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Crítica: María Dueñas con Vladimir Spivakov y la Nacional Filarmónica Rusa en IBERMÚSICA

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Autor: Francisco Zea Vaquero
10 de noviembre de 2019

Ha nacido una estrella

Por Francisco Zea Vaquero
Madrid. 6-XI-19. Auditorio Nacional de Música (sala sinfónica). Ciclo Ibermúsica. Massenet: El Cid («Danza navarra»); Paganini: Concierto para violín y orquesta en re mayor num. 1, op. 6. María Dueñas (Violín). Chaikovski: El Lago de los cisnes. Acto II & III (Selección) Cascanueces; Trepak & Pas de deux. 7-XI-19. Chaikovski: Romeo y Julieta (Obertura- Fantasía); Rajmáninov: Concierto para piano y orquesta en do menor num. 2, op. 18. Ivan Bessonov (Piano). chaikovski: Sinfonía nº 5 en Mi menor Op. 64. Orquesta Nacional Filarmónica Rusa. Vladimir Spivakov (director).

   Desde luego en una gira no siempre la estrella es la orquesta, pero lo habitual no es que sea una jovencísima violinista española; pues esto es lo que nos encontramos el pasado miércoles 6 de noviembre. Y no, no es un diamante en bruto sino un brillante perfectamente tallado y ya engarzado sobre una importante carrera en ciernes, o al menos esto indica todo lo que presenciamos: Maria Dueñas, violinista nacida en Granada en 2002.

   Una vez emplazada la orquesta  en la primera velada, Clara Sánchez, la voz de Ibermúsica, dedicada a presentar y a animar la concentración del público, nos recuerda apagar los teléfonos y dispositivos. Un paso más de la organización, verdaderamente comprometida de cara a esta lucha sin cuartel, que libramos en las salas de concierto contra los egoístas y descuidados que no respetan a músicos ni público en el momento del hecho musical, siempre único e irrepetible. También se nos comunicó la extraña selección que se escucharía en la 2ª parte. La Suite de danzas del acto III de El Lago de los cisnes, excepto el Pas de deux,  seguido del Trepak, y ahora sí, el Pas de deux de Cascanueces. Una inaudita selección que resultó un éxito final de cara al público.


   Iremos inicialmente a lo mollar de ambas convocatorias, hablemos de los solistas; la violinista, nuestra joven compatriota, María Dueñas, enrolada disciplinadamente en esta gira con la orquesta nacional filarmónica rusa, y el pianista Ivan Bessonov.

   La elección de la española fue la del primer concierto de Paganini, el más italiano y operístico de ellos. Para empezar, reconozcamos que el antiguo violinista, ahora veterano director, Vladimir Spivakov la acompañó con cuidado y atención para su mayor lucimiento, aunque ella en verdad lo puso todo. Desde las primeras intervenciones con livianos y frescos ritmos rossinianos, entonó (casi diríamos «cantó») los temas con musicalidad innata, y en particular el segundo (casi aria, se antoja por su pureza de línea) equilibrando entre sus cuerdas graves y agudas. Este fue su primer recurso evidente, potente timbre en todo el registro, todo ello prendido con un vibrato de auténtico especialista, cuando apenas cuenta 17 años. Sorprendente. No obstante, si había puesto al titán del violín en atril es que habría mucho más. No nos defraudó; Agilidades con dobles y triples cuerdas, armónicos macizos y precisos, en los que al mismo tiempo se oían todos los colores, y encima, continuos y potentes trinos, además de los soberbios pizzicatti sobre el mástil, ejecutados con elegancia y naturalidad.

   Sin embargo, este cofre de prodigios, encerraba aun algo más, tal vez lo mejor. Un arco fenomenal, que es obra y gracia de su gran fraseo (ayudó su Guarneri del Gesu, un instrumento prodigioso) con toda la agógica necesaria, y silencios expresivamente medidos además. Antes de seguir con el Adagio buscó tranquilamente la afinación tras el enorme Allegro maestoso para conseguir de nuevo lo mejor de su instrumento (otros le aconsejarán que no lo haga, pero aún es pronto, y cómo María sigue estudiando, aún quedan recursos por aprender, y eso es la base de su sencillez y facilidad sobre el escenario.) ¡Y otra vez a cantar! Fraseaba melodía tras melodía de los dos hermosos temas que se alternan en el Adagio. Se ve que este concierto lo tiene todo, además de la ópera, María lo veía claro. Por ejemplo, el famoso motivo descendente, generador del 3er mvto., jalonado por la célula en staccato basada en los rebotes del arco sobre las 4 cuerdas, o el efecto «flauta» en el juego de armónicos, desarrollando el tema de apoyo también en el Rondó. Todo ello fue ejecutado con enorme limpieza y, aunque es normal, creemos que se acusó algo de fatiga en las innumerables repeticiones del chispeante tema, así como también en algunos finales de frase relampagueantes, e increíblemente difíciles de ejecutar, en especial en este duro repertorio. El concierto concluyó con solista y director celebrando con hermoso rubato, bien sincronizados, la pimpante cantabilidad de este gran concierto, entre ovaciones sinceras de todos al final de la primera parte.


