interpretación y conseguir la profundidad de las obras se logra comprendiendo que están llena de matices y de aristas -o de redondeces- que hay que saber resaltar, debiéndose poner el trabajo del director en el lugar de los compositores, de sus estilos, estéticas, épocas, y demás mimbres que se han ido acuñando en la historia de las interpretaciones.
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