CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Opinión: El Teatro de la Maestranza, un templo de la cultura sevillana. Por Álvaro Cabezas

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Álvaro Cabezas
24 de septiembre de 2020

El Teatro de la Maestranza, un templo de la cultura sevillana

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
El próximo 2 de mayo de 2021 se cumplirán treinta años desde la apertura del Teatro de la Maestranza de Sevilla. Para la ocasión se ha programado una gala musical en la que Juanjo Mena dirigirá a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, al Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza y a algunas de las más sobresalientes voces de la lírica española actual: Carlos Álvarez, José Bros, Ainhoa Arteta y Leonor Bonilla, entre otros. Con ese acto el flamante director general del teatro, el ovetense Javier Menéndez (asumió el cargo en enero de 2019), pretende conjurar los espíritus históricos del coliseo sevillano y devolver con ellos el brillo a un espacio que lo mantuvo durante mucho tiempo, pero que, en los últimos años, ha perdido un poco del esmalte que lo situó, desde sus inicios, en el podio de los templos culturales de Sevilla, solo por detrás de la Catedral, el Real Alcázar y el Museo de Bellas Artes.


   Efectivamente, en esa misma fecha, tres décadas antes, el Maestranza se inauguró con un concierto de la Sinfónica dirigido por Šutej. Tan solo unos días más tarde se ofreció una histórica gala con los baluartes españoles de entonces: Victoria de los Ángeles, Berganza, Caballé, Lorengar, Aragall, Carreras, Domingo, Kraus, Lavirgen y Pons. Después, sin solución de continuidad, empezaron a desfilar estrellas y grandes formaciones orquestales por espacio de año y medio [no faltó ninguna de las grandes], hasta la clausura de la Expo'92. El público sevillano, que llevaba desde los años cincuenta sin poder disfrutar de representaciones operísticas en la ciudad y que estaba ahíto de participar en primera persona de alguno de los grandes eventos musicales que se retransmitían con frecuencia por radio o televisión, vio colmada, de pronto y con exageración, su sed en el Teatro de la Maestranza, un espacio que reaprovechaba el solar existente frente a la antigua Real Maestranza de Artillería de Sevilla y que había sido utilizado como escenario de diversas y variopintas series de conciertos populares desde los años ochenta bajo la denominación de Cita con Sevilla. El edificio, obra de los arquitectos Aurelio del Pozo y Luis Marín, situado en pleno barrio del Arenal, contó desde el principio con las mejores condiciones acústicas posibles y, tras las reformas de ampliación que se realizaron entre 2005 y 2007, se presentó más decididamente, si cabe, como un espacio cultural polivalente, capaz de compaginar simultáneamente (de un día para otro), representaciones de ópera, celebración de conciertos y visitas culturales, así como las facetas de centro de trabajo y receptor de maquinaria y suministros. A lo largo de estos treinta años, «la olla exprés», como fue llamada en más de una ocasión por los sevillanos, reunió con cierto distintivo social a las élites culturales de la ciudad [los melómanos de toda condición: los amantes del flamenco, de la música de cámara, antigua, del jazz, de la zarzuela, del ballet y del pop, pero también a los cofrades que celebran aquí su Pregón de Semana Santa, a los escolares y a otras asociaciones empresariales y políticas]. Tanto fue así que en la exitosa «era Castro» (1994-2004), que siguió a la reapertura post-Expo, era usual que se formaran enormes colas al amanecer junto a las taquillas y que los reventas hicieran su agosto ante la acuciante demanda de los melómanos. El País publicó por entonces que más de 20.000 sevillanos estaban apuntados en listas de espera para asistir a los espectáculos del Teatro de la Maestranza. Esa imagen elitista perduró hasta la pasada crisis económica y, según en qué sectores, sigue teniendo vigencia: a algunos les parece complejo adquirir una entrada, no porque no haya medios para ello (las localidades son mucho más baratas que las de otros  espacios), sino por el contenido artístico que se comprometen a experimentar al hacerlo. De la misma manera que hay todavía un porcentaje alarmante de sevillanos adultos que afirma no haber pisado nunca el Alcázar o el museo de pinturas de la ciudad, otro tanto expresa, sin ningún tipo de pudor, que nunca ha visitado el Maestranza. La barrera que marca el nivel cultural exigible para ello, no necesariamente alta, pero sí existente, ha perjudicado a la institución en relación a los otros enclaves mencionados: mientras que estos son sostenidos con fondos públicos y no resulta determinante el número de visitas [se ha puesto de manifiesto con la crisis del coronavirus], el Maestranza [en cuyo consorcio están representadas las cuatro administraciones públicas], sí se resiente gravemente cuando la taquilla no ofrece las ventas deseadas.


