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Crítica: El pianista español Miguel Ituarte ofrece un recital en la Fundación Juan March

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
18 de mayo de 2018

Por el camino de Nietzsche

   Por Álvaro Menéndez Granda
Madrid. 16-V-2018. Fundación Juan March. «Ciclo de miércoles».  Miguel Ituarte, piano. Obras de Nietzsche, Beethoven, Busoni y Chopin.

   Los músicos españoles, sean intérpretes o compositores, merecen gozar en su propio país de un reconocimiento que no siempre tienen. Los ciclos de los principales programadores que operan en la capital apenas tienen en cuenta a una minoría de ellos, y el gran público se queda sin disfrutar del talento sorprendente de músicos maravillosamente formados y con una trayectoria nada desdeñable. Afortunadamente, la Fundación Juan March siempre ha apoyado a los intérpretes y creadores nacionales —como su programación viene demostrando desde hace años—, y lo ha hecho a través de ciclos articulados sobre una idea vertebradora, no siempre de índole musical, que conduce de un concierto a otro con naturalidad y cohesión. Este año 2018 la Fundación vuelve a traer una serie de conciertos, comprendidos dentro del «Ciclo de miércoles», dedicados a la relación entre un personaje no músico y la propia música. El año pasado fue «El universo musical de Marcel Proust», cuya serie de tres conciertos tuve el placer de escuchar y comentar en compañía de Paula Villanueva, especialista en la vida y obra del escritor francés. Ahora la idea se repite en torno al filósofo Friedrich Nietzsche y lo hace iniciándose con un recital del fantástico pianista vasco Miguel Ituarte, en el que además colaboraron el pianista José Miguel Martínez Carrobles y el actor Pere Ponce.

   Ituarte es uno de los referentes del piano español actual dentro del círculo de entendidos, estudiantes y profesionales. No ha hecho, sin embargo, la carrera internacional que están haciendo otros pianistas —más jóvenes— y que parece haber sido tomada como sinónimo de excelencia. Huelga decir que hay maravillosos pianistas que no tocan intensivamente fuera de nuestras fronteras, ni falta que hace. A menudo una carrera internacional, de estas frenéticas que mantienen al intérprete saltando de aquí para allá durante años, acaba por desgastar de una forma tan brutal que termina desembocando en lesiones, retiradas temporales de los escenarios y demás consecuencias por el estilo. Una carrera más discreta pero más centrada en el estudio de un repertorio amplio y variado, en la experimentación y el desarrollo interpretativo personal, es lo que Ituarte ha estado llevando a cabo a lo largo de los últimos años. Siendo yo estudiante en el Conservatorio Superior de Asturias, asistí a un curso monográfico que Ituarte ofreció sobre El teclado bien temperado de Bach. Desde el primer minuto fue posible apreciar que ante nosotros no hablaba sólo un pianista, sino un músico con unos vastos y profundos conocimientos de la obra, forjados a base de trabajo y reflexión. Después de eso le escuché los dos conciertos para piano de Ravel, seguidos, en la capital del Principado. Y desde entonces intento asistir a cuantos conciertos suyos puedo, pues siempre se aprende algo de quien sabe hacer pasar la música por el filtro de un intelecto lúcido y agudo.

   En esta ocasión el programa estaba formado por obras del propio Nietzsche, Beethoven, Busoni y Chopin. Las cuatro Baladas del polaco eran el principal reclamo del concierto, junto con la maravillosa Sonata quasi una fantasia Op.27 nº1 del arquitecto de Bonn. De hecho, la pieza de Nietzscheque abrió el programa —escrita para piano a cuatro manos— viene a constatar una vez más que por mucho interés que se tenga en la música hace falta algo más que voluntad y sentimiento para crearla. Ituarte hizo, como era de esperar, un buen trabajo con la partitura. José Miguel Martínez Carrobles se encargó de los graves y lo hizo con solvencia. Ambos pianistas mostraron una coordinación impecable, además de una especial atención a los contrastes y las dinámicas, muy bien gestionadas. La Op.27 nº1 de Beethoven se encuentra normalmente ensombrecida por su hermana, la Op.27 nº2 «Claro de luna», pero en realidad es más interesante que ésta. Su estructura hace merecedor a su artífice del sobrenombre de «arquitecto», pues es sorprendente cómo los movimientos evolucionan los unos en los otros proporcionando una cómoda y asombrosa sensación de continuidad. El comienzo fue abordado por Ituarte de manera muy luminosa; el segundo fue turbulento y preciso, con una pedalización bastante austera; la luz volvió de nuevo en el tercero, que se transformó poco a poco en un brillante y nítido cuarto movimiento, cuya escritura pone al pianista en un compromiso pero que el vasco pudo solventar sin problemas, consiguiendo el merecido aplauso del público. Por su parte, la Fantasía sobre Carmen de Ferruccio Busoni es obra de virtuosismo, técnicamente muy compleja y oportunidad de oro para el pianista de mostrar sus cualidades. No obstante, después de un Beethoven como la Op.27 nº1, he de decir que el replanteo de temas de Bizet realizado por Busoni queda algo vacío de contenido, artificioso y espectacular, pero superficial. Como es natural, Ituarte supo aportar de su criterio lo que consideró adecuado para esta partitura, y lo hizo de forma impecable.

   La segunda parte del concierto tuvo como protagonista a Frédéric Chopin. Las lecturas de Nietzsche realizadas por el actor Pere Ponce —en ocasiones excesivamente enfático— fueron muy ilustrativas y presentaron algunas ideas muy interesantes sobre la música que el filósofo expone en varios de sus textos. En este caso, ilustró al público acerca de la visión que el pensador tenía sobre Chopin y su obra, lo que sirvió como excusa para programar su Barcarola Op.60 y nada menos que sus cuatro Baladas. Poco hay que decir sobre estas obras, bien conocidas todas ellas por el público. No es Ituarte un pianista de cantabile especialmente llamativo y, sin embargo, su Chopin estuvo plagado de detalles de fraseo muy interesantes. El tema central de la archiconocida Op.23, el comienzo de la Op.38 y el comprometido —por insistente— tema principal de la Op.52 fueron momentos de verdadero disfrute en los que se escuchó cantar al Steinway de la Fundación. Los pasajes brillantes y veloces —como las codas de las Baladas— fueron muy brillantes y muy veloces, demostrando el pianista que no se amilana ante los desafíos de índole técnica. El alarde de musicalidad de Ituarte fue recompensado por el público, que insistió en su ovación hasta lograr un regalo. En esta ocasión, Ituarte y Carrobles volvieron a compartir piano en un delicioso Rondo D.951 de Schubert.

   Un concierto fantástico, instructivo ylleno de detalles fascinantes que nos llevaron de la mano de uno de los pianistas más importantes de nuestro panorama actual por el camino musical de Friedrich Nietzsche. Un camino que, aunque ponga de manifiesto que la música ha sido motivo de reflexión para muchos y terreno conquistado sólo para unos pocos, merece la pena recorrer si es en compañía de aquel que sabe guiarnos. Un lujo, sin lugar a dudas.

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