Crítica de Raúl Chamorro Mena de Las golondrinas de Usandizaga en el Teatro de la Zarzuela, bajo la dirección musical de Juanjo Mena y escénica de Giancarlo del Monaco
Raquel Lojendio y Gerardo Bullón
Regresan Las golondrinas al Teatro de la Zarzuela
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 9-XI-2023, Teatro de la Zarzuela. Las golondrinas (música de José María Usandizaga). Gerardo Bullón (Puck), Raquel Lojendio (Lina), Ketevan Kemoklidze (Cecilia), Jorge Rodríguez-Norton (Juanito), Javier Castañeda (Roberto), Mario Villoria (Un caballero). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Juanjo Mena. Dirección de escena: Giancarlo del Monaco.
Estrenada en 2016, volvía en este día de la Almudena al recinto de la Calle Jovellanos o mejor dicho, actualmente Plazuela de Teresa Berganza, la magnífica producción de Giancarlo Del Monaco para Las golondrinas de José María Usandizaga con libreto de Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga. Como es sabido, la obra se estrenó como Zarzuela en 1914, pero su hermano Ramón, ya fallecido el autor, musicó los diálogos para que Las Golondrinas se presentara como ópera en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona en el año 1929.
El talentoso y malogrado por su temprana muerte José María Usandizaga (1887-1915) adapta el drama Saltimbanquis de Gregorio Martínez Sierra en una obra denominada drama lírico, recogiendo el concepto Wagneriano, como lo hace el continuum musical y la depurada orquestación repleta de leitmotiv, pero que recibe también influencias impresionistas y matices de sensualidad de raíz oriental, que también asoman en la indudable vena melódica del tratamiento vocal, lo que puede apreciarse en momentos tan hermosos como la romanza «Caminar, caminar» de Puck, «Me dices que ya no me quieres» y «Fuego de paja en el viento». El influjo del género verista-naturalista es, asimismo, muy claro, aunque Las golondrinas se diferencia de estas obras, particularmente Pagliacci, que trata también de una compañía de artistas ambulantes, por un argumento más complejo y de menor inmediatez, en el que se alternan realidad y ensoñación, como bien explica Teresa Cascudo en su artículo del programa de mano. Lo cierto es, que el libreto del matrimonio Martínez Sierra no termina de funcionar dramáticamente.
Ketevan Kemoklidze (izquierda) y Raquel Lojendio con miembros de la troupe
Junto a las peripecias del mundo de los artistas itinerantes con sus elementos de aventura y fascinación, también de amargura y penalidades, en Las golondrinas encontramos fundamentalmente el contraste entre dos personajes femeninos. Lina, la mujer dulce, infantil y sumisa, enamorada en silencio, encantada con su vida de artista errante y Cecilia, la femme fatale heredera de la Carmen de Bizet, rebelde, irreverente, que quiere salir de esa vida de compañía ambulante y triunfar personalmente, consciente del tremendo poder seductor que ejerce sobre los hombres.
El montaje de Giancarlo del Monaco vuelve a manfestarse atinado con sus colores oscuros, grises para la parte de realidad y el color que emerge para la parte ensoñadora, en la que se destaca la fascinante pantomima, una auténtica filigrana teatral en esta puesta en escena, que también demuestra la capacidad de Del Monaco para desarrollar la actividad y movimientos de los demás personajes, fuera de la acción principal. El personaje de Puck, particularmente complejo en su desdoblamiento realidad-parte onírica, manifiesta desde el principio su inestablidad psicológica, con esos temblores de su cuerpo, así como la violencia larvada, que se hace manifiesta con Cecilia hasta culminar en el asesinato del final, que no vemos explícito en escena, como sí ocurría en la ópera de Montemezzi estrenada un año antes que las golondrinas, L’ amore dei tre re, que recientemente he reseñado para CODALARIO en su reposición en La Scala de Milán. Espléndidos los figurantes, equilibristas, malabaristas, que nos recuerdan ese deslumbrante Mundo del circo, hoy día prácticamente desaparecido.
El papel de Puck es muy complicado, agotador por duración, lleno de contrastes, con pasajes líricos como su aria de salida «Caminar, caminar» o su intervención en la pantomima «Colombina, colombina bella» a los que se suman momentos de expresión trastornada, celosa, fiera y violenta, culminando con ese final temible «Me fui con ella», de gran crudeza, en el que el protagonista con un canto agitado, crispado, muy dramático, narra cómo ha asesinado a Cecilia. El barítono madrileño Gerardo Bullón, tantas veces extraordinario secundario tanto en el Teatro Real como en el de la Zarzuela, ha saldado con triunfo su encarnación Puck, muy exigente papel protagonista. Bullón acreditó un gran esfuerzo y entrega en su caracterización dramática, muy intensa y reveladora de las diferentes aristas del personaje. En lo vocal, su timbre baritonal bello y nobilísimo se proyectó con sonoridad por la sala y fue capaz de delinear con lirismo el «Colombina bella» y la romanza «Caminar», en la que acentuó con gran nobleza e intención la frase «Has dicho bien» con la que apostilla la intervención previa de Lina. Cierto es que Bullón llegó algo apurado al temible relato final «Me fui con ella», en el que narra el asesinato de Lina por su mano, con algún agudo forzado y al límite. En cualquier caso, la suya fue una notable creación vocal y dramática.
Ketevan Kemoklidze y Gerardo Bullón
Deshilachada y desigual de emisión, sin graves y con el centro hueco, además de justa de presencia sonora, resultó la soprano Raquel Lojendio como Lina, insuficiente para un papel que pide una lírica plena. En el lado positivo, la indiscutible musicalidad y buen gusto canoro de Lojendio y su estimable caracterización de la mujer pura, inocente y dulce que encarna Lina.
Igualmente corresponde separar el elemento vocal del escénico-interpretativo para valorar la Cecilia de Ketevan Kemoklidze. Sensual, lo que es innegociable en este papel, consciente del poder seductor que ejerce entre los hombres, ambiciosa e interesada, Kemoklidze plasmó adecuadamente un ajustada y creíble Cecilia, demostrando, una vez más, sus cualidades dramáticas y actorales. En lo vocal, una emisión dura totalmente retrasada, con la sensación de que cada sonido está colocado en un sitio, impidieron a la cantante Georgiana exhibir una mínima ductilidad, así como la capacidad para articular, para decir con claridad, y evitar un canto más bien vulgar. Correcto, pero de muy discreta proyección vocal el Juanito de Jorge Rodríguez-Norton y demasiado cavernoso Javier Castañeda como Roberto.
En el recuerdo de todos, estaba la magnífica dirección que Óliver Díaz ofreció en 2016. Esta vez no se alcanzó tal nivel ni mucho menos. Indiscutiblemente, Juanjo Mena es un buen director qué duda cabe, pero en teatro lírico nunca me ha parecido que alcance el nivel que sí demuestra en repertorio sinfónico. Asimismo, dio la sensación de no creer mucho en la obra, pues no se detectó trabajo con la orquesta, que sonó áspera, desempastada, sin articulación, ni diferenciación de planos. Desatento acompañamiento al canto, falta de pulso teatral y la ausencia de detalles, de matices, certificaron un trabajo más bien anodino en el que apenas pueden rescatarse el buen oficio del músico alavés en los pasajes de orquesta sola. El coro acometió con su habitual personalidad, así como brillantez y rotundo empaste, sus bellas intervenciones.
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Raquel Lojendio, Gerardo Bullón y Javier Castañeda (tercero y cuarto desde la izquierda) con miembros de la troupe
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