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[C]rítica: Marin Alsop debuta al frente de la Orquesta y Coro Nacionales de España

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
7 de noviembre de 2018

«Un resultado sobresaliente para un programa complejo e interesante, lejos del repertorio trillado»

La larga espera mereció la pena

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 2-XI-2018. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Carlos Mena (Contratenor), Daniel Oyarzabal (Órgano). Directora musical, Marin Alsop. Fantasía sobre un tema de Thomas Tallisde Ralph Vaughan Williams. Salmos de Chichester de Leonard Bernstein. Sinfonía n° 3 en do menor, op. 78, «con órgano» de  Camile Saint-Saëns.

   Tras los cuatro primeros conciertos de la temporada dedicados a obras de gran calado, con el quinto llegamos al primero que podemos considerar como un collage, y es que a pesar del título del mismo «Dios a través del caleidoscopio», es difícil encontrar relación entre las tres obras de autores tan dispares como Ralph Vaughan Williams, Leonard Bernstein y Camille Saint-Saëns.

   A priori había dos aspectos muy relevantes en este concierto. El primero era la única presencia en la temporada de música compuesta por Leonard Bernstein. Es difícil de justificar que toda una Orquesta Nacional despache el centenario del inmortal Lenny con una sola obra, cuando las centurias más relevantes del planeta, y no solo las más relacionadas con él –Filarmónicas de Nueva York, Viena o Israel– aprovechan la efeméride para repasar sus obras más significativas.

   El segundo aspecto de interés era el debut –tardío, todo hay que decirlo– en el podio de la OCNE de Marin Alsop, no por el hecho de ser una mujer –algo que con el tiempo ha dejado de ser noticia gracias entre otras a Eve Queler, a Simone Young, a Susanna Mälkki, a Alondra de la Parra a ella misma, por mencionar algunas de las más relevantes–, sino porque de todas ellas, es probablemente la que lleva una carrera más destacada.

   Alumna del propio Leonard Bernstein en sus últimos años, sorprendió al mundo musical en 1989, cuando tras sus estancias en la Julliard School y en la Universidad de Yale, fue la primera mujer en ganar el «Premio a la Dirección Koussevitzky» del Centro Musical de Tanglewood, tan ligado a la Orquesta Sinfónica de Boston. A partir de ahí empezó una carrera que con los años le ha llevado a los podios de casi todas las orquestas de primer nivel, a ser protagonista en dos ocasiones de un concierto tan mediático como The last night of the PROMS, y a su nombramiento como directora de la Orquesta Sinfónica de Baltimore, centuria que hasta su llegada miraba de lejos a las Big Five y que hoy en día, las puede mirar casi de «igual a igual».

   La primera parte comenzó con la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis del británico Ralph Vaughan Williams. Compuesta en 1910, poco después delapremier en Leeds de su Sinfonía marina, el propio autor la estrenó con gran éxito el 10 de septiembre en la Catedral de Gloucester dentro del Festival Tres Coros. El éxito continuó durante todo el S.XX siendo una de sus obras más populares. La obra está escrita exclusivamente para cuerdas, aunque con tres formaciones distintas: la orquesta en sí –en formación 14/12/10/8/6–, el cuarteto de solistas que se mantuvieron en sus sitios habituales, y una tercera formación de nueve miembros (dos violines primeros, dos segundos, dos violas, dos violonchelos y un contrabajo) que la directora norteamericana situó en la parte superior derecha del escenario. Con esta separación física, Vaughan Williams quiso similar los sonidos de un órgano.

   Marin Alsop, con gestos claros y sencillos –que en ciertas ocasiones nos recordaban a los del propio Bernstein– hizo una lectura bella y diáfana de la obra. Con poco más que la mirada resaltó los continuos juegos orquestales en que las tres secciones dialogan entre sí. La cuerda fraseó con convicción y empastó con belleza, aunque el sonido no siempre estuvo a la altura de otros días. La neoyorquina pareció mas interesada en el discurso musical que en el cuidado tímbrico.

