Por Nuria Blanco Álvarez / @miladomusical
Oviedo. 21-II-2019. Teatro Campoamor. XXVI Festival de Teatro Lírico Español. Maruxa, Amadeo Vives. Carmen Romeu, Rodrigo Esteves, Miquel Zabala, Svetla Krasteva, Jorge Rodríguez-Norton. Oviedo Filarmonía. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Pablo Moras, director de coro. Paco Azorín, director de escena. José Miguel Sánchez Sierra, director musical.
“Égloga: Composición poética del género bucólico,
caracterizada por una visión idealizada de la vida rústica,
y en la que suelen aparecer pastores que dialogan acerca de sus amores”.
Comienza un año más, y ya van XXVI, el Festival de Teatro Lírico Español del Teatro Campoamor de Oviedo y lo hace, una vez más, con lo que ya parece una costumbre, la puesta en escena de una obra que nada tiene que ver con su original. En este caso, se representó la ópera española Maruxa, una égloga lírica en dos actos, en una nueva producción del Teatro de la Zarzuela, que la temporada pasada cosechó una oleada de críticas por su descontextualizada puesta en escena y que en el coliseo asturiano fue recibida con absoluta frialdad.
Y es que, esta historia de amor de carácter pastoril, entre Maruxa y Pablo, escrita a principios del siglo pasado (estrenada como zarzuela en el Teatro de la Zarzuela en 1914 y como ópera al año siguiente en el Teatro Real) y ambientada originalmente en los campos gallegos, se traslada ahora a una extraña sala con una larga mesa al fondo para la reunión de los ejecutivos de una empresa petrolera de los años 70. Ni rastro de la ovejita «Linda» -mencionada hasta la saciedad en el libreto y objeto del primer tema interpretado por Maruxa mientras se supone que la peina y engalana-, ni verdes prados donde desarrollar la acción del primer acto, aludidos constantemente en el texto, ni paisaje gallego, ni pastores por ningún lado, pues todo el mundo en escena vestía de traje y corbata. Se imaginarán ustedes las constantes incongruencias texto-escena que se sucedieron. Pero aún hay más, en el segundo acto, los protagonistas de la escena fueron los voluntarios, uniformados con monos blancos, que limpiaron el chapapote de las playas gallegas tras el desastre ecológico de 1976 con el accidente del buque Urquiola. Curioso que ni siquiera el acercamiento temporal de la obra lo trasladara al menos al desastre del Prestige en 2002, aún en la memoria colectiva de los españoles a pesar de haber transcurrido casi 17 años desde entonces. En realidad, da igual uno que otro, ninguna de ambas catástrofes tienen relación alguna con la historia de Maruxa, por muy gallegos que todos sean.
Una vez más un director de escena, ahora es Paco Azorín, se erige como frustrado autor contaminando a su antojo una obra original, en este caso del libretista Luis Pascual Frutos. Si a un director de escena no le convence una obra, que no la haga, hay más de 15.000 zarzuelas en los archivos de la SGAE esperando volver a ver la luz. Y si desea mostrar su talento creativo, que haga una nueva… si sabe. ¿Por qué en el caso de la zarzuela hay quien se cree con la capacidad moral y artística de modificarla a su antojo? En los últimos años este hecho se está convirtiendo en una costumbre. Y es que esto tiene unas graves consecuencias, mucho más allá de una lucha de egos, sobre las que no parece haberse reflexionado. Estamos hablando de nuestro patrimonio lírico nacional, que deberíamos conservar, mimar y dar a conocer en todo su esplendor, sintiéndonos orgullosos de este elemento diferenciador de nuestra música española, que ha formado parte de nuestra cultura desde hace siglos e incluso de la vida cotidiana de tanta gente, ¡cuántas personas han crecido escuchando piezas de zarzuela en su casa, siendo canturreadas como parte del repertorio familiar, cual villancicos en Navidad!, ¡qué normal era asistir a una representación de zarzuela para pasar la tarde! Ahora, nos lo ponen cada vez más difícil. En el propio Teatro