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Mario del Monaco: Una fuerza de la naturaleza

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Autor: Carlos Abeledo
27 de julio de 2015

Una semblanza del gran tenor italiano cuando se cumplen 100 años de su nacimiento.

MARIO DEL MONACO: UNA FUERZA DE LA NATURALEZA

Por Carlos G. Abeledo

   El 27 de Julio de 1915 venía al mundo en Florencia Mario del Monaco en el seno de una familia acomodada y amante de la música. Se cumplen pues cien años del nacimiento de uno de los cantantes italianos más carismáticos del siglo XX, el tenor dramático por excelencia, muerto en Mestre (pueblecito cercano a Venecia) el 16 de octubre de 1982 a los 67 años de edad de un infarto de miocardio consecuencia de un grave problema renal que padecía desde hacía años. Y que había de alguna manera forzado su retirada en 1975, aunque ya desde 1972 había ido disminuyendo el ritmo de sus actuaciones. Se sabe que Franco Corelli, uno de sus grandes rivales, fue portador del féretro en los funerales y que Renata Tebaldi, colega en tantas y tantas óperas, se desmayó en la iglesia durante la ceremonia religiosa, pronunciando su nombre “Mario…Mario…”, como si estuvieran interpretando una vez más Tosca. Dos detalles que demuestran que era muy querido por sus colegas, a pesar de su carácter algo fanfarrón y prepotente.

   Con afición por el canto desde pequeño, encontró en su madre, que tenía una hermosa voz de soprano, una perfecta aliada. Y así, de vuelta en Italia, en Pésaro, tras unos años en Trípoli donde tuvieron que trasladarse por obligaciones laborales del cabeza de familia, el pequeño Mario ingresó en el Conservatorio de la localidad donde comenzó recibiendo clases de violín, advirtiendo su profesor, el maestro Raffaelli, las grandes cualidades que tenía para el canto. Otro profesor de dicho Conservatorio, Arturo Melocchi, fue su primer maestro de canto y quién le enseñó los principios técnicos del mismo. Una beca de estudios le permitió en 1936 hacer un curso de perfeccionamiento en el Teatro de la Ópera de Roma, del cual volvió totalmente confuso al encasillarlo los profesores como tenor lírico-ligero. Con la ayuda nuevamente de Melocchi recompuso su técnica vocal, logrando debutar con la ópera Cavallería rusticana en 1939 en el Teatro Comunale de Cagli, y cantando a primeros de enero de 1941 Madama butterfly en el Teatro Puccini de Milán.

   Sin querer quitarle méritos a Melocchi, que fue decisivo en la carrera del tenor, hemos de decir que Del Monaco fue en gran parte un autodidacta, estudiando en casa con grabaciones de Caruso, Gigli y Fleta, acompañándose él mismo al piano. Una vez finalizada la 2ª Guerra Mundial, durante la cual alternó como pudo la carrera de cantante con el servicio de las armas, empezó ya sin interrupciones su carrera debutando en La Scala de Milán en 1946 con Andrea Chenier y cantando en 1947 una Aida en la Arena de Verona con gran éxito. A partir de ahí su carrera fue ya imparable, cantando en los principales teatros de Italia y de Europa, para dar el salto a América a principios de los años cincuenta y convertirse en un ídolo en el Metropolitan de Nueva York, donde cantó mas de cien óperas. Aunque compartió escenario con todas las grandes cantantes de su tiempo, formó a menudo pareja artística con Renata Tebaldi, en franca competencia con la formada por María Callas y Giuseppe Di Stéfano. Como tenor, junto a este último, dominó la escena operística internacional hasta la aparición de Franco Corelli y Carlo Bergonzi.

   De complexión fuerte, con una gran caja torácica, de estatura mas bien baja (que disimulaba en el escenario con calzas siempre que el papel se lo permitía) y de personalidad exuberante y arrolladora, estaba en posesión de una voz de gran volumen y extensión al mismo tiempo que de gran belleza. Voz de “broncíneas resonancias” como decían sus exégetas, repleta de armónicos, que llegaba sin problemas al Do4 y cuyos La3 y Sib3 eran auténticos cañonazos. Poseedor de un centro y graves igualmente poderosos y de hermosísimo timbre, casi baritonal, era una voz en cualquier caso peculiar y única, que le permitía incluso cantar con lucimiento el aria para bajo de La bohème “Vechia zimarra” en su tono original, como se puede comprobar en la grabación que hizo de dicha pieza.

   Una voz tan caudalosa era difícil de dominar, aunque él lo intentaba y en muchas ocasiones, no todas, lo conseguía. Era su “talón de Aquiles”, que sus detractores se encargaban de magnificar olvidándose de sus innegables virtudes. Virtudes que cuando estaba dirigido por maestros que lo sabían encauzar, como Tullio Serafin, Victor de Sabata, o Gianandrea Gavazzeni, le permitían alcanzar un alto nivel interpretativo. Las óperas que cantó en escena se acercaban a las 50, aunque los títulos mas habituales no llegaban a la treintena. Su fuerte eran las óperas veristas como Cavalleria rusticana (Mascagni), Pagliacci (Leoncavallo), Adriana Lecouvreur (Cilea), Andrea Chenier (Giordano), Manon Lescaut, Tosca, Madama butterfly, Il tabarro y Turandot (Puccini). También  destacaba en repertorios mas belcantistas como Norma (Bellini), Carmen (Bizet) y La Gioconda (Ponchielli). Y por supuesto en las mas heroicas de Verdi como Trovador, La forza del destino, Aida y, sobre todas, Otello. Nada menos que 427 veces cantó dicho papel en distintos teatros de todo el mundo, estando considerado como uno de los mas grandes intérpretes del Moro de Venecia de todos los tiempos. También se atrevió con Wagner, cantando en distintas ocasiones, aunque en italiano, Lohengrin y La valquiria, si bien esta última también la cantó en alemán en alguna ocasión.

   Dejó abundante discografía, tanto “pirata”(más de 100 grabaciones), como de estudio, así como muchos discos de arias y canciones, casi todas con la casa DECCA. Entre las óperas completas merecen destacarse Adriana Lecouvreur, con Renata Tebaldi, Giulietta Simionato y los Coros y Orquesta de la Academia Santa Cecilia de Roma, dirigidos por Franco Capuana; Andrea Chenier, nuevamente con Renata Tebaldi, Fiorenza Cossotto y Ettore Bastianini, con la Orquesta y Coros de la Academia Santa Cecilia de Roma, dirigidos por Gianandrea Gavazzeni; Carmen, con Regina Resnik, Joan Sutherland, Tom Krause, Coros del Gran Teatro de Ginebra y la Orquesta de la Suisse Romande dirigidos por Thomas Schippers; Pagliacci, con Gabriella Tucci, Cornell MacNeil y los Coros y Orquesta de la Academia Santa Cecilia de Roma dirigidos por Francesco Molinari Pradelli; Cavalleria rusticana, con Giulietta Simionato, Cornell MacNeil y la Orquesta y Coros de la Academia Santa Cecilia de Roma dirigidos por Tullio Serafin; La fanciulla del west, con Renata Tebaldi, Cornell MacNeil y Giorgio Tozzi, Orquesta y Coros de la Academia Santa Cecilia de Roma, dirigidos por Franco Capuana; La forza del destino, con Renata Tebaldi, GiuliettaSimionato, Ettore Bastianini y Cesare Siepi, nuevamente la Orquesta y Coros de la Academia Santa Cecilia de Roma, dirigidos por Francesco Molinari Pradelli; Manon Lescaut, con Renata Tebaldi y Fernando Corena, Orquesta y Coros de la Academia Santa Cecilia de Roma, dirigidos nuevamente por Francesco Molinari Pradelli; La Gioconda, con Anita Cerquetti, Giulietta Simionato, Ettore Bastianini y Cesare Siepi, con Gianandrea Gavazzeni al frente de los conjuntos del Maggio Musicale Fiorentino y, por último, Otello, con Renata Tebaldi y Aldo Protti, Coros de la Ópera Estatal de Viena y Orquesta Filarmónica de Viena, bajo la dirección de Herbert von Karajan.

   Pero independientemente de por sus grabaciones, independientemente de por sus actuaciones en directo por todo el mundo, independientemente de por sus grandes virtudes canoras y también de por sus defectos, Mario del Mónaco siempre será recordado por su arrebatadora personalidad y gran magnetismo, circunstancias todas ellas que le procuraron multitud de enfervorizados seguidores, convirtiéndole para siempre en un tenor de culto. Tenor que no tuvo ningún empacho en decir cuando le preguntaron por unas declaraciones de Plácido Domingo en las que este se postulaba como su heredero “que él cantaba todos los días de la semana y no solo el Domingo”.

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