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Crítica: Óliver Díaz dirige el concierto homenaje a Montserrat Caballé en el Teatro de la Zarzuela

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de septiembre de 2019

Merecidísimo homenaje en el lugar adecuado

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 7-IX-2019. Teatro de la Zarzuela. Gala de la lírica Española en homenaje a Montserrat Caballé. Por orden de aparición: Marina Monzó, Airam Hernández, Virginia Tola, Mariola Cantarero, Andeka Gorrotkategui, María Bayo, Celso Albelo, Sabina Puértolas, Carlos Chausson, David Menéndez, Maite Beaumont, José Luis Sola, Pilar Jurado, José Bros, Nancy Fabiola Herrera, Rubén Amoretti, Yolanda Auyanet, Ismael Jordi, Ainhoa Arteta y Nuria Espert. Obras de Gerónimo Giménez, Manuel Nieto, Pablo Sorozábal, Francisco Asenjo Barbieri, Manuel Fernández Caballero, Jesús Guridi, Gonzalo Roig, Jacinto Guerrero, Federico Chueca, Joaquín Valverde, Federico Moreno Torroba, Amadeo Vives, José Serrano, Tomás Barrera, Rafael Calleja, Pablo Luna y Manuel Penella. Orquesta titular del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Óliver Díaz.

   Aunque algunos puedan pensar que este evento hubiera tenido más repercusión en el Teatro Real, que ya ofreció un homenaje a Montserrat Caballé en 2014 en su presencia, considero totalmente apropiado para este evento –y hay que felicitar en esta ocasión a sus dirigentes por la iniciativa- el Teatro de la Zarzuela, pues fue el recinto de la capital de España donde Montserrat Caballé ofreció, prácticamente, la totalidad de sus actuaciones operísticas como sede entonces de la temporada operística madrileña. Como siempre en este tipo de eventos pueden consignarse ausencias, pero los 19 cantantes participantes (finalmente, Gabriel Bermúdez no actuó por indisposición) más la emotiva aportación de Nuria Espert constituyeron una buena representación de la lírica española actual.


   Curioso que ni en el librillo con buenas fotos, diferentes testimonios sobre la inolvidable soprano barcelonesa y cronología de sus actuaciones en el Teatro de la Zarzuela (que contiene algún error, pues Idomeneo tuvo lugar en el año 1991 y Sancia di Castiglia en 1992, no 1990 y 1991 como reza en el mismo), ni en el programa con el elenco y piezas a interpretar constara el director musical del concierto, Óliver Díaz, al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del teatro. Después de la interpretación por parte de Díaz y la orquesta del preludio de La torre del Oro, compareció Daniel Bianco que dirigió un breve parlamento al público y especialmente al palco 8, donde se encontraba Montserrat Martí, además de comunicar que dicho palco llevará a partir de este momento el nombre de Montserrat Caballé, uniéndose con ello a los que llevan el nombre de Teresa Berganza y de Plácido Domingo. Merecidos y justísimos todos ellos, pero… ¿para cuándo un palco con el nombre del Maestro Alfredo Kraus, que tantas noches memorables ofreció en el recinto de la Calle de Jovellanos?

   Dado el carácter especial del evento se impone valorar, lógicamente, la disposición desinteresada de los intervinientes por encima de la habitual crítica exigente y exhaustiva, por lo que este recensor se limitará esta vez, porque es de justicia, a destacar los momentos más destacados y relevantes del evento, empezando por consignar el altísimo nivel de la dirección musical de Óliver Díaz, director titular del teatro, que volvió a demostrar el magnífico músico que es. A razón de una romanza por barba, sin ningún dúo o pieza de conjunto, y entre las que pudieron escucharse algunas de las que cantó y grabó Caballé, el concierto se abrió en su parte vocal con la frescura juvenil de la valenciana Marina Monzó, que mostró en la polonesa de El barbero de Sevilla de Nieto y Giménez, buenos detalles en la coloratura que acreditan su paso por la Academia Rossiniana de Pesaro. Desenvoltura y garbo en el decir sobresalieron en la canción de paloma de El barberillo de Lavapiés ofrecida por la soprano argentina Virginia Tola. La espléndida romanza «Yo quiero a un hombre» de El cabo primero permitió al público madrileño volver a escuchar a Mariola Cantarero, que mantiene respetable presencia sonora, instinto musical y capacidad para conectar con el público. La música del gran Jesús Guridi estuvo presente con dos espléndidas romanzas interpretadas en euskera pertenecientes al «idilio lírico en dos actos» Mirentxu, estrenada en 1910 como zarzuela y ya transformada en ópera en 1912 (en su primera versión, pues constan hasta cuatro), obra que se interpretará en la presente temporada del Teatro de la Zarzuela.


