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CRÍTICA: EL CHELISTA MISCHA MAISKY OFRECE UN RECITAL EN EL AUDITORIO NACIONAL CENTRADO EN EL REPERTORIO ESPAÑOL. Por Gonzalo Lahoz

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Autor: Gonzalo Lahoz
22 de enero de 2013
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 UN CHELISTA IMPRESCINDIBLE
 
Madrid. Auditorio Nacional. 15/01/13. Ciclo Juventudes Musicales de Madrid. Obras de Schumann, Brahms, Albéniz, Sarasate, Cassadó, De Falla, Granados, Casals y Shchedrin. Mischa Maisky, violonchelo. Lily Maisky, piano.

      Mischa Maisky estaba destinado, o así lo pretendía su madre, a ser el niño "normal" de la familia, alejado de la música (su hermano estudió órgano y su hermana piano) y centrado en una carrera de provecho. Cincuenta y siete años después de recibir sus primeras clases de violonchelo y aunque el programa de mano insista en presentarlo a través de las palabras del mismísimo Rostropovich como "uno de los talentos más destacados de la joven generación de violonchelistas", Maisky es ahora una de las figuras imprescindibles en la historia de la interpretación de su instrumento.
      Puede que aquella madre tan sensibilizada con el futuro de sus hijos hiciera suya en algún momento la frase de "me vengarán mis nietos", y así, siguiendo la tradición familiar, el destino haya proporcionado al chelista letón unos vástagos también músicos; pero Maisky está hecho de otra pasta y ya desde hace años venía expresando su "ansia por hacer música con ambos algún día". Pasado el tiempo ese día ya ha llegado, y mientras que con Sasha, violinista, no parece haber proyectos de cara al público, con Lily Maisky, pianista, acaba de grabar un álbum en común para Deutsche Grammophon titulado "!España!".
      Padre e hija viajaron hasta Madrid para la presentación de dicho trabajo, aunque el programa también se centró, durante la primera parte, en obras de Schumann y Brahms. Escritas originalmente para clarinete y piano, las Phantasiestücke, Op. 73 de Robert Schumann sirvieron de perfecta introducción al arte de Maisky, con un primer movimiento de ambiente elegíaco al que siguió un segundo más vivo de lo habitual y un Rasch und mit Feuer cuyas notas se sintieron abrasadoras en el arco de Maisky. Toda una demostración de habilidades para abrir boca con el cuidado acompañamiento de su primogénita.
      Con Johannes Brahms y su Sonata para piano y violonchelo en mi menor, Op. 38 a punto estuvo el público de conseguir un estado de recogimiento absoluto, sintiéndose partícipe de una "camerística" cercanía, por muy grande que sea la sala principal del Auditorio Nacional. Y si no pudo alcanzarse el clímax tras un soberbio primer movimiento del letón en el que su hija se esforzó por dar gusto al propio Brahms -quien afirmaba que en esta pieza el piano no ha de actuar como mero acompañante- fue por culpa del errado comportamiento del "respetable", que dividió totalmente la pieza en dos cuando sonaron varios teléfonos móviles seguidos. Bach, tan venerado por el chelista, sonó nítido en la fuga del tercer movimiento. Pocas veces como ésta puede observarse el verdadero amor que siente el artista por su instrumento, del que con vehemencia y sensibilidad el músico supo sacar los sonidos más rasgados y los más acariciantes en una interpretación de gran factura.
      La segunda parte estuvo dedicada al rico repertorio español, con piezas en su mayoría arregladas por el propio Maisky, obras en las que, ahora sí, la labor de Lily quedó un tanto relegada a la de pianista acompañante.

      Destacó el halo de ensoñación alcanzado en las dos Danzas españolas de Granados que se interpretaron; una Andaluza que parecía respirar del popular aire flamenco y una Oriental de cautivador lirismo que levantó más de un suspiro. También gustó otra Danza española: Playera, del diestro violinista Pablo Sarasate, obra en la que la joven Maisky traspasó al piano el sentir de la guitarra.
      Padre e hija unieron sin pausa el Tango de las Seis piezas para piano de Albéniz con los Requiebros de Cassadó, obra que por su excepcionalidad en la programación bien podría, sin desmerecer en absoluto al compositor gerundense, haberse degustado en solitario, apreciando así mucho mejor esa combinación entre el populismo español del que bebe la pieza y las formas afrancesadas que inundaban Cataluña a principios del siglo XX. Cassadó, virtuoso y aclamado violonchelista, concibió la obra para su propio lucimiento, ocasión que no desperdició un excelso y versátil Maisky, que no pasó por alto ni una sola de las anotaciones del compositor, llenando de color los "con fantasía" marcados en la partitura.
      Completaron la noche Córdoba, regresando a Albéniz, que llegó a arrancar algún  "Olé!", y una desbocada adaptación más, con zapatazos marca de la casa incluidos, de la Danza ritual del fuego de Manuel de Falla. Como propinas, El Cant del ocells arreglado por Pau Casals, para quien el joven Maisky tuvo ocasión de tocar meses antes de que aquél falleciera, y En el estilo de Albéniz de Shchedrin.
      Con motivo de su reciente 65 cumpleaños este pasado 10 de enero, la casa discográfica de Maisky, Deutsche Grammophon, acaba de lanzar un estuche donde recoge diez álbumes que guardan el mejor hacer del músico y que suponen un maravillosa recopilación de su arte, desde Bach a Shostakovich pasando por Mendelssohn o Poulenc.

 

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