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Crítica: Lucas Macías y la Orquesta Ciudad de Granada en el Festival de Música y Danza de Granada

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Autor: José Antonio Cantón
3 de junio de 2022

Lucas Macías dirige obras de Isaac Albéniz / Francisco Guerrero, Mauricio Sotelo y Richard Strauss al frente de la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V de la Alhambra

Lucas Macías en el Festival de Granada

Solistas de excepción y gran director

Por José Antonio Cantón
Granada, 29-VI-2022. Palacio de Carlos V de la Alhambra. LXXI Festival de Música y Danza de Granada. Orquesta Ciudad de Granada (OCG) y Joven Academia de la OCG. Solistas: Tabea Zimmermann (viola) y Jean-Guihen Queyras (violonchelo). Director: Lucas Macías. Obras de Isaac Albéniz / Francisco Guerrero, Mauricio Sotelo y Richard Strauss.

   Una de las veladas más esperadas de las programadas en el ciclo Conciertos de Palacio de la presente edición del festival granadino ha sido la que la OCG ha protagonizado para recordar el centenario del Concurso de Cante Jondo de 1922, que ha propiciado que esta genuina manifestación artística andaluza haya sido tema sustancial del Festival con la participación de figuras del flamenco en el cante y el baile. En esta ocasión se ha querido llevar al ámbito sinfónico esta intención, especialmente en su primera parte con dos obras orquestales de marcado vanguardismo como la siempre actual transcripción que realizó a mediados de los años noventa el compositor linarense Francisco Guerrero de El Albaicín perteneciente la suite para piano Iberia de Albéniz y el estreno absoluto de Cantes antiguos del flamenco, para viola solista y orquesta del compositor madrileño Mauricio Sotelo, obra encargo del Festival, para la que se ha contado con una solista de excepción como es la violista alemana Tabea Zimmermann, intérprete de absoluta referencia mundial en su instrumento.

Lucas Macías en el Festival de Granada

   Muy comprometida con la creación contemporánea se entregó a una conceptualización sonante de la obra trazando una línea de lectura que contrastaba con la ingente masa sonora que la rodeaba. Siguiendo la denominación de los troncales palos (estilos) flamencos, empieza la obra con una seguiriya a la que imprimió alta emoción, sentimiento muy proclive al cálido timbre de la viola, acompasado por un percusionista con cajón flamenco situado en el vector central de la orquesta junto a la solista y el pódium, en una función de generar un ritmo constante y a veces profundo que predisponía a los distintos climas de cante jondo de la obra que estaban adjudicados a la inmensa expresividad de la viola de Tabea Zimmermann. Siguió con una soleá tocada con mucho sentimiento por parte de la solista, pese a estar envuelta en una maraña de tímbricas que, paradójicamente realzaban su discurso. Después de una alborotada bulería y una modulante granaína apareció uno de las formas de cante menos habitual como es la popular trilla o trillera, que se hacía mientras se faenaba en el campo, momento curioso de la obra en la que Sotelo pone academia a la espontaneidad. Los cuatro últimos episodios se adaptaron sustancialmente a las sensaciones joteñas de las alegrías, el carácter burlón de una segunda bulería y el sentido variado y conclusivo que apareció en la fantasía y finale conclusivos que, como resumen, justificaban la dependencia inspirativa de una obra que está llamada a ser una de las referencias del autor. Tabea Zimmermann, se mereció con creces ser la diva de la velada, dada su enorme capacidad de hacer que su viola entrara con sentido y determinación estilística en los secretos de los aflamencados estilemas de Sotelo identificándose con su inspiración.

   El concierto había empezado con una de la piezas para orquesta del inolvidable Francisco Guerreo, su versión de El Albaicín de Albéniz que puso a prueba la coordinación y conjunción de la OCG y su joven Academia, que salían aceptablemente  de algunos inconvenientes que supuso el montaje de este concierto como seguramente la falta de ensayos, dada su complejidad tanto técnica como artística, y la diferencia generacional de los integrantes, que tuvo que intentar aunar en criterios y experiencias  el maestro Lucas Macías con un muy intenso trabajo de concentración propia y ajena, para hacer posible una lectura que fuera más allá de los signos musicales buscando su trascendencia estética que, en este caso, es mucha.

   La presencia del segundo solista de la velada, el violonchelista quebequés Jean-Guihen Queyras, vino propiciada por Don Quixote. Variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco, op. 35, uno de los poemas sinfónicos de Richard Strauss en el que la capacidad descriptiva en la composición, como diría Romain Rolland, alcanza ˜el último punto al que puede llegar la música de programa». El trabajo ímprobo de Lucas Macías quedó demostrado en todo momento aunque resultaran desajustes métricos y dinámicos en el «desfacer» los abigarrados entuertos tímbricos, armónicos, estructurales e instrumentales que plantea el compositor bávaro, llevados siempre al límite de la expresividad orquestal, que ha de sustentarse a su vez en un constante esfuerzo de conceptualización y materialización sonora. El violonchelista y, sobre todo, Tabea Zimmermann en la tercera variación, imitando a Sancho Panza con supremo estilo parlante, sentada ante el primer atril de la violas, fueron el excelso contrapunto de una orquesta que estuvo siempre al límite de sus posibilidades, impulsada paradójicamente por una batuta que sobrepasaba con creces la respuesta a sus indicaciones, convirtiéndose así Lucas Macías en un sólido tercer protagonista de la posiblemente una de las actuaciones de la OCG de mayor reto en sus más de treinta años de historia.

Fotos: Fermín Rodríguez / Festival Internacional de Música y Danza de Granada

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