   Andeka Gorrotxategui defendió con buen material, solidez y bravura la romanza de Raimundo «Mirentxu, barka nazazu» de tesitura temible y orquestación de aires wagnerianos, ya interpretada por el tenor vizcaíno en este mismo teatro con ocasión del recital de Elina Garança en Marzo de 2018. Espléndido resultó el contraste entre el intenso acompañamiento por parte de Óliver Díaz de este fragmento con la delicadeza del correspondiente a la bellísima romanza de la protagonista Mirentxu, interpretada con su habitual musicalidad por la soprano aragonesa-navarra Sabina Puértolas, radiante y elegantísima sobre el escenario. La zarzuela cubana llegará al Teatro de la Zarzuela la presente temporada con Cecilia Valdés de Gonzalo Roig, aunque la romanza «¡Yo soy Cecilia Valdés!» con sus ritmos caribeños no pareció una elección muy adecuada por parte de María Bayo en su retorno al teatro en el que debutó en Madrid como Susanna de Las bodas de Figaro en 1990. Sí fue adecuada la romanza de Juan Luis «Mujer de los ojos negros» de El huésped del sevillano de Guerrero para que el tenor canario Celso Albelo exhibiera buen gusto, aromas krausistas y sustrato belcantista. El veterano Carlos Chausson, habitual también en las temporadas operísticas que se desarrollaban en el Teatro de la Zarzuela, demostró sus tablas y que mantiene una generosa sonoridad en un vals del Caballero de gracia de La Gran Vía acentuado con intención, trasmitiendo bien el carácter fatuo y presuntuoso, pero no exento de charme, simpatía y cordialidad del personaje.


   Ya en la segunda parte sería justo destacar, cómo no, a un ilustre defensor de la zarzuela como siempre ha sido el tenor José Bros, en un «De este apacible rincón de Madrid», romanza de Javier de Luisa Fernanda, cincelada con su habitual clase. Previamente y pertenenciente a la misma inmortal obra del maestro Moreno Torroba, el barítono David Menéndez ofreció una interpretación que empezó mejor que acabó de «Luché la fe por el triunfo», mientras el tenor José Luis Sola no pareció muy cómodo en pieza de tanta enjundia como la romanza «Por el humo se sabe» que canta Fernando en Doña Francisquita. El maestro Díaz logró que la cuerda de la orquesta de la comunidad de Madrid sonará con cierta brillantez y empaque en la introducción a la magnífica Romanza y vals de La tempranica, que encontró en el fraseo bien calibrado de Nancy Fabiola Herrera y su asentada musicalidad -en perfecta comunión con la batuta-, una impecable traducción de tan magnífica pieza.

   Anteriormente, Maite Beaumont había cumplido con corrección vocal y suficiente gracejo en el zapateado «La tarántula é un bicho mú malo» de la  misma obra. La voz híbrida y de peculiar impostación de la polifacética Pilar Jurado y, especialmente, su desparpajo se ajustaron al vals que canta una achispada Angelita en Chateaux Margaux de Manuel Fernández Caballero. Rubén Amoretti volvió a demostrar que tiene totalmente interiorizada la soberbia romanza de Valentín «Cual rayo que aniquila» de María del Pilar de Giménez, auténtica joya desconocida que descubrimos hace unos meses en la temporada del Teatro de la Zarzuela. Primoroso, con detalles muy hermosos, el acompañamiento de Óliver Díaz en la canción veneciana de El carro del sol de José Serrano defendida con buen gusto por Yolanda Auyanet. Otro de los mejores momentos de la gala lo protagonizó el tenor jerezano Ismael Jordi, que supo aunar el habitual pedigrí de su fraseo con una expresión sentida y «jonda», en «Adiós Granada» de Los emigrantes de Barrera y Calleja, que se benefició, asimismo, de otro hermosísimo acompañamiento del maestro Díaz y de una espléndida reorquestación propia, que resalta aún más las calidades del fragmento. Ainhoa Arteta con un ajustado traje rojo y ataviada de mantón de manila, que enseguida dejó aparcado en la barandilla del podio, ejerció apropiadamente su papel de diva actual (diva, como siempre digo, en el mejor sentido de la palabra, el que siempre tuvo, aunque ahora parece que sólo pretenden dotarle de connotaciones negativas) de la lírica española apreciendo en último lugar, pues no se puede dudar, que es la cantante española actual más mediática y popular. Todo ello sin perjuicio de sus cualidades vocales, como demostró en la canción española de El niño Judío de Pablo Luna, con un canto bien aquilatado, timbre atractivo y de respetable caudal, así como una muy personal racialidad española de raíces vascongadas.


   Nuria Espert, en su intervención, subrayó de manera emotiva la humanidad de la Caballé y cómo tuvo la oportunidad de tratarla personalmente gracias a un un amigo común, Terenci Moix. Fin de fiesta con una propina interpretada por todos los cantantes participantes, la habanera de Don Gil de Alcalá de Penella con la imagen de la Caballé al fondo del escenario desde su atalaya de eximia artista, la correspondiente a una de las mejores sopranos de la historia.

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