   El problema siempre ha radicado en el presupuesto. En treinta años de actividad nunca ha habido una temporada absolutamente tranquila. A pesar de ser el espacio escénico más competencial de España, ha estado sempiternamente peor subvencionado que el Gran Teatro del Liceo, el Teatro Real de Madrid o el Palau de Les Arts de Valencia, entidades dedicadas primordialmente al espectáculo lírico, destinándose los abonos de conciertos sinfónicos para otros espacios (también protegidos financieramente) como el Palau de la Música Catalana en el caso de Barcelona, el Auditorio Nacional en el de Madrid o el Palau de la Música en el de Valencia. El Maestranza no solo compagina varias actividades distintas en una misma temporada –que no perdona navidades ni Feria de Abril–, sino que tiene la obligación de revertir con creces cada euro invertido.

   Las razones artísticas que le otorgan galones culturales son muchas y muy variadas, pero los retos que plantea el futuro son aún mayores. Entre las primeras habría que destacar el enorme esfuerzo de su equipo profesional, reducido hasta las fechas de la ampliación, pero muy activo y capacitado, conformado, entre otros por Francisco Bernal en el área económico-administrativa, Antonio Moreno en la dirección técnica, Rocío Castro en las relaciones externas, Ana Esteban en la producción y Roberto Alcaín en recursos humanos. Otra sería que, como apuntaba con anterioridad, el teatro ha asumido la tarea educativa que no ha querido o podido llevar a efecto la Sinfónica de Sevilla, trasladando el nombre de la ciudad por el mundo y agrandando la base del público: baste señalar que los grandes cantantes wagnerianos que se ocuparon del ciclo del Anillo dirigido por Pedro Halffter en lo musical y por la Fura dels Baus en lo escénico fueron prácticamente los mismos que rolaban por Bayreuth entre 2010 y 2014. Además, el Maestranza es el espacio en el que los melómanos sevillanos se han curtido artísticamente escuchando música antigua de la mano de los mejores expertos (Leonhardt, Savall, Brüggen, Christe, Antonini, etc.), en las citas anuales del FeMÀS, pero también en el mejor flamenco de Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía y la familia Morente en la Bienal de Arte Flamenco, en el jazz, en la música de cine o en la de Serrat, Carlos Cano, Miguel Ríos o Ana Belén, y no una vez, sino con frecuencia casi anual. Ha sido un espacio notorio por presentar por primera vez óperas que nunca se habían escenificado en nuestro país [Sarka de Janacek, Der ferne Klang de Schreker, Der Diktator de Krenek, Doctor Atomic de Adams, Il prigioniero de Dallapiccola, Der Zwerg y Eine florentinische Tragödie de Zemlinsky, Doktor Faust de Busoni y Die schweigsame Frau de Richard Strauss, entre algunos otros títulos]. En el cuatrienio antes referido ardió como fragua nibelunga con un repertorio con el que alcanzó su cénit artístico y su mayoría de edad competencial. Desde 2002 a 2019 ha acogido casi todos los veranos [y algunos inviernos], a la Orquesta del Diván con Daniel Barenboim. No ha habido cantante lírico de importancia que no haya pisado sus tablas (algunos de ellos lo hicieron cuando no eran conocidos], ni orquesta de aquilatada excelencia que no haya recibido palmas por sevillanas en suelo maestrante [desde la Wiener Philharmoniker o la Berliner Philharmoniker hasta la del Concertgebouw de Ámsterdam pasando por todas las españolas y algunas muy conocidas de Alemania, Estados Unidos, Suiza, Italia o Francia]. Ha rodado y permitido la creación escénica [autóctona e internacional], con producciones propias como las del Don Carlo o la Aida de Verdi, el Tancredi o La scala di Seta de Rossini, Cyrano de Bergerac de Alfano, Le nozze di Figaro o Don Giovanni de Mozart, Fidelio de Beethoven, Lo speziale de Haydn, La medium de Menotti, La voix humaine de Poulenc, Les contes d'Hoffmann de Offenbach, Le Cid de Massenet, Alahor in Granata de Donizetti, La sonnambula de Bellini, Il segretto di Susanna de Wolf-Ferrari, El pequeño desollinador de Britten, Hänsel und Gretel de Humperdinck, Turandot de Puccini o Tannhäuser de Wagner. Y nunca ha olvidado al sevillano Manuel García, iniciador de una larga cadena de continuidades en el mundo del belcantismo decimonónico, cuyo nombre rotula la sala de cámara del teatro.