Campoamor, hace menos de una década se representaban 8 funciones por título, nos hemos quedado con 2. Antes se llenaban, y ahora también, pero, tienes suerte si alcanzas a comprar una entrada antes de que se agoten. Al público le gusta la Zarzuela, demanda Zarzuela, pero parece que ese sello «made in Spain» pica en algunos sectores que tratan de boicotearla con piel de cordero… o de lobo. No es de recibo que el Ayuntamiento de Oviedo haya tardado tantos meses en sacar a la venta los abonos de la zarzuela, frustrando estrategias de marketing tan básicas como promocionar un abono como regalo perfecto en época navideña, por ejemplo. Tampoco lo es intentar justificar las «adaptaciones» de obras originales argumentando la necesidad de actualización y acercamiento al público, flaco favor se hace a la Zarzuela. Si ponerte un pantalón vaquero y cambiar por completo una historia, por no hablar de los nada infrecuentes añadidos musicales al antojo de los directores, es acercar al público la zarzuela, es que se peca de una ingenuidad supina, simplemente porque lo que se ofrece, en la mayoría de estos casos, no es Zarzuela. Eso no es sembrar, eso es engañar. Ahí tienen mucha responsabilidad los gestores, no olvidemos, trabajadores para entidades públicas, cuyos criterios de selección no parecen estar basados en cuestiones culturales y de calidad, por no decir que muestran que desconocen, o peor aún, que les da exactamente igual, el público, que, como en el caso de Oviedo, lleva ya 26 años asistiendo a estos espectáculos; al igual que no parece importarles lo más mínimo los antecedentes en la recepción de las obras elegidas, dándoles igual si ya fueron pateadas o no. ¿Cuál es el criterio entonces de la selección de obras a representar?
Volviendo a Maruxa, nos encontramos además con una más que deficiente dirección de escena del propio Azorín, en la que no se vela en absoluto por las voces en escena. Uno de los más afectados fue sin duda Miquel Zabala como Rufo, que hubo de cantar desde el primer piso del teatro, el pasillo lateral del patio de butacas y al fondo del escenario, lugares poco favorecedores para su frágil voz. En justicia, debemos decir que, aunque Azorín no contribuyó a mitigar en medida alguna esta deficiencia del bajo, la cuestión no es otra que la poca calidad de esta voz, que no pudo afrontar el papel desde ningún punto de vista. El director musical, José Miguel Pérez-Sierra, tampoco contribuyó en este asunto pues, en general, el volumen de todos los cantantes se vió afectado, y los desajustes rítmicos con la orquesta fueron llamativos en algunos momentos. Tampoco sacó partido a la Oviedo Filarmonía, a la que le faltó contundencia y expresividad. La partitura de Amadeo Vives es tan interesante como compleja para las voces, sometidas a registros agudos nada fáciles de abordar, así la primera intervención del Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo desde el interior, fue tirante y con un tempo tan ágil que resultaba complicada la sincronización de las voces, no obstante, su número del segundo acto resultó reconfortante, aunque inexplicablemente no mereció los honores de los sobretítulos de su texto en pantalla. Carmen Romeu como Maruxa solventó adecuadamente su papel y Rodrigo Esteves en el papel de Pablo convenció con su saludable voz. Jorge Rodríguez-Norton trazó un Antonio con una excelente dicción y proyección vocal, de la que adoleció ostensiblemente Svetla Krasteva como Rosa, a la que no se le entendió absolutamente nada en toda la representación.
Por nuestra parte, continuaremos poniendo en valor nuestro patrimonio lírico español y luchando por su dignificación, y seguiremos asistiendo a la Zarzuela con dos «armas» bien visibles, mi mantón de Manila del brazo y la capa española de mi acompañante. No duden en saludarme si lo ven colgando de mi palco..., al mantón digo, no a mi acompañante.
Fotos: Alfonso Suárez
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