CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Los últimos días del gran Caballero

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Nuria Blanco Álvarez
26 de febrero de 2016

La musicóloga Nuria Blanco Álvarez recuerda los últimos días de Manuel Fernández Caballero, uno de los más prolíficos compositores de zarzuela de nuestra historia, en el día que se cumplen 110 años de su fallecimiento.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL GRAN CABALLERO

En el 110 aniversario del fallecimiento de

Manuel Fernández Caballero (Murcia, 1835-Madrid, 1906)

  Por Nuria Blanco Álvarez
  El 10 de febrero de 1906 se estrena en el Teatro Apolo de Madrid la zarzuela María Luisa, con libreto de Miguel Echegaray. Al final de la representación, los autores salen a saludar ante las ovaciones del público. Aquella fue la última vez que Manuel Fernández Caballero pisa las tablas de un escenario, pues su estado de salud empezó a deteriorarse gravemente. Diez días más tarde se pone en escena, en el Teatro de la Zarzuela, La cacharrera, con libreto de su hijo, Manuel Fernández de la Puente, y Antonio Osete y en la música, la última de tantas y tantas colaboraciones con Mariano Hermoso. Obtuvo un triunfo enorme, tanto, que en la prensa del momento se llegó incluso a escribir que su éxito es “infinitamente superior al que obtuvo en su estreno La verbena de la Paloma”. Fue la última obra estrenada en vida del compositor.

   Como queriendo cerrar adecuadamente su ciclo profesional, los últimos estrenos del maestro Caballero tienen lugar en los dos grandes teatros que albergaron a lo largo de sus más de cincuenta años de trayectoria profesional, los mayores triunfos de su carrera y de los que fue empresario, el Apolo y el Teatro de la Zarzuela y sus últimas obras las realiza en colaboración con algunos de los artistas más queridos por él: por supuesto, su propio hijo, Manuel Fernández de la Puente; su paisano murciano Antonio Osete; su mano derecha durante los años en los que la ceguera le impedía plasmar en la partitura el fruto de su inspiración, Mariano Hermoso, y el literato que tantos éxitos escribió para el músico, Miguel Echegaray, autor del texto de El dúo de La africana (1893), La viejecita (1897) y Gigantes y cabezudos (1898). También quiso incluir en su última zarzuela estrenada cuando aún vivía, dos guajiras, quizá como un último guiño a esos ritmos cubanos que tanto tuvo presentes en su música tras los siete años de estancia en la isla y que tanto le marcaron musicalmente.

   Una grave pulmonía obliga al maestro a guardar cama, a pesar de ello, continúa trabajando en nuevas obras que se estrenarían póstumamente: “Anteanoche obligó a su hijo Mario a que se sentara al piano para recoger una melodía que le dictó desde el lecho” . Apenas unos días más tarde, el 26 de febrero de 1906, le sobreviene un colapso cardiaco y a las 15 horas, el maestro expiró rodeado de sus tres hijos y de su gran amigo y fructífero colaborador, el libretista Luis de Larra. Ese día, el Teatro de la Zarzuela suspende sus funciones en señal de duelo y será allí donde se instale la capilla ardiente antes de su entierro, el día 28 de febrero, puesto que el día anterior era el martes de Carnaval.

   En los primeros momentos, el cadáver se colocó en el despacho de su casa -ubicada en la Calle Cervantes, nº34, principal- vestido de gala y adornado con las insignias de la Gran Cruz de Alfonso XII, que le había sido concedida en 1903. En la estancia se colocó sobre el atril del piano la partitura de su primera zarzuela, Tres madres para una hija (1854), y a los pies del féretro numerosas coronas de flores enviadas por todas las entidades y personalidades artísticas de la capital. La prensa indica que “la muerte apenas ha desfigurado la fisonomía del insigne maestro. Este se halla en el lecho en que murió como si reposara solamente y con la cara descubierta. No ha perdido su rostro el sello de bondad que le caracterizó en vida” . Por allí pasan compositores, literatos y artistas de todas clases a mostrar sus respetos. La manifestación de pésame por la muerte del maestro Caballero es verdaderamente nacional. De todas partes de España llegan a Madrid telegramas expresando dolor por el fallecimiento del ilustre artista, que si bien era muy admirado por su trabajo, era también muy querido por su personalidad. Lucrecia Arana, la artista predilecta del músico, en una carta dirigida a la familia doliente, escribe: “Le quería con toda mi alma, y viviendo él creía que tenía padre; así que hoy es el día, desde que murió mi pobre madre, más amargo de mi vida”.

