Crítica de Alba María Yago Mora del concierot de Noah Bendix-Balgley y Alexander Liebreich con la Orquesta de Valencia
Desafío sin plenitud
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 10-I-2025. Palau de la Música.Orquesta de Valencia. Director: Alexander Liebreich. Noah Bendix-Balgley, violín. Sarah Wagener, soprano. Christian Immler, barítono. Obras de Wolfgang A. Mozart y Alexander von Zemlinsky.
El concierto que la Orquesta de Valencia ofreció el pasado viernes en el Palau de la Música presentó un programa ambicioso y lleno de contrastes. A las órdenes de Alexander Liebreich, la velada comenzó con el Concierto n.º 4 para violín y orquesta en re mayor, KV 218 de Wolfgang Amadeus Mozart, con Noah Bendix-Balgley como solista, y continuó con la monumental Sinfonía lírica, op. 18 de Alexander von Zemlinsky. Una combinación de obras que, aunque distantes en estilo y época, ofrecían interesantes desafíos interpretativos y prometían una experiencia enriquecedora para el público asistente.
El Concierto n.º 4 para violín de Mozart, dividido en tres movimientos, evidenció desde el primer compás del Allegro que, aunque la interpretación era técnicamente correcta, carecía de la chispa que caracteriza al compositor. La introducción expansiva de la orquesta fue sólida, pero el solista, Noah Bendix-Balgley, no logró impregnar el carácter juguetón y ligero que exige el estilo mozartiano. Su ejecución, si bien impecable en técnica, careció de alma y emoción, generando una desconexión palpable con el público. Además, el diálogo entre el solista y la orquesta no siempre fluyó de manera orgánica, dejando momentos de cierta desconexión.
El segundo movimiento, Andante cantabile, fue quizás el más logrado de la noche. Aquí, el fraseo delicado del violín solista dejó entrever un lirismo sutil que, aunque fugaz, ofreció un respiro emotivo en una interpretación predominantemente fría. La orquesta, especialmente los violonchelos, aportó calidez y cohesión, construyendo un fondo sonoro que sostuvo al solista de manera adecuada.
Finalmente, el Rondeau: Andante grazioso – Allegro ma non troppo cerró el concierto con una interpretación ligera. El carácter despreocupado del tema principal fue correctamente ejecutado, aunque faltó la vivacidad y el dinamismo que podrían haber convertido esta sección en un verdadero clímax. La cadenza, por otro lado, fue excepcionalmente lograda, con un despliegue de virtuosismo y claridad que captó la atención del público y le aportó un toque final de brillantez a la obra. Como bis, el solista sorprendió con una pieza tradicional judía, cautivando al público no solo con su virtuosismo al violín, sino también al cantar en algunos pasajes, lo que añadió un toque de emotividad y cercanía que cerró la primera parte del programa con una nota memorable.
Por su parte, la Sinfonía lírica de Zemlinsky, basada en los textos poéticos de Rabindranath Tagore, supuso un claro contraste con la primera parte del programa. La obra, de una profundidad emocional y complejidad técnica excepcionales, se divide en siete movimientos que relatan un viaje desde el anhelo amoroso hasta la resignación final. Desde el comienzo con Ich bin friedlos, la orquesta creó un ambiente de intensa melancolía, apoyado en un poderoso preludio que recopiló los principales motivos temáticos de la obra. La voz del barítono Christian Immler destacó por su profundidad y expresividad, especialmente en este movimiento inicial, que transmitió una sensación de soledad casi devastadora.
En los movimientos centrales, como Mutter, der junge Prinz y Du bist die Abendwolke, Sarah Wegener brilló con su timbre radiante, logrando capturar la belleza y la calma nocturna que describen los textos. El acompañamiento de la orquesta en estas secciones fue refinado, con solos de violín y clarinete que añadieron un aire de misterio. Destacó también el quinto movimiento, Befrei mich von den Banden, donde el barítono expresó una lucha apasionada por la libertad, con la orquesta en un clímax sonoro que evocó ecos wagnerianos tanto en la escritura como en la interpretación.
El último movimiento, Friede, mein Herz, cerró la obra con una atmósfera de resignación y calma. Aunque la orquesta alcanzó momentos de gran belleza, algunos pasajes carecieron de vitalidad, lo que se tradujo en una energía decreciente hacia el final. Esto, lamentablemente, se reflejó en el público, que empezó a abandonar la sala antes de la conclusión, dejando una sensación de desconexión final en una obra que merecía mayor intensidad interpretativa y cohesión emocional.
En definitiva, el concierto fue una experiencia de claroscuros. Mientras que la precisión técnica y el dominio de las texturas fueron evidentes a lo largo de ambas obras, faltó una conexión emocional más profunda que transformara la velada en algo verdaderamente memorable. A pesar de sus limitaciones, la combinación del virtuosismo de Bendix-Balgley, la sólida dirección de Liebreich y el compromiso de la Orquesta de Valencia dejaron momentos de gran belleza, recordándonos el inagotable potencial de la música para conmover y fascinar.
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