   A continuación nos esperaban los Salmos de Chichester, una de las obras más representativas de Leonard Bernstein. Compuestos en 1965 para el Festival Southern Cathedrals, que aquel año tuvo lugar en Chichester –aunque el director la estrenó un par de semanas antes en el Lincoln Center neoyorquino en un concierto donde también interpretó su Serenade y su Segunda sinfonía, La edad de la Ansiedad –es una obra que exalta la bondad de la vida y la misericordia eterna. En ella se canta a Dios, al amor y a la fraternidad entre los pueblos. Dadas las condiciones del espacio de la catedral –no cabía una orquesta completa– Bernstein prescindió de maderas y trompas lo que redunda en una sonoridad muy especial. El Coro sin embargo sí es completo. Fue su primera obra tras el estreno de Kaddish, su tercera sinfonía, y los textos están extraídos del Libro de los Salmos.

   En la actualidad, Marin Alsop es probablemente la adalid de la música de Lenny. En este año del Centenario, interpreta su obra por auditorios de todo el mundo. Su dominio de la obra fue absoluto. Desde el agitado comienzo, con las campanas disonantes y el coro cantando el Salmo 108, hasta el hipnótico Amén final, pasando por el dramático preludio del tercer movimiento o la angelical descripción del mismísimo Rey David –interpretado por un discreto Carlos Mena–, nada escapó al control y a la intensidad de la neoyorquina. La orquesta desplegó brillantez, con especial relevancia para la percusión y las arpas de Laura Hernández y Bleuenn le Friec. El Coro demostró una vez más el dulce momento que atraviesa, y el cuarteto solista compuesto por Rosa Miranda, Manuela Mesa, Xabier Pascual y Álvaro de Pablo, se comportó como tal.

   En la segunda parte del concierto retrocedimos al S.XIX con la Sinfonía n° 3 en do menor, opus 78, con órgano de  Camile Saint-Saëns. Estrenada por él mismo en Londres en 1886, cuando el compositor era ya cincuentón, es la única de sus sinfonías que ha perdurado. La presencia del órgano en las segundas partes de cada uno de sus dos extensos movimientos, resalta la belleza y la espiritualidad de la obra, aunque no todo queda ahí. El parisino compuso una partitura de gran inspiración donde a un arranque oscuro, casi de adagio brahmsiano, decarácter dramático, de tensión variable, que poco a poco se va suavizando, le secundan toda una serie de bellas melodías, que desembocan en el maravilloso Adagio donde cuerdas y órgano se ensamblan con la maestría que solo un gran instrumentista como él –no olvidemos que siguió tocando el órgano toda su vida, y que entre otras cosas, el 14 de enero de 1900  estrenó el órgano de la iglesia parroquial de Santa María de Guía, en una de sus numerosas estancias en Gran Canaria–  era capaz de conseguir.

   Al igual que en la obra de Bernstein, la Sra. Alsop nos volvió a ganar con un dominio absoluto de la partitura –la interpretó de memoria– y con su enorme destreza narrativa. Hubo tensión, relajación, refinamiento tímbrico, y una perfecta sintonía con el organista Daniel Oyarzabal. La coda del primer movimiento fue de gran belleza, y en el Allegro maestoso con que arranca el segundo, la orquesta brilló a un gran nivel, destacando la sección de violonchelos y el cuarteto solista de maderas. El scherzo fue chispeante, con preciosos arpegios del piano. La repetición del Allegro, de características parejas al inicial, desembocó en el Maestoso final donde la labor de construcción de la Sra. Alsop–con cuerdas, piano a cuatro manos y el imponente órgano de Oyarzabal en estado de gracia–, su cálido fraseo y su impulso natural dieron como resultado una gran versión.

   El público respondió con vítores y cálidos aplausos. Hemos tenido que esperar mucho para ver a Marin Alsop con la OCNE pero la espera mereció la pena. Un resultado sobresaliente para un programa complejo e interesante, lejos del repertorio trillado.

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