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Crítica: 'La traviata' en el Metropolitan de Nueva York

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Autor: Aurelio M. Seco
11 de abril de 2010
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TRAVIATA MAL DIRIGIDA

Nueva York, Metropolitan Opera. 29 de marzo de 2010. La traviata, Verdi. Angela Gheorghiu, James Valenti, Theodora Hanslowe, Louis Otey, John Hancok, Paul, Plishka, Eduardo Valdés, Kathryn Day, Juhwan Lee, Thomas Hampson, John Shelhart. Dirección Musical: Leonard Slatkin. Director de escena: Franco Zeffirelli

La traviata que desde el pasado 29 de marzo se puede ver en el Metropolitan de Nueva York es un buen ejemplo para reflexionar sobre la actual situación actual del mundo de la ópera y, en concreto de la salud artística del Metropolitan. El Metropolitan de Nueva York es uno de los más importantes teatros del mundo. Sus preciosas y fastuosas producciones, acompañadas de algunos de los más importantes intérpretes de la actualidad, son una carta de presentación inmejorable. Sin embargo, buena parte del público ya se ha dado cuenta de que su situación artística no siempre está a la altura. "Si quiere ver buena ópera en Nueva York no vaya al Metropolitan, sino a la New York City Opera". Es una frase recurrente dentro del mundo intelectual neoyorquino.  Hay ciertos aspectos de base que, desde luego, ensombrecen mucho cualquier espectáculo que se ponga en escena en el Metropolitan, como puede ser su excesivo tamaño. En un teatro tan grande, donde en ocasiones el público está tan alejado de la escena, la expresión artística llega peor forzosamente, visual y auditivamente. Obvio es decir que las voces también se resienten mucho. La acústica no es mala, pero la distancia que debe recorrer el sonido desde el escenario en muchos casos es excesiva, llega fatigada y no se percibe como debiera. Otro punto en contra del teatro es el público, demasiado numeroso, en el que predomina un saber estar tan relajado que llega a molestar mucho. Buena parte de los asistentes, entre los que suele haber muchos turistas, acuden al espectáculo con una actitud demasiado distendida, con un cierto no saber estar que le lleva a comentar sin ningún reparo la función mientras transcurre. También resulta inquietante la costumbre de saludar cada escena con comentarios de admiración. Esto ya forma parte de la moral del espectador norteamericano que, fuertemente influido por la apetencia visual tan predominante hoy en día, ha convertido el tan sonado "Oh my God" en uno de los más detestables, por incómodos y artificiales, signos de admiración por el trabajo de cualquier director de escena que trabaje en el Metropolitan. Es curioso el punto de superficialidad al que se ha llegado hoy en día en el mundo de la ópera. La producción de esta Traviata, firmada por Franco Zeffirelli, resultó ciertamente espectacular, pero observar los comentarios de admiración del público mientras se tapaba sin ningún pudor la música de Verdi resultó una de las experiencias más desagradables que hemos vivido en un teatro de ópera. Es un hecho preocupante, porque denota claramente la falta de capacidad crítica de buena parte de los asistentes. También resulta interesante observar otro hecho, que  sirve para medir el nivel crítico del público actual, no sólo del Metropolitan, sino de cualquier teatro de ópera del mundo. En todos los casos, el público que asiste a una función de ópera, aplaude e incluso  llega a abuchear la calidad de las producciones que no le gustan. Da la impresión de que, en lo estrictamente visual, todo el mundo tiene la seguridad de poseer un criterio válido. No obstante, en los muchos años que llevamos viendo ópera, nunca hemos observado ni una sola producción en la que se abuchease el trabajo del director musical, siendo éste, en muchos casos, realmente malo. En este sentido la opinión del público simplemente no se muestra, seguramente porque la perspectiva orquestal requiere un interés y formación mucho más profunda que la visual. El resultado musical parece dar igual. Es, por así decirlo, algo residual, sobre lo que el público más numeroso no emite opinión, siendo como es, la parte fundamental de cualquier representación operística.

La versión de La traviata de Verdi que se pudo ver en el Metropolitan estuvo dirigida musicalmente por Leonard Slatkin, un director reputado que hizo un trabajo pésimo con la obra. Su versión no es que estuviera fuera de estilo, sino que el director estaba totalmente perdido ante la música, sin saber ni qué hacer ni por dónde tirar. Incluso en el acompañamiento de artistas estuvo desacertado. Esto convirtió la versión en un auténtico desatino estético que falló desde su base, porque le restó cualquier atisbo de dramatismo consustancial a la historia. Quizás por ello, las extraordinarias cualidades líricas de Angela Gheorghiu, que permanecen incólumes en el tiempo, resultaron frías y rutinarias, si es que se puede calificar de esta manera a una de las más grandes artistas que hemos visto sobre un escenario. Su interpretación de Violeta estuvo fuera del personaje durante toda la obra; demasiado sobreactuada en ocasiones, Gheorghiu derrochó condiciones vocales estratosféricas, de vuelo fácil y generoso, pero carentes de la sinceridad escénica necesaria para hacer llegar la historia. James Valenti debutó en el Metropolitan. Su Alfredo resultó interesante sin duda, por su presencia y buen tono lírico, si bien su inseguridad personal restó coherencia vocal y verosimilitud dramática. Técnicamente la voz debe ganar en consistencia. Con todo, su Alfredo resultó reconfortante, sin bien algo inseguro y frío. Thomas Hampson resultó un Giorgio Germont de notable peso escénico, realmente pleno de condiciones líricas, que también podrían haber ayudado a conformar, con más fidelidad dramática, el perfil estético de su personaje. El resto del reparto mostró su trabajo dentro de un notable nivel general, que sólo subió con la extraordinaria capacidad interpretativa de la orquesta del teatro.

Finalmente y dados los malos resultados musicales, Leonard Slatkin optó por abandonar la producción tras su estreno y dejarla en manos de Marco Armiliato, director de cierto talento y musicalidad que parece haber tocado los resortes precisos para hacer una intensa carrera internacional que, hasta el momento, se caracteriza más por una notable profesionalidad que por el verdadero carisma de su visión artística. Yves AbelSteven White dirigirán el resto de funciones del título.

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