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Crítica: Segundo reparto de 'La bohème' en el Teatro Real de Madrid, con Piero Pretti, Yolanda Auyanet y Carmen Romeu

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Autor: Inés Tartiere
21 de diciembre de 2017

PUCCINI MERECE MÁS

   Por Inés Tartiere| @InesLFTartiere
Madrid. 12-XII-2017. Teatro Real. La bohème (Giacomo Puccini). Yolanda Auyanet (Mimì), Piero Pretti (Rodolfo), Carmen Romeu (Musetta), Alessandro Luongo (Marcello), Fernando Radó (Colline), Manel Esteve (Schaunard), José Manuel Zapata (Benoît), Roberto Accurso (Alcindoro). Pequeños cantores de la ORCAM. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Director musical: Paolo Carignani. Director de escena: Richard Jones.  

“Gioventù mia…tu non sei morta”, canta un emocionado Marcello a su recién recuperado amor, Musetta, sin imaginarse que podría llegar a ser una terrible premonición para los bohemios parisinos. Porque La bohème es ilusión, melancolía, sueños perdidos, amistad, celos y amor. Pero por encima de todo, refleja la repentina y cruel pérdida de la juventud, vulnerable ante la muerte. Está envuelta en una exquisita música, de un no tan joven Puccini, al que le llovieron las críticas en su estreno en Turín: “La bohème, ópera fallida, no dará muchas vueltas”, auguraban los entendidos críticos decimonónicos, visionarios sin duda de la que se convertiría en una de las más representadas, más aclamadas y caballo de batalla de los mejores cantantes de la historia. Es la ópera navideña por antonomasia, y el Teatro Real, como no podía ser de otra forma, la ha elegido en estas fechas, con diecinueve funciones y dos repartos diferentes, para celebrar el bicentenario con una nueva producción.

   Si intentaban hacer que nos olvidásemos de la maravillosa Bohème de Giancarlo del Mónaco, una de las mejores de la historia, o querían conseguir nuevos adeptos, creemos que no se ha conseguido ninguno de sus propósitos, más allá de los económicos, que no es poco. Por lo menos se obtendrán interesantes ingresos, asegurándose el lleno en todas las funciones, e intentarán saldar deudas acumuladas en los últimos años con el genio de Lucca. Desde el punto de vista artístico, Puccini sin duda se merece más.

   Richard Jones es un gran director de teatro, y lo demuestra en una eficiente y milimétrica dirección de actores, a veces excesiva, pero siempre huyendo de la monotonía visual. Combina los austeros primer, tercer y cuarto acto, con un segundo acto llamativo, dinámico, atractivo, con continuo cambio de escena. De las bonitas y elegantes galerías al ostentoso y un poco cursi restaurante Momus, donde nuestros bohemios se abandonan en brazos del lujo, haciendo honor al lema carpe diem, todo tan fuera de su alcance. Interesante propuesta el director, dando continuidad a las escenas, que se amontonaban a modo de recuerdos haciendo alusión a “Scènes de la vie de bohème”,  la novela de Henri Murger en la que se basa el libreto, pero sin embargo restando dramatismo a la historia, viendo a los artistas entrar y salir de sus respectivas escenas, a los tramoyistas trabajando, la manguera de incendios...no obteniendo en definitiva el resultado deseado. Podemos añadir a su haber la eficacia para seguir la trama, sin pretensiones, huyendo de las absurdas modernidades por el hecho de intentar ser innovador. Pero por suerte o por desgracia realizar una Bohème clásica no siempre es sinónimo de éxito. Por lo general, el público salió tan gélido como la mano de Mimí, o como la constante nieve que inundaba la escena durante toda la noche. La emoción brilló por su ausencia, al igual que la presencia de Jones en Madrid, delegando todo el trabajo en Julia Burbach. Pero sería injusto achacarle toda la culpa a la puesta en escena. La iluminación es correcta y el vestuario se acerca más al de un afiliado de Podemos actual que al de un anárquico parisino del siglo XIX.

   El apartado vocal no fue del todo satisfactorio, aunque sí correcto, siendo superiores ellos globalmente, aunque a todos les faltó garra e intención para poder llevar la función a buen puerto. Aún así, si tuvieramos que quedarnos con un elenco, de los dos vistos en las tablas del Real, no tendríamos dudas para elegir éste por encima del denominado primer reparto, mucho mas irregular y todavía más frío, donde cada uno parecía querer brillar por su lado. Aquí, Rodolfo fue el tenor italiano Piero Pretti, quien es dueño de un material interesante, de innata italianitá, con cuidado fraseo y  fácil y brillante agudo. Hacía tiempo que no escuchaba un Do en la gélida manina tan bien ejecutado, sostenido y proyectado. Su voz pierde calidad en la zona centro-grave, donde llegó a ser inaudible, lastrado en todo momento por el excesivo volumen de la orquesta, principalmente en los dos primeros actos. El mejor momento de la noche fue, sin duda el dueto “Oh mimi tu piu non torni”,  excelentemente secundado por el Marcello del barítono italiano Alessandro Luongo. De gran presencia escénica, domina su voz con inteligencia, con una dicción irreprochable y un color atractivo, aunque quizás se echó en falta mayor homogeneidad entre registros. Fue el que más pasión puso en su interpretación y el público se lo agradeció. Yolanda Auyanet fue una Mimí solvente. Su voz ha ganado peso con el tiempo, es amplia y bien timbrada, siendo hoy en día una lírica plena. Sorprendió gratamente la pasada temporada con una gran Vitellia del complicadísimo rol de La clemenza di Tito. Impresiona la facilidad con la que resuelve la franja grave, y el canto spianato, perdiendo enteros en el agudo, donde la voz suena más forzada y abierta. En el debe, la falta de emotividad en partes como “Donde lieta usci” y “Sono andati”, a priori cómodas para su voz, y que sin embargo se le notaba demasiado pendiente de las exigencias vocales. Carmen Romeu volvía a encarnar a Musetta, rol por el que ganó el Premio Campoamor hace tres años. Sin embargo su actuación resultó mucho más convincente en lo escénico que en lo vocal. Su célebre aria “Quando m’en vo” resultó destemplada, con evidentes problemas en el agudo, que fueron calantes. Mejoró mucho en el tercer y cuarto acto, ya que su voz es carnosa, ha ganado enteros con los años y la sabe moldear.  Creemos que hoy por hoy demanda roles más líricos que Musetta, donde no se le notó ya tan cómoda como antaño. Manel Esteve como Schaunard sigue demostrando su saber hacer por los teatros españoles, con la eficiencia a la que nos tiene acostumbrados, sabiendo aprovechar cada momento, con esa voz elegante y siempre bien colocada. Fernando Radó  fue la voz más generosa de la noche, demostrando el porqué de una carrera totalmente ascendente, con unos medios privilegiados, aunque debe esforzarse más en la dicción. Su “vecchia zimarra” fue toda una declaración de intenciones. Jose Manuel Zapata no pudo exprimir al máximo su innata vis cómica, al hacerle cantar de espaldas, ya que su voz no es la misma desde hace años, aún así cumple como Benoit, y Roberto Accurso es un correcto Alcindoro.

   Paolo Carignani es un gran director musical, conocedor de la partitura y con unos tempi adecuados durante toda la función, algo más lentos en las partes del tenor quizás, pero siempre generoso en dinámicas. Sin embargo, el volumen de la orquesta nos pareció excesivo, acercándose más  a un joven Wagner que a Puccini, o al verismo, en el que muchas veces se le incluye, más allá de su Tosca. Su implicación con el sonido de la orquesta era tal que se olvidó por completo de los solistas, quienes sufrieron esa falta de sutileza, llegando a evidenciarse destiempos entre el foso y el escenario, principalmente el Rodolfo de Piero Pretti, que fue el que más lo sufrió. Comprometido y bien empastado el coro, aunque pasado de decibelios, principalmente en su entrada en el segundo acto, y excelente participación de Los pequeños cantores de la ORCAM, que siempre suponen un valor añadido.  

   En conclusión, una Bohème que no pasará a la historia del teatro, pero tampoco creo que esas fueran sus pretensiones. El cúmulo de circunstancias fue la que lastró una función  que no dejó ver un solo "kleenex" en todo el patio de butacas, lo que dice demasiado. Pocos compositores tienen esa capacidad innata para conectar tan inmediatamente con el público. Escuchar a gente que va por primera vez a ver La bohème -que debería ser una experiencia inolvidable-, decir que no ha sentido la más mínima emoción, podría parecer inverosímil, pero por desgracia es la realidad. Aún así, visto lo visto en otros teatros, parece que tenemos que darnos por satisfechos. La polémica Bohème que se representa estos días en París viaja a otro planeta y se estrella. La de Madrid sólo se queda a medio camino...

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