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Crítica: Netrebko y Keenlyside protagonizan Macbeth en Múnich

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Autor: Alejandro Martínez
3 de julio de 2014

RENUNCIANDO A LA INOCENCIA

Por Alejandro Martínez

01/07/2014 Müncher Opernfestspiele: Bayerische Staatsoper. Verdi: Macbeth. Simon Keenlyside, Anna Netrebko, Ildar Abdrazakov, Joseph Calleja y otros. Paolo Carignani, dir. musical. Martin Kušej, dir. de escena.

   En algún momento durante los tres o cuatro últimos años, Anna Netrebko decidió dejar de ser esa cara bonita y comercial, esa voz carismática y privilegiada con la que el público se emocionaba cada vez que encarnaba a alguna de las cándidas aunque trágicas heroínas del romanticismo, de Manon a Traviata pasando por Mimì. Por decirlo de otra manera, decidió dejar de ser tan sólo quien padecía la acción de otros personajes y el efecto inexorable del destino, para pasar a ser quien lo promovía. Netrebko decidió renunciar a esa inocencia y coquetear con la seducción de ser el motor culpable que anima la tragedia. Sólo así se explica que quien viene de cantar Adina en el Met esta temporada, quizá ya por última vez en su carrera, debute este mismo año un rol tan singular y envenenado como el de la Lady Macbeth de Verdi. No nos imaginamos, por ejemplo, a una Mirella Freni allá por los ochenta, cuanto todavía cantaba la Margarita de Faust, haciendo de Lady Macbeth. Sí fue ese el caso de Renata Scotto, aunque en no demasiadas funciones, como quizá sea el caso de Netrebko, que tiene previsto repetir el rol en Nueva York. En todo caso, no hablamos ya sólo de un mero avance en materia vocal, desde un repertorio de lírica-ligera a un repertorio de lírica casi dramática, con Manon Lescaut también como su anterior debut.

   Netrebko, de quien firmásemos una extensa semblanza en el Codalario Premium del pasado mayo, es valiente y un punto alocada, para qué negarlo. Su Lady Macbeth no es referencial aunque es digna de aplauso, porque la voz, por más que haya ganado en densidad, presencia y firmeza en el centro (pastoso, esmaltado y oscuro) es prácticamente la misma que cuando interpretaba el citado repertorio de Traviata, Manon y demás. Eso significa: una magnífica colocación, cobertura y proyección del sonido, sobre todo en el centro y en el primer agudo, y un extremo agudo bien timbrado aunque no espontáneo, trabajado a conciencia, eso sí,como el grave, nada exagerado, bien medido y contenido. La voz es grande, eufónica y homogénea, dejándose oír con gran facilidad en los concertantes. Netrebko reproduce las agilidades con solvencia pero sin virtuosismo, esto es, como sucediera en sus incursiones más conocidas en el belcanto, desde Lucia a Bolena pasando por la Elvira de Puritani. Sorprende para bien, eso sí, la capacidad para modular el sonido casi a placer, abundando en medias voces y sonidos en piano de muy buena factura.

   La soprano rusa no es una actriz colosal pero reúne la dosis necesaria de personalidad para hacer de la interpretación un espectáculo centrado en sus intervenciones. Esa suma de lirismo y temperamento que tan bien iba, pro ejemplo, a su Traviata en el segundo acto, redunda aquí en una Lady Macbeth de acentos sibilinos, muy medidos, sin excesos de teatralidad vociferante y al mismo tiempo nada superficial. Una Lady cantada de principio a fin, con más comodidad de la que quizá cabía imaginar a priori para una voz tan lírica. Habida cuenta del resultado, más interesante que memorable, no debería Netrebko perder la ocasión de mostrar una Elisabetta y una Desdemona con arrojo y empaque, lejos del cliché a veces pusilánime al que se reducen estos roles.

   En otro orden de cosas, Nos decepcionó mucho en el foso la dirección de Paolo Carignani, cargando las tintas en un sonido grande y apabullante pero muy poco teatral. Tanto énfasis en la percusión y los metales, buscando un brío ruidoso y desbocado, no dejó respirar a la cuerda, impidiendo al oyente recrearse en las inspiradas melodías que Verdi les deparase en esta partitura. A menudo atropellado en los tiempos, sobre todo con Keenlyside, y en contraste caído y moroso de acentos en el acompañamiento a Netrebko. Carignani confunde la velocidad con la tensión  y la grandiosidad con el volumen. No dejó tampoco buen sabor de boca su coordinación en los concertantes ni su empaste con el coro.  Carignani es de esos directores que llegan a poner nervioso al espectador que fija su mirada en ellos, con tanto salto y tanto ademán exagerado. Otro pecado de su labor, tan acelerada y poco teatral, fue pasar por el alto el carácter dialectal de todos los dúos entre Macbeth y su esposa, donde es fundamental atender al infinito grado de acentos que Verdi demanda en la partitura y que aquí Carignani sepultó bajo un sonido grueso y envarado.

   De la producción de Martin Kušej ya habíamos hablado en Codalario el pasado verano. Cuando se tiene la oportunidad de ver una producción por segunda vez, la ocasión sirve bien para matizar las anteriores variaciones, bien sirve para confirmarlas. En este caso, hemos podido confirmar el completo despropósito que en el que abunda Kušej, que sepulta un par de buenas ideas (la obsesiva presencia de la muerte y la sangre en el libreto) bajo un cúmulo constante de molestas ocurrencias, que lejos de epatar, invitan al tedio.

   Respecto al resto del reparto, encontramos a Simon Keenlyside por debajo de sus anteriores interpretaciones en esta misma temporada. Un tanto inseguro y tenso, quizá algo indispuesto, no mostró una emisión regular, a veces incómodo y entrecortado. Teatral, sin duda, y verdaderamente turbado, pero vocalmente por debajo del anterior Macbeth que le pudimos escuchar en la Deutsche Oper de Berlín, esta misma temporada con Monastirska. Sin duda alguna no contribuyó Carignani desde el foso a que Keenlyside cantase en las mejores condiciones, tapando constantemente sus intervenciones, con tiempos imposibles y alborotados. Keenlyside cantó netamente mejor, más cómodo, en los pasajes más lentos, como el 'Sangue a me’ o algunas secciones del “Pietá, rispeto, amore”. Una lástima que no se incluya en esta producción el “Mal, per me…”, que tan bien iría a los acentos y maneras de Keenlyside. Por su parte, Ildar Abdrazakov fue un Banquo ideal de principio a fin. Ya habíamos referido el buen Verdi que lleva a cabo el bajo ruso, al hilo de su Felipe II y no cabe sino reafirmar lo dicho. Mucho menos nos gustó el Macduff de Joseph Calleja, inane de acentos y poco desahogado en el agudo. Curiosamente, las reacciones del público durante la función y al término de ésta no fueron memorables. Al menos, no las que correspondían a una representación con las localidades agotadas hace meses y con una enorme multitud de gente buscando entradas en las inmediaciones del teatro.

Foto: Wilfried Hösl / Bayerische Staatsoper

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