   La Joven María Dueñas, protagonista absoluta de la velada, no quiso irse sin dejar noticia de su madurez artística, y encaró nada menos que la Tercera sonata en re menor de Eugen Ysaye, cuyo sobrenombre es Ballade. Esto fue casi el plato fuerte del concierto para el que suscribe, pues la caja de las herramientas se abrió de nuevo; ahora para dar testimonio de las bellas disonancias, los inusitados sforzandi, o las tremendas agilidades que cumplían sobre todo con el propósito expresivo. De paso, las dinámicas se abrieron como el mar revelando los mayores recursos para esta joven prometedora. Cómo se dice vulgarmente: una pasada.

   Tal vez quede algún detalle por trabajar y mejorar; todo buen violinista, lo tiene claro, y es que esta es la esencia del virtuoso, máxima autoexigencia e inconformismo.

   El otro gran protagonista de estas jornadas ha sido Iván Bessonov, otro milenial avalado por sus triunfos en varios certámenes internacionales. Para el inmortal Concierto nº 2 de Rachmaninov presentó un estilo serio, profundo, y ortodoxo; muy ruso. En la orquesta Spivakov le apoyó en el tempo, amplio y escanciado, pero no en las dinámicas, inmisericordes en ocasiones con el solista; no está cómodo este director con el fraseo detallado y cadencioso. Pese a algunos portamentos innecesarios, y otros accidentes estilísticos, la nacional filarmónica rusa dio ahora su mejor respuesta orquestal.

   El primer movimiento fue literalmente perfecto, incluyendo la necesaria capacidad interpretativa del joven pianista. Así que toda la poesía e infinita belleza que Don Sergio puso ahí, fue bien aprovechada. Desde luego, Bessonov no toca como un virtuoso, pero sí como un músico romántico verdadero, lo que es un signo contradictorio en un chico tan joven, y sin embargo, muy de agradecer en estas obras maestras que son para “cantar”. En el adagio lo disfrutamos todo, con un sonido relativamente grande de graves perfectamente apoyados y redondos, tanto en los acordes cómo en los pasajes arpegiados. Había mucho trabajo que hacer en el gran Allegro scherzando final, lástima que no siempre hubo conjunción para ayudar al bellísimo sonido del pianista. Era osado el tempo tan lento elegido, y pasó lo que tenía que pasar; en la sección central de acompañamiento antes del grupo conclusivo la cosa se desmayó en exceso y, por momentos, se caía como un huevo estrellado en la pared. A destacar la brillantez del instrumentista en el juego de graves acentuados y fugados de este movimiento.


   Cómo exponente de su estilo, y cómo curriculum para el futuro de su carrera nos dejó una propina Deliciosa: Traumeren de las Kinderszenen de Robert Schumann, a ese tempo de pianista maduro que «sabe lo que hace», y con emocionante musicalidad y gran madurez. El hilo del legato, de la melodía, nos envolvió completamente, sobre todo en la repetición todavía más conmovedora que la exposición si cabe. Que estupendo jalón a su actuación!

   Pero mirando de nuevo a la orquesta, recordemos que todo había empezado en el primero de los dos conciertos con la Danza Navarra del ballet de Le Cid de Jules Massenet, donde en algún momento parecíamos estar oyendo más a Glazunov que al exquisito compositor francés, bien es verdad que este fragmento estaba elegido de forma deliberada por su españolidad exótica, característica del XIX, y de forma evidente por su frenesí rítmico, que fue severamente acentuado como denominador común de esta orquesta y director. Desde luego que el refuerzo del ritmo sobre la línea, y la cantidad de sonido empleada no favorecieron la mediterraneidad de la Música francesa, que debió habérsenos presentado algo más fina, y no tan explosiva.

   Al fin esta fue una de las características de las dos sesiones; danzabilidad, ritmo, y alta expresión dinámica; lejos de un enfoque más sinfónico, dejaron correr la tradición rusa balletística, y las maneras teatrales de las orquestas rusas en el foso.

