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Crítica: Recital de Lisette Oropesa en el Festival Rossini de Pésaro

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Autor: Raúl Chamorro Mena
17 de agosto de 2018

Generosidad y estilo belcantista

   Por Raúl Chamorro Mena
Pésaro. 14-VIII-2018. 16:00 horas. Teatro Rossini. Rossini Opera Festival 2018. Lisette Oropesa en concierto. Obras de Mozart, Verdi, Meyerbeer, Bizet, Saint-Saens, Rossini y Gounod. Orquesta Filarmónica Gioachino Rossini. Director: Christopher Franklin.

   Generosidad, profesionalidad y capacidad técnica la demostrada por la soprano norteamericana de raíces cubanas Lisette Oropesa en este recital, que junto a la segunda función de la ópera Ricciardo e Zoraide que se ofrecía a las 20 horas en el Adriatic Arena conformaba una atractiva doble sesión en el Rossini Festival este día 14 de Agosto.

   En su presentación en el Festival Rossini, además de protagonizar la ópera Adina, Oropesa afrontó este recital dos días después del estreno de la referida ópera y un día antes de la segunda representación de la citada composición. Y no se trató, ni mucho menos, de una actuación poco arriesgada o “cómoda”; al contrario, propuso un tan suculento como expuesto programa de siete arias alternadas con piezas orquestales, pero sin intervalo, y a las que se añadieron dos propinas.

   Comenzó Lisette Oropesa, cuya voz , no especialmente dotada, corrió sin problemas en un teatro coqueto y de estupenda acústica como el Rossini, con la bellísima aria de Ilia de Idomeneo, “Padre, germani, addio”, precedida del recitativo previo “Quando avran fine” en el que se echó en falta una mayor incisividad en los acentos. El cantabile mozartiano fue impecablemente delineado por Oropesa con el buen legato que la caracteriza, aunque fue en la pieza subsiguiente -la gran escena con la que Verdi obsequió a Jenny Lind, el risueñor sueco, primera Amalia de I Masnadieri- y especialmente en la brillantísima cabaletta “Carlo vive!” con la que la soprano norteamericana comenzó a caldear la sala con una buena exhibición de coloratura, trinos de alta nota, pichetatti, escalas y buen sobreagudo conclusivo al que, sin embargo, le faltó crecimiento y expansión. Como detalle anecdótico, Oropesa al atacar la segunda estrofa de la referida cabaletta “se comió” las primeras palabras “Carlo vive!” y entró con las siguientes “Oh caro accento”.  

   La cavatina de Isabelle de Robert le Diable de Meyerbeer permitió a la protagonista del concierto lucir su buen control de las dinámicas, de las intensidades, con unos filados de gran factura, aunque el gran agudo del clímax del aria le faltó un punto de timbre, penetración y squillo. El aria de Leyla de Los pescadores de perlas le permitió demostrar que también es capaz de traducir con sensibilidad, el refinamiento y elegante lirismo de la Opéra lyrique francesa. Buena exhibición de coloratura, no deslumbrante, pero sí de apreciable nivel la ofrecida en el vocalise  "Le rossignol et la rose", que dió paso a las dos piezas del programa dedicadas a Rossini. En primer lugar, la cavatina de Amenaide de Tancredi “Come dolce all’alma mia” -de buena nota técnica y adecuado tono inocente y candoroso- y. seguidamente, aún a mayor nivel, el rondò final de Fiorilla (único papel de Rossini que había cantado Oropesa anteriormente en teatro) de Il turco in Italia, en la que pudieron escucharse filados de buena factura, así como estupendos trinos (me gusta destacarlo siempre, porque es tan difícil oirlos hoy día), roulades, notas picadas… y demás elementos de una exigente coloratura, que sellaron la capacidad de control y dominio estilístico de la Oropesa. Entusiastas ovaciones le dedicó un público ya totalmente entregado a la soprano estadounidense.

   Dos jugosas propinas regaló una generosísima Oropesa. El vals de Romeo y Julieta de Gounod y la cabaletta “Sempre libera” de La traviata de Verdi, en la que sorteó con seguridad las dificultades de tan emblemática pieza.

   Dejo para el final la parte negativa del concierto. Uno asume que Christopher Franklin debió contar con escasos ensayos, pero no sé si ello justifica totalmente el sonido tan grosero, borroso y bandístico ofrecido por una Filarmónica G. Rossini plena de descuidos y pifias. De todo ello fue perfecto y culminante ejemplo, la horrísona interpretación de la Sinfonía militar de Margherita d’Anjou de Meyerbeer, una auténtica tortura para los oídos. Al menos y a falta de mayores estímulos al canto, Franklin acompañó correctamente a la solista.

Foto: Facebook Rossini Opera Festival

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