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Crítica: María Joâo Pires con la Orquesta de París bajo la dirección de Daniel Harding en el Auditorio de Oviedo

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Autor: F. Jaime Pantín
15 de mayo de 2018

Magnífico y esperado retorno de María Joâo Pires

   F. Jaime Pantín
Oviedo. 12-V-2018. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de Piano Luis G. Iberni. Maria Joâo Pires. Orchestre de Paris. Daniel Harding, director. Obras de Beethoven y Brahms.

   El último concierto de las Jornadas de piano Luis G. Iberni supuso el reencuentro con uno de los mitos vivientes del teclado, la pianista portuguesa María Joâo Pires, que acompañada en esta ocasión por la Orquesta de París y el director Daniel Harding, volvía a interpretar el Concierto en do menor op. 37 de Beethoven, uno de sus predilectos y más adecuados a su estilo pianístico. En esta ocasión María Joâo Pires se presentó sin el piano Yamaha que la ha acompañado en sus conciertos estos últimos años optando -en sabia elección- por el Steinway del Auditorio, instrumento más idóneo y capaz para abordar la confrontación con la orquesta en una obra densa, de la que los intérpretes supieron extraer todo el dramatismo que atesora.

   Resultó realmente emocionante volver a escuchar a esta pianista de manos pequeñas y corazón enorme, que destila humanidad y produce belleza con la misma sencillez y naturalidad con la que se mueve en el teclado, amparada por una técnica de eficacia sorprendente en la que unos dedos de infalibles precisión parecen moverse dirigidos por un brazo que se alinea con la mano en una búsqueda permanente del equilibrio perfecto, produciendo un sonido poderoso y penetrante, a la vez que sutil y matizado, y posibilitando la cantabilidad permanente en cualquiera de los diseños pianísticos abordados. Arpegios de transparencia ejemplar, escalas de musicalidad absoluta -muy por encima de los ideales clásicos del virtuosismo- y trinos de redondez inusual y estricto control métrico en el que las notas pueden contarse, sentirse y casi beberse en su líquida transparencia. Sonido plateado, de luz inconfundible, en el que una muy peculiar pedalización juega un papel fundamental en su conformación, con un pie derecho que, convertido en una mano más, parece gravitar sobre el pedal en una gama inagotable de posibilidades de toques y presiones, tan solo comparables a la propia necesidad del aire en la respiración.

   Con estos mimbres, la pianista portuguesa, en admirable conjunción con Harding y su orquesta, presentó un Beethoven intensamente dramático, perfectamente expuesto ya desde la larga introducción sinfónica, más larga, si cabe, por el tempo concentrado, poderoso y sombrío -absolutamente convincente- impuesto por el director, auténtica base para una versión de hondo calado como la que escuchamos. Todas las fuentes originales coinciden en establecer el compás 4/4 para este primer movimiento Allegro con brio, si bien la tradición interpretativa de este concierto ha considerado el compás alla breve desde la edición de Breitkopf & Hartel de 1862, gustosamente aceptada por tantos directores y pianistas que, en la búsqueda de la fluidez, acaban encontrando la superficialidad.

   En esta ocasión asistimos a una interpretación  sin concesiones en la que la protesta y la amargura prevalecen sobre la brillantez y la luminosidad -sin rehuir por momentos la aspereza, con una cadencia del piano de dramatismo agónico, un Largo de flexibilidad constante en el tempo y de belleza sublime en su cantabile infinito y un rondó que- lejos de buscar la liberación- recupera los interrogantes dramáticos del primer movimiento, si bien Beethoven, en un probable guiño al Mozart del Concierto en re menor, culmina alla bufa una obra marcada por el más hondo patetismo.

   Versión admirable por intensidad, perfección y cohesión camerística, e igualmente admirable la versión ofrecida por Harding y su Orquesta de la Tercera sinfonía op. 90 de Brahms, también contenida en el tempo y de fuerza esencial, en la que el lirismo convive con la pasión y el anhelo, en una interpretación profundamente concentrada y de un solo trazo, en la que la orquesta mostró todo su potencial, la riqueza fastuosa de unas cuerdas de empaste perfecto, y la calidad y expresividad de un viento con equilibrio sin fisuras y claridad asombrosa en todos sus registros. Pasión, entrega y plenitud que se repitieron en el bellísimo Nimrod de Elgar que ofrecieron fuera de programa.

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