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Crítica: 'La doncella de Orleans' de Tchaikovsky en la Odyssey Opera de Boston

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Autor: David Yllanes Mosquera
20 de septiembre de 2017

 ENTUSIASTA DEFENSA DE UNA ÓPERA OLVIDADA

   Por David Yllanes Mosquera
Boston. Jordan Hall. 16-IX-2017. La doncella de Orleans (Piotr Ilich Tchaikovsky). Kate Aldrich (Juana de Arco), Kevin Thompson (Thibaut d’Arc), Kevin Ray (Rey Carlos VII), Aleksey Bogdanov (Lionel), Yegishe Manucharyan (Raymond), David Kravitz (Dunois), Mikhail Svetlov (Cardenal), Erica Petrocelli (Agnès Sorel), David Salsbery Fry (Bertrand), Sarah Yanovitch (un ángel).

   En su corta vida, la Odyssey Opera de Boston se ha establecido como un fiable destino para los aficionados en busca de joyas olvidadas. Fundada en 2013 por Gil Rose, director de orquesta especialista en repertorio contemporáneo (dirige también el Boston Modern Orchestra Project), ha presentado ya una gran variedad de obras de todas las épocas. Su temporada 2016-207 incluyó desde el Dmitrij de Dvorak (su mayor éxito hasta la fecha) hasta The Picture of Dorian Gray de Liebermann, pasando por Zemlinksy o Gilbert y Sullivan. Suelen combinar una gran ópera presentada en versión de concierto en otoño con varias producciones de menor tamaño, un par de ellas escenificadas.

   Para la temporada 2017-2018 nos ofrecen un programa centrado en Juana de Arco y la Guerra de los Cien Años. Las obras elegidas son La doncella de Orleans (Tchaikovsky), L’assedio di Calais (Donizetti), The Trial at Rouen (estreno en teatro de la ópera para televisión de Dello Joio), Jeanne d’Arc au bûcher (Honegger) y Giovanna d’Arco (Verdi). Obras sobre Juana de Arco en cuatro idiomas (al parecer, buscaron sin éxito una quinta en alemán) y una rareza donizettiana (L’assedio di Calais, que curiosamente tuvo su estreno norteamericano solamente este verano, en el festival de Glimmerglass).

   Esta original programación se abrió el pasado sábado con La doncella de Orleans, representada en versión de concierto en el histórico Jordan Hall del New England Conservatory. Se trata de la aproximación de Tchaikovsky a la grand opéra (incluye hasta un ballet). Nos narra una versión libre de la leyenda de Juana de Arco, empezando por su aceptación de la misión divina, sus victorias y su llegada a la corte, en donde revela sus dones proféticos. En la tercer acto, sin embargo, se nos presenta su caída, empezando por su enamoramiento de Lionel, un caballero borgoñón que vuelve al bando francés. Siguen la denuncia por parte de su padre (quien ve un origen maléfico en sus visiones) y su expulsión de la corte. Finalmente, el cuarto acto nos muestra la muerte de Lionel y la captura de Juana por parte de los ingleses, culminando con su quema en la hoguera. Estrenada en 1881 en San Petersburgo, la ópera cosechó un éxito inicial de público, pero nunca ha estado acompañada por la crítica ni demasiado presente en las programaciones.

   Es fácil encontrar excusas para este abandono. El libreto, escrito por el propio Tchaikovsky basándose en una traducción rusa de Die Jungfrau von Orleans de Schiller y en varias otras fuentes (en particular, el final bebe bastante de Jules Barbier), tiene ciertamente algunos problemas. El segundo acto, por ejemplo, empieza muy lentamente, con unas conversaciones entre el delfín y su amante que poco aportan a la acción. Pero quizás el mayor problema es que el papel protagonista no tiene la credibilidad psicológica de, por ejemplo, la Giovanna d’Arco verdiana (o, sin ir más lejos, de la Tatiana de Yevgueni Oneguin, la anterior ópera de Tchaikovsky). En el clímax, muere quemada en la hoguera y acepta feliz este martirio, que la ayuda a expiar sus culpas (que no tenía realmente) y pone fin a su sufrimiento (que no vimos, más allá de su expulsión de la corte).

   Si a estas deficiencias dramáticas unimos la escasez de números solistas para lucimiento de grandes cantantes, es posible entender hasta cierto punto el escaso interés que ha suscitado esta ópera. Pero son, a mi juicio, muchas más las razones para apreciarla. El de Juana de Arco es un gran papel, con grandes momentos. Destacanen especial el aria «Adiós bosques» al final del primer acto y sobre todosu preciosa y emotivanarración en el segundo acto. Igualmente, Tchaikovsky nos ofrece muy buenos momentos instrumentales, como las danzas del segundo acto, y potentes piezas corales, que representan tanto a los campesinos como a los ángeles que hablan a Juana. Los coros son, por cierto, creación de Tchaikovsky y no tomadas de ninguna de sus fuentes para el libreto. En todo momento se puede disfrutar de su aparentemente ilimitada capacidad para la melodía. El estilo híbrido, con toques franceses y alemanes, fue usado por rivales de Tchaikovsky para criticar la obra pero hoy en día parece una razón más para considerarla una muy interesante parte de la producción del compositor.

   Como se puede deducir de lo anterior, estamos ante todo un reto para una compañía. Hay nada menos que siete personajes principales, una gran orquesta y coro y una larga duración. En estas circunstancias, el resultado conseguido por la Odyssey Opera ha sido admirable. Para ello han contado con un reparto de veteranos de los circuitos norteamericanos.

   El formidable papel protagonista corrió a cargo de la mezzosoprano Kate Aldrich (el papel fue originalmente escrito para soprano, pero su estreno corrió a cargo de una mezzo y el propio Tchaikovsky lo adaptó). Con una atractiva y sombreada voz y capaz de hacerse oír por encima de la orquesta, encarnó su personaje con convicción. En su aria del primer acto alcanzó un buen nivel y en general estuvo a la altura, cantando con especial acierto en su dueto amoroso del cuarto acto. Se encontró cómoda en la aguda tesitura del papel. Aleksey Bogdanov interpretó a Lionel con especial entusiasmo (fue el que mayores esfuerzos hizo por despegarse de las partituras, siempre un obstáculo para el disfrute de óperas en concierto), pero con con un canto engolado y esforzado.

   Thibaut, el padre de Juana y causante de su caída en desgracia, es un personaje ciertamente poco agradecido dramáticamente (denuncia a su hija sin un verdadero motivo y es en general un villano unidimensional). Kevin Thompson, poseedor de una cálida y atractiva voz, aprovechó bien los breves momentos que permiten dotarlo de humanidad, en particular su dúo del tercer acto con Raymond (Yegishe Manucharyan, quien le dio buena réplica). Si acaso se le puede achacar un canto algo monótono.

   En el resto del reparto destacaron Mikhail Svetlov como el cardenal y, especialmente, David Kravitz como Dunois, ambos con atractivas voces y sentidas interpretaciones, quienesse ganaron al público con sus pequeños papeles. Los demás cantantes resultaron convincentes y no desmerecieron del notable nivel general alcanzado.

   Las intervenciones del coro tienen gran importancia y presencia en esta ópera. En esta ocasión los integrantes del Odyssey Opera Chorus no solo estuvieron a la altura sino que realzaron el resultado general. Destacó especialmente el coro femenino de voces celestiales, situado no el escenario sino en lo alto del teatro (esto generó un bonito efecto acústico, aunque también un pequeño retraso en su primera entrada en el primer acto).

   Dejamos para el final a los mayores responsables del buen resultado general: la Odyssey Opera Orchestra dirigidos con brío y entusiasmo por Gil Rose. Teniendo en cuenta que se trataba de una única representación y la dificultad y longitud de la partitura, su desempeño fue más que notable. Merecen especial mención los solos de maderas. Ciertamente, se advirtieron pequeños problemas, como alguna descoordinación en el dúo entre Thibaut y Raymond. El afán por no tapar a los cantantes llevó asimismo al director a un contraste de volumen demasiado grande entre las partes instrumentales y las vocales(en las primeras se podría haber apreciado mayor finura). Pero no dejan de ser estas unas objeciones algo injustas, tratándose de una agrupación no permanente y con limitado presupuesto para realizar ensayos. En el cómputo global, la orquesta sostuvo con distinción toda la representación.

   Gran éxito de público, que ovacionó efusivamente durante la función y en los saludos (especialmente al director) y pareció habérselo pasado en grande. Lo cual, tras casi cuatro horas y media de una ópera ignota para casi todos, en ruso y versión de concierto, dice mucho de la música de Tchaikovsky y de la prestación de la Odyssey Opera.

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