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Crítica: Leonidas Kavakos y Yuja Wang en el ciclo de la Filarmónica de Nueva York

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
14 de febrero de 2017

VERSIONES REFERENCIALES

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall  8-II-2017. Temporada de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Leonidas Kavakos, violín. Yuja Wang, piano. Sonata para violín y piano de Leos Janacek; Fantasía para violín y piano en Do mayor, D.934 de Franz Schubert; Sonata para violín y piano en Sol menor de Claude Debussy; y Sonata para violín y piano n° 1, Sz. 75 de Bela Bartok.

   En varias reseñas durante este último año hemos comentado que el violinista griego Leonidas Kavakos es esta temporada el Artista residente de la NYPO. Entre las varias actividades que comprende este cargo, está el dar un recital en solitario, patrocinado por la Orquesta y al que en esta ocasión, se ha sumado el Ciclo de Grandes Intérpretes del Lincoln Center.

   Se pueden decir muchas cosas del violinista griego, pero una en la que habrá poca discusión es que sus programas son de un interés inusitado. Mientras la mayor parte de sus colegas, en su perfecto derecho, vuelven siempre a las obras clave del repertorio –Sonatas de Beethoven, Brahms o Franck-, el griego, sin olvidar ese camino tradicional, acostumbra a transitar por otros que en unos casos nos descubren obras actuales y en otros nos vuelven a sacar a la palestra grandes obras que no se programan de manera habitual. Así en los últimos diez años, en el Auditorio de Madrid hemos podido escucharle varios de los Preludios de la interesantísima compositora ruso-americana Lera Auerbach –de quien el mes que viene va a estrenar su cuarto concierto para violín– y las Sonatas de Ferruccio Busoni, Ottorino Resphigi o Leos Janacek.

   Este recital no iba a ser menos, y en él ha programado dos obras que le habíamos oído previamente. La Sonata de Leos Janacek para comenzar y la Primera de Bela Bartok para terminar. Entre medias, la Fantasía de Franz Schubert y la Sonata de Claude Debussy.

   El italiano Enrico Pace ha sido su pianista habitual, pero también le hemos visto junto a músicos de la talla de Peter Nagy, Nikolai Lugansky o la gran Elisabeth Leonskaja. En los últimos años ha hecho varias giras junto a la excelente pianista china Yuja Wang. Si cuando les vimos juntos por primera vez dudamos que la pareja fuera a cuajar, el tiempo nos ha quitado la razón ya que hay química entre ellos y aunque a veces el resultado final no esté acorde a las expectativas, cuando dan el clavo, lo hacen de manera soberbia. Este recital ha sido una muestra de ello.

   Poco se puede decir de Yuja Wang que no se haya dicho ya. A sus treinta años ha alcanzado el nivel que a otros les cuesta toda una vida. A su excepcional técnica que le permite hacer lo que quiere con el piano, le añade un concepto musical raro de encontrar en gente tan joven, y que le diferencia y de qué manera, de otro compatriota suyo igualmente dotado y con el que alguna parte de crítica acostumbra, en mi humilde opinión erróneamente, a equiparar. Esa capacidad para encontrar siempre el acorde perfecto, el matiz adecuado o el color oportuno en cada obra.

   La Sonata de Leos Janacek fue un claro ejemplo. Compuesta es los albores de la Primera Guerra Mundial, Janacek, rusófilo de larga carrera pero habitante del Imperio austrohúngaro, era de los que suspiraba porque el Ejércitoruso hiciera retroceder al alemán. En la sonata, encontramos canciones y danzas populares como las “dumkas”, expuestas en los dos primeros movimientos, que en el Allegretto y el Adagioconclusivo se interrumpen con ruidosos acordes de piano que alguno de sus biógrafos ha querido ver como golpes de artillería rusa.

   Si en 2012 Kavakos ya hizo en Madrid una excepcional versión de la obra junto a Nikolai Lugansky, en esta ocasión no ha sido menos junto a YujaWang. La lectura que ralló la perfección, buscó de principio a fin el equilibrio entre la melancolía que desprenden sus melodías y el carácter árido y tenebroso de dichas ráfagas cuasi bélicas. El sonido pleno y en parte misterioso del griego tuvo el contrapunto perfecto en la claridad de pulsación y el sonido envolvente del piano de la china.

   La Fantasía para violín y piano en Do mayor, D.934 de Franz Schubert fue la segunda obra del programa. Compuesta por el vienés en su último año de vida, no alcanza el altísimo nivel de muchas de sus obras coetáneas como las tres últimas sonatas para piano o su impresionante Quinteto de cuerdas en Do mayor. Kavakoseligió tempi muy lentos y una línea de canto extremadamente clara y pulcra, excesivamente delicada. El fraseolánguido y el abuso de los pianísimos le llevaron a perder por momentos la tensión, que solo se recuperó en el Presto final, cuando la obra volvió a coger vuelo.

   Tras el descanso, la Sonata para violín y piano de Claude Debussy siguió por los mismos derroteros. El Allegro vivo inicial volvió a pecar de un exceso de languidez, del que afortunadamente nos sacaba la pianista china. En una obra donde la labor del piano están importante como la del violín, su discurso variadocon acentuaciones continuas y con acordes que generaban mil colores tiraron del carro durante buena parte de la obra. Kavakos entre tanto nos sorprendía negativamente con un sonido algo más plano de lo que en él es habitual. Incluso en el Finale, donde recuperó parte del discurso pedido, tuvo un par de pequeños problemas de afinación y hubo una diferencia apreciable entre ambos.

   Afortunadamente todo cambió, y de qué manera, con la Sonata n° 1 de Bela Bartok. Compuesta en 1921, es una obra de un modernismo desorbitado, cercano en planteamientos aunque no en la técnica compositiva a la atonalidad schonbergiana, y donde el piano vuelve a jugar un papel crucial. La línea del violín, en sus dos primeros movimientos, propone un fascinante viaje entre un impresionismo altamente cromático y un expresionismo inquietante en el que tanto Kavakos - aquí sí a su mejor nivel, poderoso, con un vibrato impactante y una afinación impecable - como Wang - siempre con el color y el matiz preciso – nos embarcaron y nos cautivaron. En el Allegro final, arrancado con los acordes ácidos del piano, y donde la danza rumana ahora es cantada por el violín y remarcada por el piano, para a continuación cambiarse los papeles, ambos estuvieron a su mejor nivel consiguiendo una versión soberbia, referencial, terminada de la mejor manera posible, en la impresionante “carrera final”.

   El público que prácticamente llenaba las 2800 localidades de la sala, premió con varias salidas a ambos intérpretes, a lo que éstos correspondieron con una obra fuera de programa, que me pareció que fue el Adagio de la 3ª Sonata de Brahms.

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