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Crítica: Una «Lakmé» para la historia en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
3 de marzo de 2022

Sabine Devieilhe y Xabier Anduaga protagonizan la ópera Lakmé de Leo Delibes en el Teatro Real, bajo la dirección mkusical de Leo Hussain

«Lakmé» en el Teatro Real

Lakmé para la historia y Gérald para el futuro

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 1-III-2022, Teatro Real. Lakmé (Leo Delibes). Sabine Devieilhe (Lakmé), Xabier Anduaga (Gérald), Stéphane Degout (Nilakantha), Héloïse Mas (Mallika), Enkelejda Shkosa (Mistress Bentson), David Menéndez (Frédèric), Inés Ballesteros (Miss Ellen), Cristina Toledo (Miss Rose), Gerardo López (Hadji/un comerciante chino), Isaac Galán (Kouravar), David Villegas (Un domben). Coro y orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Leo Hussain. Versión concierto. 

   El gusto por el exotismo tuvo gran importancia en el teatro lírico francés del último tercio del siglo XIX. Ya viniera de Africa, Oriente - incluso, de zonas europeas como la Italia meridional o la propia España, que también se consideraba algo exótico- su plasmación carecía de veracidad alguna y ello no importaba, ya que lo fundamental era el misterio por lo extraño y desconocido, la atracción de lo insólito y aventurero. Ejemplos de esta tendencia son óperas como Les pécheurs de perles-Los pescadores de perlas de Georges Bizet, Le roi de Lahore de Jules Massenet y, cómo no, Lakmé de Leo Delibes, que regresa al Teatro Real –en versión concierto, eso sí-, recinto en el que produjo su estrenó en España en 1898 después del parisino del año 1883.

«Lakmé» en el Teatro Real

   Menos habitual era la confrontación entre las culturas, algo que, en la realidad, cada vez se producía con mayor asiduidad a causa de la expansión colonial, como ocurre en Lakmé entre la hindú y la Occidental británica. Aunque constaba el importante antecedente de la Carmen de Bizet y su dramático final, el público de la Opera-Comique parisina tampoco estaba acostumbrado a una conclusión tan trágica como la de Lakmé en el que la heroína se sacrifica por su amado. 

   Leo Delibes crea una obra en la que el Orientalismo aparece pasado por el salón victoriano, plena de melodías inspiradísimas, de embriagador perfume y primorosos refinamiento y sensualidad genuinamente franceses, en el que no faltan los pasajes danzables, impecablemente delineados por quien fue uno de los grandes compositores de ballet del siglo XIX. Destaca en esta bellísima ópera, el papel protagonista, compuesto para la soprano estadounidense de origen holandés, Marie van Zandt y que contiene una gema como es el aria de las campanillas o leyenda de la hija del paria, todo un caballo de batalla para cualquier soprano de coloratura que se precie. Bien es verdad, que la obra se resiente de un débil libreto ayuno de fuerza dramática y de una mayor progresión teatral.

   En primer lugar, hay que resaltar que este retornó de Lakmé al Teatro Real se engalanó con una protagonista que formará por méritos propios entre sus más destacadas intérpretes de la historia, Sabine Devielhe. La soprano francesa en la estela del arte y vocalidad de Natalie Dessay –también histórica intérprete de Lakmé-, pero con su propia personalidad, regaló al público del Real una interpretación excelente de la tierna, delicada y abnegada heroína y eso a pesar de no estar al cien por cien, pues ha estado enferma durante los ensayos e incluso se temió por una posible cancelación. Afortunadamente Devieilhe compareció en la sala de la Plaza de Oriente y ya desde el interno y posterior salida en el primer acto pudo apreciarse su emisión purísima, morbidísima y coloratura tan fácil como precisa en una entrada plena de misterio y sensualidad. Precavida, efectivamente, la soprano francesa se reservó un tanto en esta primera parte, pero no ello fue obstáculo para disfrutar de sus acentos siempre poéticos y ensoñadores, de la clase y refinamiento de su fraseo en el aria “Porquoi dans les grands bois” y en el dúo con Gérald. En el segundo, la Devieilhe afrontó la gran aria de las campanillas con determinación, la coloratura alcanzó gran factura -espléndidos staccati, escalas y efectos eco-, pero el sobreagudo final resulto alicorto y sin expansión alguna. Lástima porque el que emitió la soprano francesa en el recitativo del aria, previo al comienzo de la narración de la leyenda de la hija del paria fue magnífico. En fin, en el tercer acto la Devielhe remató su gran creación vocal y dramática con un retrato creíble y veraz de la muchacha oriental candorosa, enamorada incondicionalmente y que se sacrifica por dicha pasión amorosa. 

«Lakmé» en el Teatro Real

   Resulta un placer, particularmente intenso en la lírica actual, escuchar una voz tenoril de tanta belleza y calidad como la de Xabier Anduaga. Cierto es que, hasta el momento, el joven donostiarra es un tenor de ópera italiana, centrado en el repertorio belcantista italiano, por lo que le faltó pulimiento estilístico e idiomático y ese punto de refinamiento del canto francés. A pesar de ello, el sonido timbradísimo, con cuerpo en el centro, de indudable seducción y penetración tímbrica, así como sus agudos radiantes se impusieron en esta primera aproximación de Anduaga a la ópera francesa. Buena lectura de su bellísima aria del acto primero «Fantaisie aux divins mensonges», aunque faltó algo de abandono y delicadeza en el fraseo, pero la culminó con un filado bien resuelto en falsettone reforzado. En el descanso Anduaga sufrió un mareo o desfallecimiento, pero continuó con su desempeño, notándose una ligera merma en su prestación del segundo acto, para volver a subir en el tercero, en el que caben destacar un par de ascensos plenos de brillo y expansión. Dada la exultante juventud de este tenor español con el tiempo profundizará, sin duda, estilísticamente, en el canto francés. Sus medios, es preciso insistir una vez más, son privilegiados.

   Stéphane Degout exhibió un timbre gris y emisión más bien retrasada, pero generosas presencia sonora y extensión, junto a unos acentos autoritarios propios del líder religioso fanático que odia al extranjero invasor. Esos acentos imperiosos se tornaron en exquisitamente líricos y de expresión de ternura paterna en la hermosísima aria del segundo acto “Lakmé ton doux regard se voile” traducida con buen legato e impecable propiedad estilística por el barítono francés.  

   Entre los secundarios destacó la veterana Enkelejda Shkosa que compuso una Mistress Bentson de libro con una material todavía extenso -graves sólidos- y caudaloso. La mezzo francesa Héloïse Mas -con un sonido un punto opaco-, cantó con estilo y musicalidad el famoso dúo de las flores con la protagonista, aprovechando con ello adecuadamente su única pero popularísima intervención.

   Discretas tanto Inés Ballesteros como Cristina Toledo, que lucieron timbres blanquecinos y de muy escaso espectro sonoro, aunque en lo escénico expresaron bien la impertinencia y petulancia de sus personajes. Engolado, rudo y fuera de estilo David Menéndez frente a un Gerardo López de canto más cuidado y con intención en los acentos a despecho de un material particularmente modesto.

   Estimable la dirección de Leo Hussain, especialmente por el cuidado y atención a los cantantes y la salvaguarda del estilo, además de intentar aplicar orden y domeñar una orquesta que parecía intratable en el primer acto. El colorido y refinamiento tímbrico de la orquestación de Delibes ya era misión imposible. De todos modos, a la labor de Hussain le faltó un punto de tensión, de aristas y contrastes.  

   La orquesta, con escasos ensayos después de interpretar música de Richard Wagner y Luis de Pablo, osciló entre un comienzo, como ya se ha subrayado, grueso, vulgar y fuera de estilo a un tercer acto aceptable. El coro muy al fondo y con mascarillas apenas logró hacerse escuchar en pasajes del segundo acto donde mostró cierta intensidad. 

   Realmente sorprendente el público del Teatro Real, que interrumpió con aplausos en mitad del aria de las campanillas -debe ser que es poco conocida, vamos, toda una rareza…- e incluso unos cuántos se marcharon al finalizar el segundo acto al creer que era el final de la ópera porque se despedía el coro. Sin comentarios.   

Fotos: Javier del Real / Teatro Real

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