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Crítica: Leonidas Kavakos y Enrico Pace en Ibermúsica

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
3 de febrero de 2020

Con el freno de mano puesto

Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 29-I-2020. Ciclo de Ibermúsica. Leonidas Kavakos, violín. Enrico Pace, piano. Sonatas para piano y violín nª 8, 9 y 10 de Ludwig van Beethoven.

   Se suma Ibermúsica al año Beethoven con dos recitales de muy alto nivel. En unos días tendremos a Evgeny Kissin con varias de sus sonatas para piano más representativas, y este pasado miércoles hemos tenido a Leonidas Kavakos con las tres últimas para piano y violín. Las efemérides suponen en líneas generales un aluvión de conciertos de música del «homenajeado» donde por línea general hay más paja que grano. Ibermúsica no ha querido correr riesgos y ha jugado sobre seguro, con dos figuras que rondando los 50 años, destacaron desde su juventud, y están entre los más notables de sus respectivos instrumentos en los últimos 30 años.

   A lo largo de su ya larga carrera, el eximio violinista griego nos ha asombrado en multitud de ocasiones tanto en conciertos con orquesta como en recitales de cámara. Su continua búsqueda por buscar nuevos repertorios nos ha permitido conocer a compositores contemporáneos de enorme calidad como Lera Auerbach y redescubrir obras entre otros de Karol Szymanowski, Erich Wolfgang Korngold, Otorino Respighi o Ferruccio Busoni, sin olvidar claro está, el repertorio mas convencional para su instrumento.


   De las doce veladas que le había visto hasta ésta, el genio de Bonn solo había estado presente con sus dos sonatas para piano y violín más famosas: La primavera con Peter Nagy y la A Kreutzer con Enrico Pace, su partenaire esta velada y con el que las registró hace unos años para Decca. En esta ocasión teníamos las 3 últimas, compuestas en periodos distintos de su vida (1802, 1803 y 1812) pero no tan distantes en estilo. La sonata en Sol mayor, op.30 nª3, última de las dedicadas al Zar Alejandro I, es jovial y elegante, aun deudora de su periodo clásico inicial, marcado por las figuras de Haydn y Mozart. Con la Sonata en la mayor, op.47, «A Kreutzer», contemporánea de la Sinfonía heroica o de la Sonata Waldstein, Beethoven marca un antes y un después, y revoluciona la música de tal manera que ya nada volverá a ser como antes. Hay que esperar casi 10 años a que componga su última sonata, la op. 96, también en la clave de Sol mayor, donde un Beethoven ya prácticamente sordo parece volver al espíritu de su época juvenil, pero ya con un lenguaje inequívocamente romántico.

   Para la Sonata nº8, el Sr. Kavakos eligió tiempos reposados y una línea de canto extremadamente pulcra, con múltiples matices, pero de excesiva delicadeza. Su bello sonido, elegante y pleno, aunque con algo menos de esmalte que antaño, resultó más adecuado para el Minuetto, mas molto moderato que grazioso, que para los dos Allegros que abren y cierran la obra, a los que les hubiera venido bien algo más de pujanza.

   No varió mucho su planteamiento en el Adagio sostenuto con el que arranca la Sonata a Kreutzer, ideal para el dialogo inicial con el piano, pero algo corto para el vehemente staccato posterior. Kavakos siguió con su porte hierático dialogando con Pace desde una posición superior, ensanchando toda la gama dinámica, con una afinación perfecta, pero donde por momentos echamos en falta un poco más de alma en su interpretación. Bellísimo el Andante con variazioni donde Pace se sintió muy a gusto, y Kavakos cantó con musicalidad, desplegó un excelente legato y un nos atrapó con su gran fraseo. El Presto final nos trajo finalmente la simbiosis entre la elegancia y musicalidad desplegada por el griego hasta ese momento, con la emoción y el fuego que pide Beethoven, siendo el único momento del recital en el que literalmente nos movió de nuestra butaca. Algo peor lo pasó el pianista italiano en el que fue su momento mas comprometido, donde tuvo que ir prácticamente al límite.


   Tras el descanso, Kavakos y Pace abordaron la Sonata nº 10 con tempo amplio, recreándose más en resaltar la indudable belleza de la obra que en buscar su tensión y su drama interior. Al Adagio, bien perfilado, le faltó algo masde expresividad, mientras que en el Scherzo, hubo mas contrastes, el violín revivió, y el sonido del griego nos atrapó por fin. En el rondó final, Poco allegretto, un fraseo lánguido y un exceso de los pianísimos, le llevaron a perder por momentos la tensión, que recuperó poco antes del final.

   Un par de propinas de Beethoven y Schuman pusieron punto final a un buen recital, pero que no llegó al nivel de excelencia que le hemos visto en ocasiones anteriores. Por momentos, no pudimos evitar pensar como hubiera sido si en lugar del Sr. Pace, «cómplice» obligado de la visión del Sr. Kavakos, hubiéramos tenido a Elisabeth Leonskaja, a Nikolai Lugansky o a Yuja Wang, tres de los compañeros habituales del griego, que sin duda le hubieran exigido más, y nos habrían evitado la sensación de que éste tocaba con el freno de mano echado.

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