Así transcurrió el día de su entierro:

   A las nueve de la mañana [del 28 de febrero de 1906] fue trasladado el cadáver del maestro Caballero, en un furgón, desde la casa mortuoria hasta el segundo vestíbulo del Teatro de la Zarzuela, convertido en capilla ardiente. Las parejas estaban tapizadas con paños de terciopelo negro bordados en oro. Se depositó el féretro sobre un pequeño túmulo. Velaron el cadáver, con hachas escondidas, porteros de la Academia de Bellas Artes y del Círculo del mismo nombre, del Conservatorio y los maceros del Ayuntamiento de Murcia [su ciudad natal], con las mazas envueltas en negras gasas. […] El féretro estaba cerrado; pues el cadáver había empezado a descomponerse. Durante las dos horas que duró la exposición del cadáver, desfiló por el vestíbulo del Teatro de la Zarzuela numeroso público. Los pliegos colocados a la entrada del teatro se cubrieron bien pronto de firmas .

   Se recibieron innumerables coronas y a las 11:30h., mientras la orquesta del Teatro de la Zarzuela tocaba una marcha fúnebre, el féretro, portado por los acomodadores del propio teatro y cubierto con la bandera de la Asociación de Artistas Líricos y Dramáticos, fue conducido a una carroza de ébano tirada por ocho caballos que le llevaría hasta el cementerio de Santa María, no sin antes recorrer las principales calles madrileñas para ser despedido por el público y parando en los que fueron lugares emblemáticos para el maestro, adornados con cintas negras en señal de luto, como el Teatro Apolo, donde su orquesta interpretó otra marcha fúnebre, la Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Círculo de Bellas Artes.

   Tomás Bretón, Miguel Echegaray y Miguel Ramos Carrión, entre otros, portaban las cintas del féretro y un gran número de personalidades, compañeros y amigos formaron parte del cortejo fúnebre:

   La comitiva se puso en marcha por el siguiente orden: coro de niños de la Zarzuela, con velas encendidas; acomodadores y porteros del mismo; carroza fúnebre, rodeada por los porteros de la Academia de San Fernando y del Conservatorio, maceros del Ayuntamiento de Murcia, el duelo, coches con coronas y las distintas personas que figuraban en el cortejo fúnebre. Estaba presidido por el ministro de Instrucción pública, Sr. Santamaría, y lo componían, además de los hijos del finado, el presidente del Congreso, D. José Canalejas; el gobernador civil, Sr. Ruiz Jiménez; el teniente alcalde del Ayuntamiento de Murcia, Sr. Blaya; el director de la Academia de San Fernando, D. Elías Martin; el presidente de la Sociedad de Autores, D. Eugenio Sellés; el presidente y secretario de la Asociación de Escritores y Artistas, D. José Echegaray y D. José Castillo y Soriano; por la Sociedad de Actores, D. José Rubio; por la Congregación de Nuestra Señora de la Novena, su presidente, D. Fernando Díaz de Mendoza, y por las empresas teatrales de Madrid, D. Enrique Arregui. Además, han asistido al entierro numerosos autores, periodistas, músicos, pintores y amigos del finado .

   Meses más tarde de su óbito, el 11 de noviembre, Joaquín Larregla y Urbieta le sustituye en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y las primeras palabras de su discurso de ingreso se las dedica a su antecesor:

   No, los grandes hombres no debían desaparecer de esta vida, y realmente no desaparecen. Vive en nosotros su espíritu que son sus obras. Por eso, cuando escuchamos aquel bélico final del primer acto de La marsellesa, aquella apasionada jota de El dúo de La africana, aquel hermoso idilio musical que se llama Luz y sombra y aquel sublime Coro de Repatriados de Gigantes y cabezudos, resurge a nuestro ojos la romántica figura del maestro Caballero, de aquel viejo artista, siempre joven de corazón y siempre henchido de entusiasmo, que, como Ayala, como Zorrilla y como Arrieta, parecían gloriosas figuras de nuestro Siglo de Oro, dignas de ser perpetuadas por el pincel de Velázquez .

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

0 Comentarios
Insertar comentario

Para confirmar que usted es una persona y evitar sistemas de spam, conteste la siguiente pregunta:

* campos obligatorios

Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico