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Crítica: Miguel Ángel Gómez Martínez dirige 'Un réquiem alemán' de Brahms en la temporada de la Orquesta y Coro de RTVE

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Autor: Óscar del Saz
20 de marzo de 2017

 UN RÉQUIEM ALEMÁN DE MEDIANA PROFUNDIDAD

   Por Óscar del Saz
Madrid. 17-III-2017. Teatro Monumental. El arte de la emoción. Concierto A/15. Un réquiem alemán, op. 45., Johannes Brahms (1833-1897). Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE (Javier Corcuera, director), Coro de la Comunidad de Madrid (Pedro Teixeira, director) / Isabel Monar (soprano) / José Julián Frontal (Barítono) / Miguel Ángel Gómez Martínez, director.

   Lejos de la posición que mantienen algunos musicólogos y biógrafos de Brahms, lo cierto es que Un réquiem alemán no fue escrito con propósitos exclusivamente litúrgicos, aunque se invoque el nombre de Cristo y se diera la circunstancia de que al comienzo de su composición antecedieran las muertes de su maestro, amigo y protector Robert Schumann y la de su propia madre. Brahms elige la letra con minucioso cuidado partiendo de la Biblia luterana, incluyendo también algunos escritos apócrifos que abundan sobre el tema clásico de la oración fúnebre en el culto protestante como también, aunque de forma menos protagonista, en el católico.

   La obra se compone de siete fragmentos, incluidos el número IV y el V (que incluye la parte de soprano solista), que no figuraban en la primera edición (estreno del Viernes Santo de 1868), y es a finales de ese año cuando se re-estrenan tal y como se conocen actualmente. La quintaesencia de la composición puede dividirse en dos partes: por un lado, los tres primeros números expresan la lamentación y, por otro, los cuatro últimos que hablan del consuelo. Ambas posiciones son eminentemente humanas ante lo trascendental, pero desde un punto de vista sereno, alejado de la ira y el temor de Dios o de la necesidad de la muerte de Cristo para justificar la redención. Es de resaltar que el número I y el número VII abren y cierran el círculo de la composición en una atmósfera de insondable bienaventuranza, aquélla que sólo se alcanza en una vida espiritual en sentido amplio, activa y plena.

   Desde el podio, e instantes antes de atacar los primeros compases de la obra, el propio maestro Gómez Martínez, dedicó la interpretación de la obra al querido y admirado por todos, José Luis Pérez de Arteaga.

   El maestro Gómez Martínez, que dirigió en su totalidad de memoria, propuso una lectura muy transparente desde el punto de vista coral y orquestal, con unos tempi muy ajustados, homogéneos y equilibrados, relativamente lentos en las dos fugas: la del final del número III (Der Gerechten Seelen sind in Gottes Hand), influenciada por las muchas que Bach escribiera, y la otra al final del número VI, más del estilo coral haendeliano (Herr, du bist würdig, zunehmen Preis und Ehre). Resaltamos que quizá unos tempidemasiado homogéneos, incluso en el sexto movimiento, que debería haber transitado más claramente por una más clara diferenciación entre elandante, elvivace y elallegro como marca la partitura. Gracias al alto grado de conjunción, ajuste preciso en las dinámicas e intencionalidad coral en la interpretación de los textos, los números I y VII transmitieron adecuadamente el enfoque y la deseada interconexión mutua. El VII constituyó toda una demostración de maestría en solemnidad, expresividad y dulzura fieles a las acotaciones que se marcan durante todo el número.

   Aunque Un réquiem alemán fue escrito por y para el lucimiento coral, los números II y IV son los que atesoran, a nuestro entender, unas mayores cargas dramática y romántica, respectivamente, y por tanto, son el fiel de la balanza respecto de la profundidad, grado de matización y perfección que deseablemente se ha de alcanzar en su interpretación. A nuestro entender eso sólo se consiguió a medias. Esa medianía fue más acusada en el número II, en el que se tendió más a asegurar que a construir, y menos a trabajar en pos de la compleja profundidad que habita en la obra. Quizá el ser una obra tan compleja, unido a la coyuntura de ser interpretada por dos coros de gran nivel pero que no cantan juntos tan a menudo como sería deseable, no propició que se destapara el tarro de las esencias que da paso a lo sublime, lo trascendente.  

   El número V quedó un tanto deslucido -en relación al intimismo y dulzura necesarios- por la intervención de la soprano solista, que puso a disposición de la pieza una voz un tanto áspera y en ocasiones velada, con dificultades para abordar de forma limpia alguno de los agudos que vuelan por encima de la zona del pasaje, que quedaron fuera de su sitio. A su favor estuvieron la facilidad en el legato y el buscar la acentuación interpretativa sobre la melancolía y el consuelo, que también son inherentes a esta maravillosa pieza donde el coro y la orquestación solamente deben limitarse a arrullar el canto de la soprano.

   Los números III y VI, totalmente enfocados al lucimiento –sobre todo- del barítono, permiten a Brahms, agnóstico convencido, exponer en su obra las claves de la misericordia, la compasión, el consuelo y el optimismo, así como la idea de la muerte y la transfiguración (nos habremos de morir todos, mas todos seremos transformados, en un instante, en un abrir de ojos, al toque de la última trompeta), ideas alejadas todas ellas de los réquiem al uso. José Julián Frontal, poseedor de una bella voz de barítono -quizá demasiado lírico para esta obra-, dibuja en el número III una hierática y convincente exposición de súplica ante el Señor. En los pasajes más graves, donde acomete la explicación de las limitaciones vanidosas y de ansia de riqueza humanas, se echa de menos una voz más adecuada en presencia y densidad. En el número VI, la interpretación queda coartada por ausencia de una mayor paleta dinámica en la proyección y volumen que conduzcan al clímax de la frase final Dann Wird Erfüllt Werden das Wort das geschrieben steht (Y entonces se cumplirá la palabra recogida en las Escrituras) que da paso al forte del coro (la muerte será devorada en la victoria) y al sforzando de la orquesta.

   Un réquiem alemán es capaz de reconfortar, como obra sublime que es, y de acuerdo a los objetivos que se marcó Brahms al componerlo, a la Humanidad entera. Quizá debamos esperar una mejor ocasión para reconfortarnos plenamente con el deleite de esta obra cuya factura balsámica, universal y trascendente es tan difícil de alcanzar en un nivel de verdadera y clarificadora profundidad.

Foto: Fernando Frade/Codalario

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