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Crítica: 'La incoronazione di Poppea' de Monteverdi en La Fenice de Venecia, bajo la dirección de John Eliot Gardiner

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Autor: Codalario
20 de junio de 2017

LOS AMORES DE POPPEA Y NERONE: TESTAMENTO OPERÍSTICO DE MONTEVERDI

  Por María Encina Cortizo | @mar_corti
Venecia. 18-VI-2017. Teatro La Fenice. Hana Blažíková, Kangmin Justin Kim, Marianna Pizzolato, Carlo Vistoli, Gianluca Buratto, Lucile Richardot, Michal Czerniawski, Silvia Frigato, Anna Dennis, John Taylor Ward, Furio Zanasi, Zachary Wilder, Francesca Boncompagni, Lucile Richardot. The Monteverdi Choir. English Baroque Soloists. Dirección musical: John Eliot Gardiner. Dirección escénica: Elsa Rooke/John Eliot Gardiner.

   Si L’Orfeo (1607) supone el inicio de la historia de la ópera, La incoronazionedi Poppea (1642) se podría definir como el testamento operístico del gran Monteverdi que a sus setenta y cinco años nos regala un nuevo título en el que explora formas y  estructuras, se aparta de las complejas tramas mitológicas, de gran maquinaria escénica, y se adentra por el dramático mundo de los sentimientos humanos. La ópera es todo un exemplum, a la manera clásica, de que el Amor es el dueño del mundo frente a Fortuna y Virtud, como queda claro en el prólogo alegórico característico. Pero más que amor, la historia que Busanello ofrece a Monteverdi es todo un catálogo de vicios humanos, desde la infidelidad a la ambición, la crueldad o los celos, vicios que encarnan los romanos que Tácito recoge en sus Anales, tema altamente apropiado para la vanagloria de la “Serenísima”, siempre atenta a crecerse frente a Roma.

   De nuevo, al igual que en la propuesta de Il ritorno que escuchamos el día 17 de junio, John Eliot Gardiner sitúa el grupo orquestal en el escenario, optando por una versión de la ópera semiescenificada. Pero, si en el caso de Il retorno di Ulisse podía resultar algo confusa, el dramatismo altamente contrastante que articula las escenas del texto de Busenello, consigue atrapar desde el comienzo al público, ayudando a trascender una escena que, como ya dijimos en el caso de Il retorno, resulta algo escasa. También en este caso destacó la fluidez de la interpretación, recurso imprescindible para transmitir la fuerza de un drama que, como la vida misma, tan pronto canta al amor, como a la muerte, se regodea en el éxtasis amoroso, como abusa del poder firmando una sentencia de muerte.

   Una vez más, la orquesta resultó dúctil, flexible y expresiva en grado sumo, desarrollando un hermosos juegos de timbres en los ritornelli vocales e instrumentales, y los ostinati, sobre todo los numerosos tetracordos descendentes con los que el compositor canta al amor. Los colores tímbricos del continuo son fundamentales en una partitura cuya orquestación debe ser recreada, al no haberse conservado las fuentes originales, como bien ha estudiado Ellen Rosand, y Gardiner recurre para esta propuesta a la edición de Clifford Bartlett, con añadidos y modificaciones además de las de sus músicos, de Peter Holman y Chad Kelly.

   El conocimiento del medio es absolutamente solvente en la recreación musical, como lo es en la selección vocal, con voces perfectamente adecuadas para los diferentes personajes, todas ellas expertas en el repertorio y con un vibrato natural imprescindible para el empaste con el resto de voces e instrumentos. Sin duda, las parejas de Poppea y Nerone -la soprano Hana Blazikova y el contratenor Kangmin Justin Kim-, y Drusilla y Ottone -la soprano Anna Dennis y el contratenor Carlo Vistoli- desempeñaron de forma brillante sus papeles definiendo los dos contatenores de forma excelente el carácter de sus personajes gracias a sus diferentes timbres, más cálido el de Otonne y más áspero y metálico el de Nerone.

   Brillante resultó también el desempeño dramático y vocal de Mariana Pizzolato, una convincente y regia Ottavia.  Todo un lujo fue contar con el Séneca de Gianluca Buratto. Y no menos excelentes estuvieron Lucile Richardot como Arnalta, que nos regaló un mágico “Oblivion soave”, una de las primeras nanas de la historia de la ópera, y Michel Czerniawsky como Nutrice. O Silvia Frigato y Francesca Buoncompagni como Valletto -papel que desempeña además de Amor- y la Damigella, en el maravilloso dúo de ambos.

   Las escasas intervenciones del Monteverdi Choir resultaron perfectas, quizá algo pesante el tempo de la parte A del Madrigal de despedida de Seneca, “Non morir, non morir, Seneca”.

   El dúo “Pur ti miro” final, excelsa utilización, una vez más el bajo ostinato de tetracordo descendente, llevó la obra a su fin estallando la ovación de un público que reconocía con sus bravos y aplausos que Monteverdi había vuelto a casa.

Foto: Twitter La Fenice

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