   Los hechos demuestran que cuando mejor ha funcionado el Maestranza es cuando ha unido, en una especie de concordia ordinum ciceroniana, todo el talento local para ofrecerlo en el altar de la cultura. Esta simbiosis alcanzó su punto álgido con Il barbiere di Siviglia de abril de 1997 con la producción de José Luis Castro, la escenografía de Carmen Laffón y Juan Suárez, el vestuario de Ana María Abascal, la traducción del libreto de Jacobo Cortines, la música de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, la dirección de Alberto Zedda, las voces de Leo Nucci y Ruggiero Raimondi y hasta la crítica de Ramón Serrera. También cuando ha sido un nicho seguro para la experiencia e ilusión de tótems de la lírica nacional como Alfredo Kraus y Plácido Domingo, en su momento, o Carlos Álvarez en la actualidad. Por último, cuando ha conseguido [es un esfuerzo de muchos años], situar un coro de aficionados [el de la Asociación de Amigos del teatro], en el nivel de exquisitez que tiene hoy, por encima de muchos coros profesionales españoles. También cuando adelantó hace unas pocas temporadas el inicio de todos los espectáculos a las 20 horas con intención de aproximarse a la racionalidad de los horarios europeos, dejando atrás las ingratas experiencias de terminar un Giulio Cesare en 2008 o Die Walküre en 2011 pasada la medianoche de días laborables.

   Sin embargo, cuando peor ha operado el Maestranza ha sido al no ser capaces sus responsables y programadores de llegar a un acuerdo en las fechas y condiciones necesarias para situar en el mejor estado [también de taquilla], la temporada de la Sinfónica, no solo alma y sangre de este teatro, sino rescatadora del coliseo tras el cierre que sobrevino al apagarse las luces de la Expo. De la misma manera, cuando ha abandonado posicionarse [casi desde hace quince años], como un punto más del circuito de gira de las orquestas extranjeras [que llegan a Madrid y Barcelona y pasan por otras capitales españolas como Valencia, Zaragoza, Murcia, Las Palmas o Tenerife sin aproximarse siquiera a Sevilla]. Este templo de la cultura ha despreciado el ofrecimiento de otras formaciones nacionales y locales, incluso de bandas autóctonas, para tocar allí, siendo Sevilla capital de un determinado tipo de música propio que reúne una legión de seguidores impenitentes: la procesional. Igualmente, cuando renunció a las escasas retransmisiones que se hacían de espectáculos musicales en la radio o la televisión de los años noventa o a que se pudiera convertir el teatro en un estudio de grabación ampliamente dotado para fijar en la memoria del respetable algunas de las grandes funciones que se han dado en el mismo o para atraer al potencial público que comprara en el extranjero las ediciones discográficas o videográficas comercializadas por la entidad en una tienda, por cierto, minúscula y semiescondida que cuenta con un horario de venta más reducido aún. Lo mismo podría decirse del horario del bar. Un elemento que suele servir de complemento básico para las ganancias de la taquilla está supeditado al rígido descanso [no siempre lo hay si las obras de larga duración se ofrecen sin pausa o si se unen los actos de las óperas como marca la dirección escénica contemporánea], de veinte minutos en cada uno de los espectáculos que se ofrecen. 


   Si el tiempo de receso dependiera de la concentración del programa ofrecido [sobre todo en el caso de largas óperas] como ocurre en Berlín o Milán, o [como alternativa para no alargar excesivamente la duración de la función completa], pudiera empezar a consumirse antes de la función [como sucede en Ámsterdam], o incluso en días y tramos horarios en los que no hay actividad escénica alguna [como pasa en Jerez, donde se aprovechan los exteriores del Villamarta], muchos sevillanos, sin ser especialmente aficionados se podrían familiarizar más estrechamente con un edificio rotundo como este, que impone distancias en lo arquitectónico y en lo cultural. Igualmente, y sobre todo previendo el retraimiento económico que seguirá a la crisis provocada por la pandemia del coronavirus, el actual director general debería revisar la política de precios, desarrollando más los tibios intentos brindados para atraer a los jóvenes con las entradas de último minuto, etc. Y, como bien ha decidido recientemente la Sinfónica, grabar y retransmitir en streaming [bajo demanda y previo pago, por supuesto], los espectáculos de cada temporada. Además de permitir así que los aficionados ausentes del teatro [por el miedo o por las restricciones de aforo impuestas], puedan disfrutar de la función en directo desde su domicilio, se conseguiría un valioso archivo musical que constituiría, con el tiempo, un hermoso legado para las generaciones futuras.


   La propuesta teatral de Javier Menéndez es interesante, pero aun está por probarse como exitosa: su primera temporada diseñada tras la finalización del mandato de Halffter es la presente. En la anterior había algunos espectáculos, como Traviata, programados por el director madrileño, pero Menéndez pudo estrenar un Don Pasquale bien enraizado en su renovado concepto de «teatro musical», como sustitutivo del término ópera, manchado de determinados clichés sociales de los que quiere huir el dirigente ovetense. Ahora, en la 2020-2021 y si las circunstancias lo permiten, se apoyará [además de en la prometedora gala señalada al principio], en los reclamos de viejos amigos del teatro como Ismael Jordi, Mariola Cantarero, Ainhoa Arteta, Nancy Fabiola Herrera en lo lírico, en el apabullante Sokolov en el terreno del recital pianístico, en Savall para la música antigua y en la recuperación de dos óperas de extrema calidad que faltaban en la oferta programadora desde hace una generación: Carmen de Bizet [solo se representó en 1992] y Così fan tutte de Mozart [se hizo lo propio en 1995]. Nada es absolutamente original, pero ahondando en estas acciones y si la suerte y la respuesta sanitaria lo permiten, el Teatro de la Maestranza puede vivir su última temporada [alerta con la amenaza de retirada presupuestaria que hizo en agosto la Diputación de Sevilla a la vez que aumentaba hasta un 50% las retribuciones adicionales de sus directores generales por el «extenuante trabajo» desarrollado en tiempo del Covid19], o, por el contrario, resucitar para colocarse, sin ambages, en el lugar que le corresponde (y para el que fue creado), como el mejor y más perdurable legado de la Expo para con la ciudad, un espacio de gusto y socialización artística y, por último, como un templo de la cultura sevillana.

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico