CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Opinión: "Durón esencial". Por Aurelio M. Seco

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Aurelio M. Seco
12 de marzo de 2017

DURÓN ESENCIAL

   Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Publicar este extenso volumen sobre la música escénica de Sebastián Durón, una de las figuras clave de la historia de la música española, supone el paso empresarial y editorial más importante que ha dado Codalario, la Revista de Música Clásica desde su nacimiento. Es además el primer volumen de una serie de libros sobre música y músicos firmados por algunos de los más destacados especialistas de dentro y fuera de nuestro país. La colección nace con toda naturalidad respecto al recorrido editorial que desde su creación ha tenido nuestra revista y no podíamos menos que afrontarla con la misma entereza y responsabilidad con que hemos firmado cada línea de su evolución empresarial.

   La palabra Codalario apareció por primera vez en 2011 asociada a una sencilla página web en la que se publicaban noticias relevantes sobre música pero, fundamentalmente, mis propias críticas musicales, entrevistas y escritos. Era un término nuevo, inventado, un neologismo arriesgado en su diseño pero propio, novedoso, muy personal. En aquel instante todo apuntaba a que La Voz de Asturias, el periódico diario en el que ejercité mi trabajo como crítico durante años, estaba avocado más pronto que tarde a su cierre. La crisis de los medios de comunicación impresos todavía no se ha terminado y parece obvio que el futuro tendrá menos que ver con el papel que con Internet.

   Codalario fue entonces una idea previsora que, cuando se hizo efectivo el cierre de La Voz en 2012 (Recientemente La Voz de Asturias ha vuelto abrir como un medio de comunicación on-line), se convirtió en el único elemento que me permitió seguir comunicándome con mis lectores. Nadie pensaba que aquella sencilla página web acabaría convirtiéndose en lo que hoy día representa Codalario. Desde luego no me habría sido posible realizar esta gesta empresarial en el siglo XVIII ni en el XIX, ni siquiera en la primera mitad del XX. Ha sido Internet y sus posibilidades las que han convertido a una web personal en un lugar de referencia para aficionados de dentro y fuera de nuestro país, sin que su creador disfrutase de los recursos económicos y mediáticos que antaño hubiera precisado cualquier entidad que aspirase a lo que nosotros hemos conseguido en tan solo un lustro: convertirnos en la referencia de nuestro campo. El extraordinario interés que generó aquella web me animó a elaborar un plan más ambicioso que convirtió la página on-line cuyo diseño se asemejaba a un blog en un ambicioso portal dedicado al mundo de la música, a la mal llamada “música clásica”, expresión confusa que habrá que destruir –triturar, diría Gustavo Bueno- desde la filosofía –la filosofía materialista- más pronto que tarde si es que de verdad se pretende entender y explicar con absoluta objetividad la relación del hombre con los sonidos a través de la historia. La sustancial ampliación del número de colaboradores y el apoyo económico de algunas entidades públicas y privadas permitieron desarrollar algo más la marca de Codalario, a través de unos premios nacionales primero, los Premios Codalario de la Música y después con la creación de una publicación impresa anual, el Anuario Codalario, que en 2016 afrontó su cuarta edición, siempre con unos niveles de calidad de edición que rebasan con creces lo que estamos acostumbrados a ver dentro y fuera de España.

   Hoy Codalario es, según el motor de búsqueda Google, la revista de música clásica en español más influyente del mundo. Nuestras críticas y artículos son, sistemáticamente, los mejor situados en Internet, sin duda por el interés que generan en los aficionados, que hoy exigen unas pautas de comportamiento exigentes, independientes y formadas. Creo que estas tres cualidades han sido fundamentales para que nuestro medio de comunicación haya tenido tal aceptación entre sus lectores. La aparición de Codalario Ediciones se puede entender como otro paso lógico de la evolución de nuestra revista.

    El status quo de los medios de comunicación asociados a grandes entidades financieras o empresariales, con frecuencia mediatizados por sus intereses, ha dado la oportunidad a otros de ofrecer una perspectiva informativa realmente independiente. No queremos decir con ello que no existan otros medios que trabajen desde la libertad editorial, pero hemos observado con sorpresa que el ejercicio de la independencia y libertad de opinión no son cualidades que crezcan de manera natural en las democracias más desarrolladas de la actualidad cuando éstas permiten a sus ciudadanos expresarse con libertad. Es una elección propia de cada medio e individuo, nada fácil de afrontar, por cierto –ni en lo personal ni en lo empresarial- ni de digerir por un campo, el de la música –formado por sus intérpretes, gestores, investigadores, críticos…-  que exige libertad de expresión sólo si se aplica hacia los demás.

   En España existe un numeroso grupo de investigadores de gran talento que han demostrado al sistema establecido que las cosas también se pueden hacer de otra forma. Sin menospreciar en absoluto su importancia, nos parece sintomático que una entidad históricamente tan importante como la Universidad no siempre cuente ya con los mejores en sus respectivos campos. ¿No es significativo que uno de los libros más importantes que sobre música se publicará en 2017, como es La música escénica de Sebastián Durón de Raúl Angulo Díaz, no haya sido publicado por ninguna universidad española, ni con el apoyo de ningún otro tipo de entidad pública o privada, sino por una revista de música de cinco años de antigüedad que está comenzando a desarrollarse editorialmente?  Muchas cosas han cambiado desde la entrada del nuevo siglo.

   Conocí el trabajo de Raúl Angulo Díaz cuando ejercía como director de la Cátedra de Filosofía de la Música de la Fundación Gustavo Bueno, entidad responsable entonces del proyecto Ars Hispana, una asociación que en 2017 ha comenzado una nueva e ilusionante andadura en Madrid, ya de forma independiente y con una perspectiva de futuro ciertamente halagüeña. Las investigaciones desarrolladas por él en el contexto de esta entidad han sido, obviamente, fundamentales para desarrollar el presente libro. Licenciado en musicología por la Universidad de La Rioja, en filosofía por la Universidad de Deusto (Premio fin de carrera)  y doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo (escribió su tesis sobre la historia de la cátedra de Estética en la universidad española), la primera vez que le vi ofrecía en 2011 una conferencia previa a un concierto en el que se presentaban una serie de cuartetos de Cayetano Brunetti. Su exposición me pareció entonces espléndida y me llamó poderosamente la atención, no sólo por la objetiva efectividad de sus investigaciones, sino por lo sistemático y acertado de su exposición en torno a ellas, que incluían ciertas reflexiones sobre la esencia de la música española que contradecían lo tradicionalmente escrito por buena parte de nuestra historiografía y que a mí me interesaron mucho, pues coinciden con mis propias preocupaciones en ese terreno. “Por fin un musicólogo con una profunda formación filosófica”, me dije. Desde el primer instante observé con agrado en sus razonamientos la potencia del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. La relación directa que ha mantenido con dicha Fundación y con el propio Gustavo Bueno ha sido crucial para perfilar su punto de vista como investigador (que ha plasmado además en numerosos artículos, algunos en El Catoblepas, sobre la música española y la música sagrada, el valor de la música religiosa, la música como arte interpretativo o sobre la figura del compositor y sus intenciones), una cualidad  muy prematura en él que le llevó en plena adolescencia a visitar el archivo diocesano de Logroño, en La Rioja, y transcribir las obras allí custodiadas. Fue entonces cuando descubrió los archivos de Haro, Briones y Santo Domingo de la Calzada, depositarios de miles de documentos musicales escritos por un puñado de compositores totalmente desconocidos. Lo siguen siendo además muchos de ellos para la sociedad española, incluso para buena parte de nuestros eruditos, músicos, críticos musicales y musicólogos, tantas veces incapaces de valorar objetivamente el mérito de la obra de autores como el propio Sebastián Durón, considerado por Raúl Angulo Díaz en una entrevista que me concedió el 21 de julio de 2015 como “uno de los mejores compositores de su tiempo”.  

   La música escénica de Sebastián Durón es un libro  necesario por varias razones. Por un lado viene a corregir ciertas informaciones erróneas o desenfocadas sobre la obra de este compositor. También para contribuir a situar su figura en el lugar que por justicia le corresponde, pues como hemos dicho no es extraño que incluso por parte de determinados especialistas se muestren dudas sobre la calidad de su obra. Hasta tal punto hay confusión sobre la música de Durón que en pleno 2016 el Teatro de la Zarzuela de Madrid programó El imposible mayor en amor le vence Amor para conmemorar el 300 aniversario de su muerte, siendo esta partitura en realidad de José de Torres, organista y maestro de la Real Capilla, como el propio Raúl Angulo Díaz aclaró en su día (el 11 de marzo de 2016) en la versión on-line de nuestra revista, en un artículo que pareció remover los cimientos de la musicología más tradicional de nuestro país, a veces anclada en una pose elitista que va en contra de las cualidades académicas que debería defender. Se lamentaba entonces el investigador de que dicho teatro no hubiera apostado por  Apolo y Dafne, Coronis o Veneno es de amor la envidia, partituras a su juicio más atractivas que el otro título elegido para celebrar la efeméride, la Ópera escénica deducida de la guerra de los gigantes.

   Todavía son poco habituales en los libros de historia los nombres de compositores españoles del siglo XVII como Carlos Patiño, Cristóbal Galán, Juan Hidalgo, Juan de Navas, Juan del Vado, Matías Ruiz, Juan Bonet de Paredes o Matías Veana, todos ellos reconocidos en su tiempo y cuya obra fue muy copiada e imitada. O los de compositores del siglo XVIII como el propio Sebastián Durón, José de Torres, Juan Sessé, Cayetano Brunetti, Antonio Literes, José de Nebra, Francisco Corselli, Félix Máximo López, José Lidón, José Mir y Llusá, José Teixidor y Barceló, Juan Francés de Iribarren o Francisco Hernández Illana.

   No podemos olvidar en esta breve presentación lo crucial que ha sido y es para Ars Hispana Antoni Pons Seguí, musicólogo con quien coincide en su interés por la música española y con quien en 2007 pone en marcha dicha institución, dedicada a investigar, editar y difundir obras inéditas de compositores españoles de los siglos XVI al XIX. Pons Seguí también ha tenido un importante protagonismo en la edición de este libro. Hasta la fecha, Ars Hispana ha dejado publicados más de 60 volúmenes de música y se ha convertido en uno de los organismos musicales más influyentes en nuestro país.  Creo que no me equivoco si afirmo que  Raúl Angulo Díaz ya es una de las cabezas más prominentes de la oleada de jóvenes investigadores que están transformando la manera de entender la musicología española desde principios del siglo XXI. Su aparición en nuestro contexto musicológico ha supuesto un verdadero soplo de aire fresco para nuestro mundo académico, y ha dejado impronta por la calidad y profundidad de sus escritos. Buena muestra de ello es la obtención del Premio GEMA (Grupos Españoles de Música Antigua) 2015, que el propio Raúl Angulo Díaz recogió como “Mejor investigador”, o la publicación de esta Música escénica de Durón.

   Como propietario de Codalario Ediciones es para mí un verdadero honor inaugurar nuestra colección con un libro de esta envergadura y al tiempo conmemorar el 300 aniversario de la muerte del ilustre compositor briocense Sebastián Durón (1660-1716). Consideramos que La música escénica de Sebastián Durón, del musicólogo Raúl Angulo Díaz, va a convertirse en un libro esencial para la historia de la música española. De la música “española” y no “de España” o "en España", pues ésta no emana de la tierra como una especie de árbol cuyas raíces sólo se encuentran delimitadas en los márgenes geográficos de la parte correspondiente a la Península Ibérica. La “música española” se expande al viento con sus frutos, por su ramas, y prospera en otros lugares en diferentes formas, tan ricas como complejas, de tal manera que todavía falta por delimitar sus fundamentos, partes y esencia.

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico