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'Los maestros nunca mueren'. Raquel Andueza sobre Richard Levitt

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Autor: Raquel Andueza
5 de febrero de 2017

LOS MAESTROS NUNCA MUEREN

   Por Raquel Andueza
   Recuerdo cuando me encaminaba hacia Salamanca, para acudir a mi primera clase contigo. Iba nerviosa, expectante, con la respiración agitada, puesto que en unas horas conocería a un mito: el profesor de Andreas Scholl, Carlos Mena, Gerd Türk... Me habían dicho que eras duro, directo, sin pelos en la lengua. Entré a tu aula. Y allí estabas: alto, corpulento, con una camisa estampada abierta hasta el pecho, sentado en una banqueta de piano. Canté para ti el Laudate Dominum de Claudio Monteverdi. Y, mientras lo hacía, viniste por detrás y me tiraste del pelo para levantarme la cabeza. Podías haberme interrumpido y dicho: No cantes mirando al suelo, levanta la cabeza, por favor. Pero no. Decidiste tirarme de los rizos, para que no lo olvidara jamás. Era tu manera.

   Y así fue empezamos nuestra intensa y maravillosa relación. Fuiste un gran profesor para muchas de las voces que cantan hoy en Europa y también en España; decidiste, de manera muy generosa, establecer un contacto periódico con los estudiantes de los cursos organizados por la Academia de Música Antigua de la Universidad de Salamanca y por Junta de Castilla y León en Salamanca y en Béjar. Venías cada cierto tiempo, durante el curso y en el verano, para ayudarnos a progresar. En mi caso, fuiste la persona que más creyó en mí, la que me dijo rotundo, el primer día, que debía dedicarme a cantar. Tu pasión por la docencia y por la voz era extraordinaria. La versatilidad de tu formación en Estados Unidos, donde estudiaste canto clásico, danza, música popular, teatro, etc., hizo que tu acercamiento a la técnica del canto y a la manera de presentarse en un escenario fueran únicas. Y, sí, en tus clases eras muy tajante, Richard. O te gustaba algo o te desagradaba sobremanera. Pero solías dar en el clavo, mal que nos pesara a los que estábamos delante de ti. A más de uno nos hiciste llorar, pero siempre sacaste lo mejor de nosotros. Fuiste un maestro de la vieja escuela, con tu psicología pedagógica muy particular, pero brillantemente eficaz. A mí, conocerte, me cambió la vida. Te lo dije muchas veces y, por supuesto, te gustaba escucharlo. Aprendí a salir más segura a cantar, porque aprendí a conocer mi instrumento y cómo funcionaba. Y sé que les ocurría lo mismo a los alumnos que siguieron recibiendo tus clases. Nunca podré, nunca podremos agradecértelo lo suficiente.

   Por eso mismo, porque estás en cada uno de nosotros, en cada nota que emitimos, nunca podrás irte. E intentaremos seguir dejando huella de tu conocimiento en las generaciones venideras. Porque los maestros nunca mueren.

   Richard Levitt. 1935 - 2017.

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