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CRÍTICA: LEO NUCCI Y OLGA PERETYATKO, PROTAGONISTAS EN EL 'RIGOLETTO' DE LA ARENA DE VERONA. Por Rubén Martínez

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Autor: Rubén Martínez
21 de agosto de 2013

El incombustible Nucci sigue encarnando al buffone más popular de la lírica camino de sus 500 funciones  

Foto cortesía del Festival de la Arena de Verona
 INCOMBUSTIBLE LEO NUCCI
 
 
Arena di Verona, jueves, 16/08/2013. Director musical, Ricardo Frizza. Orquesta y Coro dell'Arena di Verona: Reparto: Leo Nucci, Olga Peretyatko, Saimir Pirgu, Andrea Mastroni, Anna Malavasi

 

    Asistimos una vez más a ese milagro vocal que sigue siendo el señor Leo Nucci a sus 71 primaveras y con 45 años de carrera, encarnando su rol fetiche, el que más ha interpretado y con el que muestra una simbiosis e identificación difícilmente superables. Sus detractores lo acusan de presentar espectáculos circenses, de que su interpretación es plana, de que todo lo canta en forte o fortissimo.... Cada uno es libre de juzgar su actuación pero al que escribe sigue pareciéndole que el Sr. Nucci es uno de los últimos exponentes canoros de una generación dorada de la historia lírica donde el magnetismo escénico, la personalidad vocal, la técnica al servicio de la frase musical, la maduración serena y el acceso escalonado hacia determinados papeles así como el respeto y devoción quasi artesanal hacia este mestiere eran la norma. Frente a esta concepción emergen portfolios de cantantes cuyo mayor mérito en ciertos casos consiste en insultar y profanar la profesión con una concepción hipermercantilista de la misma, una exasperante impaciencia, una comprensión absolutamente parcial, crematísticamente interesada y un concepto radicalmente equivocado de la adecuación entre roles y vocalidad.
    Es indudable que Nucci tiene hoy más dificultad para sostener los pasajes más cantabiles y que la oscilación de algunas notas centrales, especialmente al inicio de las funciones antes de que la voz se riscaldi, puede resultar más que notoria pero no es menos cierto que en las secciones de mayor bravura y di forza, el barítono renace con una spavalderia que nos deja atónitos. Así, su "cortigiani" y su "vendetta", se presentan con insultante intensidad, dando la impresión de que cada nota tiene su colocación justa, maximizando su efecto dramático y pareciendo que la fusión con estas páginas es tal que fueran escritas para él. Igualmente conmovedora su escena final, desde "egli è là, morto" culminada con un desesperado y apabullante "la maledizione". Quién denuncia que Nucci sólo produce sonido y que es incapaz de usar reguladores o medias voces debería justificarlo sobre este pasaje. Por supuesto que también hubo "circo", con el consiguiente bis de la "Vendetta" y con don Leo escalando las gradinatas con una envidiable energía y agilidad para saludar a un público totalmente entregado y agradecido, pero la ópera también es eso y no sólo veladas intimistas con minivoces y programas de Britten.
 
    El rol de Gilda fue asumido por la joven soprano rusa Olga Peretyatko, artista de bellísima figura que está inmersa en una emergente carrera a la que sin duda le favorece su envidiable físico dada la preponderancia que a esta cualidad concede el sistema actual. Sería injusto por nuestra parte negar que también existe una cantante de indudable musicalidad y buen gusto pero su material estrictamente vocal no nos ha impactado ni hemos apreciado cualidades tímbricas especialmente destacables. Peretyatko presenta un volumen suficiente para su tipología vocal, que es la de una soprano ligera con ciertos toques de barniz lírico, y aunque la dicción supera con creces a la de otras colegas nacionales, como Anna Netrebko, sigue apreciándose cierto pseudoengolamiento en el registro medio-grave que le restan puntuación en  eso que los aficionados al género llaman italianità. Tampoco el registro agudo es especialmente brillante ni expansivo, haciéndose notorio cierto trémolo no excesivamente acentuado pero algo molesto aparte de apreciarse una afinación un tanto calante en ciertas notas. Peretyatko se encuentra mucho más cómoda en los pasajes con tempi más contenidos y de mayor vuelo lírico frente a los momentos di forza, que en la escritura de su rol prácticamente se limitan al dúo "si vendetta, tremenda vendetta" donde su voz pareció contraerse frente al huracán Nucci. Ofreció sin embargo su mejor prestación en "Tutte le feste al tempio" y en su escena final, desde "t'ho ingannato", con una messa di voce sobre la palabra "addio" verdaderamente sobresaliente.
    El tenor albanés Saimir Pirgu, sin haber cumplido aún los 32 años, es también uno de los mayores exponentes actuales dentro del panorama de jóvenes tenores líricos cuya presencia en los más importantes escenarios es  casi constante. Su instrumento presenta un volumen más que generoso para su tipología vocal y adecuado para un recinto como la Arena de Verona, con una cobertura de la zona de paso muy solvente, consiguiendo sonidos timbrados y con una notable carga de squillo. La emisión es liberada y su bagaje técnico nos ha parecido más que satisfactorio. En el debe hemos apreciado un fraseo muy mejorable en cuanto a acentos, calidez e intenciones, siempre musical y afinado, pero al que le falta impregnar con mayores cualidades dinámicas y variedad tímbrica. Parecía que su concepto de fraseo era igual en páginas tan opuestas como "questa o quella" y  "è il sol dell'anima", todo demasiado solfeado y primitivo, con déficit de imaginación y gusto a la hora de ligar frases y hacer uso de regulaciones. Nos gustó más en "Possente amor", muy valiente, así como en el cuarteto "bella figlia dell'amore" donde sí consiguió mostrar un mayor abanico técnico y obtuvo los mejores sonidos de la noche. En cualquier caso una voz a tener muy en cuenta y que sin duda tiene una prometedora carrera por delante.

     Completando el reparto encontramos al joven bajo Andrea Mastroni, de medios importantes y bien coloreados al que una emisión con cierto efecto "patata en la boca" hace ininteligible su articulación en su registro más grave. Por su parte, Anna Malavasi como Magdalena ofreció un notable desempeño escénico y vocal, aprovechando los escasos momentos de lucimiento de su partitura para reivindicar su poderoso instrumento. Del resto de papeles la voz más apreciable  la lució el Marullo de Marco Camastra, con mordiente y acentos así como el siempre solvente Saverio Fiore como Matteo Borsa. El Monterone de Abramo Rosalen evidenció claros problemas de paso en su imprecación mientras que la Giovanna de Milena Josipovic dio adecuada réplica a Gilda en sus escasas frases. Entre lo correcto y lo intrascendente el resto de personajes, empezando por los condes di Ceprano, Dario Giorgelé y Francesca Micarelli, y finalizando con el usciere de Víctor García Sierra y el paje de Irene Favro en sus testimoniales roles.

     En resumen, una fiesta lírica donde los resultados artísticos habrían sido aún más brillantes si la batuta de Riccardo Frizza hubiese tenido algo más de pulso verdiano y tensión teatral. Espléndidos los coros, especialmente en el "zitti, zitti" con amago de aplausos incluido, con abundancia de buenas materias primas. Preciosos los decorados de Raffaele Del Savio y el vestuario de Carla Galleri así como eficaz y respetuosa con el autor y los artistas la dirección escénica de Ivo Guerra, en una producción que cumplía diez años desde su estreno.

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