   En formación alemana, como si del foso de un teatro se tratase, se interpretaron los apéndices del 3er acto del Ballet de ballets. Presentaron los rusos y su director, siempre con gesto intuitivo y practicón pero efectivo, un sonido grande y homogéneo entre familias. La obra trillada, y aparentemente dominada por la orquesta, no siempre fue presentada con la máxima prestación sonora, en ocasiones no se producía el empaste, en ocasiones las cuerdas no acababan de cuajar sus frases, etc… cosas de las primeras noches de gira. Nos ofrecieron una versión muy teatral con poco sinfonismo, exaltando una elevada métrica y el ritmo, cosas más de bailarines que de plantilla orquestal. En algún momento llamaron la atención las potentes maderas frente al típico metal ruso, de característica coloración ácida y algo desabrida que un director debe saber llevar. Cómo ejemplo de algunos aspectos interpretativos mejorables podríamos citar una mayor finura para las cuerdas en las czardas, o evitar extremos tan remarcados de pandereta en el tempo di bolero. Afortunadamente los solistas de oboe y trompeta, bien preparados, brillaron en sus intervenciones solistas de la Napolitana. Pero lo más acertado fue el trío de la Mazurka final, donde se tocó con exquisitez y fraseo verdadero.

   El concierto acabó con Cascanueces en dos de sus números más famosos; el trepak y el Pas de Deux. Tal y cómo se tocaron parecían ya bises, donde el público baja la guardia y los pecadillos se perdonan. No, no vino la increíble emoción, ni el fuego arrasante, por el contrario, sí algunos ataques duros de cuerdas y metales, faltando arco expresivo o naturalidad en el aliento. El recuerdo imborrables nos vienen a muchos, cuando en esta misma sala hace años los míticos Temirkanov, Svetlanov, o Fedoseyev  atacaban casi desde el pasillo de Salida los arpegios de contrabajos y arpas, y muchos nos mirábamos diciendo: «allá vamos». ¡Aquellas eran orquestas rusas! De entonces, sólo nos queda ya la Fca. de San Peterburgo, y esos maestros; o retirados, o ya en el recuerdo.

   Ordenado, pero fogoso estuvo el director en el gran poema Romeo y Julieta (obertura- fantasía, siempre me ha parecido escaso para tal genialidad, y en aquellos tiempos, la frontera era ya muy delgada entre ambos géneros). Esa tarde Los primeros violines parecían otros y fueron los mejores en este fragmento. Muy especial contribución dieron los chelos que mantuvieron la afinación y el estilo ruso de fraseo, arrastrando con ellos al resto de la cuerda. Otro capítulo fueron el arpa y la percusión; exagerados estos, y ruda aquella en el adagio de amor. La obra había sido fielmente planificada en origen, pero de nuevo unos indeseables portamentos, alejados de la tradición rusa, nos fastidiaron en el clímax.

 
   La Quinta sinfonía en mi menor fue, ante todo, puro Tchaikovski, con pulso y fuego, pero también canto y línea en el Andante- Allegro inicial, para evitar el barullo, o correcalles de otros momentos citados. La sinfonía fue sin duda bien ensayada y nos regocijamos en el resultado. Llegaron un esperado y espectacular solo de trompa y su correspondiente engarce con el clarinete en el Andante Cantabile, y de nuevo los chelos sacando la cara por toda la orquesta incendiaron el prodigioso fragmento. No faltó el solista de trompeta que estuvo de nuevo perfecto con el tema del destino. El límite se halló tras el clímax sonoro en los pizzicatti, y la posterior entrada en «ppp» de los violines… y no, no pudo ser. Esto habría cambiado el sentido del concierto, lo que pudo haber sido delicioso se quedó en simplemente bueno. Como ejemplo de ello, en la codetta del Vals habríamos esperado mejores acentuaciones, y un fraseo delicado y especial. A favor de Spivakov debemos recordar que se empeñó en hacer toda la sinfonía concentrado y attacca en cada pausa para evitar ruidos estúpidos, y distracciones innecesarias. Y en el Finale marcó alla rusa: fuego, pasión y chispas con fuertes aceleraciones, pero por segunda vez sin los matices del esperado maná musical.

  En ambas veladas orquesta y director buscaron árnica en los bises con buenos guiños al público, que naturalmente quedó encantado. Muy meritoria, aunque algo errada, la histórica primera ejecución rusa del Intermedio de La boda de Luís Alonso en nuestro auditorio. Mucho más acertada la imponente Lezginka más conocida cómo danza georgiana del ballet Gayaneh de Aram Khachaturian, donde pese a una gran contribución general, faltaron algunos aclarados de texturas, y diseños folclóricos más limpios.

   Nos quedamos cómo la noche anterior a punto de llegar a tierra, pero muriendo en la orilla.

Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica

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