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Crítica: Michael Thomas dirige el «Réquiem» de Mozart en Vélez Blanco

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Autor: José Antonio Cantón
3 de agosto de 2021
Michael Thomas

Minuciosa lectura, mejor conducción

Por José Antonio Cantón
Vélez Blanco, 30-VII-2021. Iglesia Parroquial de Santiago. XX Festival de Música Renacentista y Barroca. Orquesta Ciudad de Almería. Aeonium Ensemble. Solistas: Paula Ramírez (soprano), Alicia Naranjo (mezzosoprano), Vicente Bujalance (tenor) y Andrés Merino (barítono). Director: Michael Thomas. Obras de Mozart y Puccini.

   La presente edición del Festival de Vélez Blanco ha querido cerrar sus jornadas con una cita de carácter elegíaco homenaje a las víctimas de la pandemia de covid-19. Para ello ha contado con la participación de la Orquesta Ciudad de Almería (OCAL) y el coro de cámara Aeonium Ensemble que han interpretado el Requiem de Wolfgang Amadeus Mozart, precedido por la versión orquestal de ese tiempo lento de cuarteto de cuerda titulado Crisantemi, que Giacomo Puccini compuso en 1890 a la memoria de Amadeo de Saboya, que fuera rey de España, fallecido ese mismo año. Esta obra que no estaba prevista inicialmente en el programa pero que maestro Thomas, anunciándola al público, quiso integrarla a efectos de una pequeña introducción.

   Con un grado emocional que destacaba sobre cualquier otro aspecto, la sección de cuerda de la OCAL siguió las indicaciones de su titular con verdadero recogimiento expresivo, traduciendo con sentido y forma el mensaje triste de esta obra del maestro de Lucca poseedora de un acentuado melodismo, hecho que predisponía al oyente a la música que contiene la última e inacabada creación de Mozart, paradigma absoluto en su género, entre otros aspectos, por el concentrado resumen que significa de su personalidad artística.

   Con una disposición del coro en el presbiterio, delante de los metales, sección instrumental que parecía abarcar al conjunto de coralistas y músicos, Michael Thomas se dispuso a dirigir con una gestualidad que irradiaba un planteamiento más intelectual que sentimental, en el que lo profano y lo religioso se fundían en un solo mensaje, resultando así una gran profundidad de su palpitante enunciado seguido por el agitado Kyrie, como un efecto de presentación de tensión y distensión que siguió alternándose en los sucesivos episodios a lo largo del desarrollo de la obra.

   Thomas transmitió con manifiesta tribulación el pasaje Dies Irae queriendo que los sonidos adquirieran naturaleza plástica en esa descripción del fin de los días, como si lo hiciera con una orientación escatológica, logrando así el primer gran aldabonazo efectista de su dirección que, a partir de ese pasaje, iba a transcurrir en un constante y creciente interés. Equilibró con profundidad y distinción contrapuntística las voces masculinas con el trombón en Tuba mirum, ahondando en el secreto de su expresividad. Manifestó gran rigor técnico en la conducción de Rex tremendae, resaltando ese canto obstinado que encierra y que determina la esencia de su mensaje. Quiso mantener en todo momento esa atmósfera contemplativa en Recordare sabiendo dar a los solistas ese protagonismo que pide Mozart. En este ámbito hay que destacar la calidad lírico-ligera de la soprano y la presencia y profundidad de emisión del barítono. Ambos, acaparaban la atención en los registros extremos del cuarteto vocal, favoreciendo el contraste polifónico de este episodio en su integración con el texto litúrgico.

   La interpretación se adentró en uno de los momentos más dramáticos del Requiem; Confutatis. Como queriendo resaltar su sonoridad trágica, Michael Thomas, parecía superar el muy especial e incomparable sentido lírico del genio de Salzburgo, dando la sensación de que sólo su cromático ritmo descendente se adueñara vertiginosamente del efecto que pretende el compositor de comunicar espanto y horror ante la esperada, y no sé si deseada, abducción eterna de la muerte.

   Con un determinante contraste dirigió Lacrymosa, dándole ese aire suplicante, seguro y hasta intenso a su resolución. De manera casi mecanicista trató el pasaje Domine Jesu Christe, imprimiéndole, paradójicamente, un implacable ritmo sin descanso a la curiosa visión serena que quiso dar a su contrapunto. Este hecho dejaba constancia del estudio pormenorizado previo del maestro y su comprensión de la energía a desarrollar en este momento magistral y paradigmático de esta misa de difuntos.

   En las tres partes finales, Michael Thomas derivó a ese destino de reposo que va pidiendo el Requiem preparando al oyente a la reflexión final sobre la grandeza del compositor en su dulce y a la vez resignada despedida, dejando una sensación de respeto, admiración y autenticidad realmente admirable, todo ello fruto de una dirección muy meditada desde un estudio profundo de esta obra maestra del arte universal que ha trascendido lo puramente musical.

Foto: Festival Vélez Blanco

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