Maria Stuarda (Donizetti). 26/04/2013. Palacio Euskalduna, Bilbao.ABAO
ABAO llegaba a la recta final de su temporada, tras el paréntesis de marzo, con el atractivo debut de Sondra Radvanovsky en el rol de la Maria Stuarda de Donizetti. El resultado quizá no haya sido todo lo brillante que cabía esperar, aunque desde luego la soprano canadiense ha hecho los deberes en su estreno con el papel. Seguramente la sensación general de asistir a una representación un tanto rutinaria se deba al lastre de una propuesta escénica vacía y pretenciosa, puesto que tanto el reparto vocal como el foso estuvieron, por lo general, a una altura digna, aunque sin alardes.
Radvanovsky posee un instrumento privilegiado: grande, denso, pastoso, esmaltado y de un color singular. Es además una intérprete dueña de una técnica generalmente solvente, que le permite recoger esa enorme voz hasta recogerla en un hilo, con diminuendi y filati de primorosa factura. El agudo es a menudo brillante y poderoso, aunque aparecen esporádicas tensiones o señales de fatiga a lo largo de la representación. Las agilidades no son el fuerte de Radvanovsky, si bien las resuelve con suficiente soltura, habida cuenta del voluminoso instrumento que se ve obligada a domeñar. La coloratura no es así sutil, pero se esfuerza al menos en remarcarla. Destaca de modo sobresaliente, sin la menor duda, en los pasajes de canto spianato, allí donde puede dosificar y regular a placer el flujo de aire, dibujando el fraseo, haciéndolo flotar, como suspendiendo el sonido. Nos dejo así una gran escena final, en el patíbulo. Durante la representación la encontramos algo distante, estoica, en los recitativos, y con esporádicos problemas en la dicción, que nunca ha sido su fuerte, merced a la singular colocación de su voz. En todo caso, matices menores que no afectan demasiado a una valoración global notable de su primera Stuarda. Admite, eso sí, una mayor recreación dramática, por un lado, y adolece de algunas limitaciones vocales, en los pasajes de belcanto más ágil y resuelto, donde el voluminoso instrumento de Radvanovsky penaliza un tanto su recreación. Bravísima, en todo caso, aunque para nuestro gusto su voz luce siempre más en el repertorio verdiano que en estas páginas de Donizetti y Bellini.
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