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CRÍTICA: GIACOMO SAGRIPANTI DIRIGE 'LA CENERENTOLA' EN EL TEATRO DE LA MAESTRANZA DE SEVILLA

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Autor: J. J. Ponce
22 de febrero de 2014

Carlos Chausson y Giacomo Sagripanti, principales protagonistas del título

 CHAUSSON, DE CUENTO

Por J. J. Ponce

La cenerentola. Gioachino Rossini (1792-1868). 14 febrero 2014 - Teatro Maestranza – Sevilla. Producción, Teatro San Carlo de Nápoles. Dirección musical GIACOMO SAGRIPANTI. Dirección de escena PAUL CURRAN

   Varias versiones de este cuento para niños han subido a los escenarios operísticos con muy diferente contenido interpretativo y escénico. La primera de ellas salida de la escritura de Isouard (estrenada en París en febrero de 1810 y donde la protagonista es una soprano), la segunda pertenece a Jules Massenet (estrenada en París en mayo de 1899 donde la soprano encarna también el rol principal) y la tercera, que nos ocupa, de la pluma de Rossini bajo el título de La cenerentola, ossia La bontá in trionfo, obra en la que el papel protagonista corresponde a una mezzo (Roma 1817). Malibrán y Supervia son dos nombres ligados a este rol. Hubo otra, bajo el título de Agatina, salida de la mano de Pavesi (Milán 1814), de la que Rossini retomará el mismo intérprete de Don Magnífico (Andrea Verni) para su obra.

   La composición de la pieza apenas llevó al músico tres semanas y pronto alcanzó gran popularidad, siendo representada en Barcelona al año siguiente. Más tarde conquistaría el Nuevo Mundo de la mano de la compañía de Manuel García. Tras la muerte del compositor el título quedó en la sombra, para volver a resurgir cual Ave Fénix a partir de los años 20 del siglo XX. 

   En la producción que se presentó en El Maestranza hubo dos protagonistas absolutos, por una parte Carlos Chausson, símplemente de referencia, y por otra el director de la orquesta Giacomo Sagripanti, que dio comienzo a su lectura de la obra con tempi algo lentos pero que fue retomando el pulso a medida que se adentraba en la misma, consiguiendo unos staccati suculentos. Chausson dominó el escenario en lo vocal y en lo interpretativo, con un chorro de voz impresionante que recorría la sala sin dificultad, y un tono cómico que dejó patente su conocimiento y entendimiento de lo que es la ópera bufa rossiniana. El aragonés fue sin duda alguna el verdadero protagonista de la noche. Su fraseo impecable, su legato de manual y su elegancia de canto dieron fe de ello. Baste como botón de muestra su 'Toilette', 'Intendente' o 'Noi Don Magnifico' -de la escena X del primer acto-, fragmentos repletos de una comicidad escénica abrumadora, divertida y socarrona que puso de manifiesto su dominio psicológico del personaje y las tablas del cantante. Fue magnifico el duetto del final del primer acto con Borja Quiza y memorable su 'Giocato ho un ambo e vincerò l'eletto' del inicio del segundo acto.

   La gran decepción fue la protagonista, Marianna Pizzolato, cuya voz no conseguía traspasar el foso, a pesar del bello color y del trabajo técnico que realizó. Su canto nació 'muerto', desde luego, sin la vida que Rossini precisa. No estuvo ayudada por los movimientos en escena (toscos, torpes y poco graciles). En las agilidades simplemente cumplió, pero no entusiasmó. Bien es cierto que parte de su vestuario no favorecía en nada ni su figura ni la credibilidad de la misma, pareciendo a veces una viuda alegre más que una moza casadera.

Anna Tobella y Mercedes Arcuri cumplieron, así mismo, como las hermanastras, si bien sus papeles no dejan espacio a un trabajo de amplio lucimiento vocal, siendo su presencia con más peso más escénico que canoro. Don Ramiro, Edgardo Rocha, no consiguió llegar. Su voz es pequeña, aunque con facilidad para el agudo, quedando tapada por la orquesta y sin alcanzar la sala en multitud de ocasiones. Su 'Principe pi'u non sei' mostró dificultad en las agilidades y sus juegos con las notas altas intentó tapar las carencias vocales. Por su parte, Quiza mostró una estimable línea de canto, aunque quizá debió aportar algo más de fuerza en momentos puntuales, dando dotando de mayor comicidad al personaje de Dandini. Por su parte, Alidoro, Wojtek Guierlach, hizo un trabajo correcto. La escenografía, a pesar de su sencillez, cumplió su cometido y ayudó a que la historia se hiciera más verosímil, dejando momentos divertidos como la 'locura' de un reloj de ascensor' mientras el septeto final bailaba al son de los compases musicales y el coro -buen trabajo vocal- marcaba el paso del pato.

Foto: Cortesía del Teatro de la Maestranza

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