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Opinión: 'Estudiad menos'. Por Juan José Silguero

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Autor: Juan José Silguero
1 de febrero de 2018

Estudiad menos

   Por Juan José Silguero
   El tiempo estimado de concentración durante el estudio de una persona normal oscila en torno a diecinueve minutos. Esto significa que, más allá de este margen, el estudiante se dedica básicamente a perder el tiempo.

   Si tenemos en cuenta que el alumno promedio acostumbra a dedicar “muchas horas” diarias a sus estudios, la conclusión resulta obvia: la inmensa mayoría de esas horas se convierten en humo.

   No es que tengan poco tiempo… como tan a menudo aseguran, sino que pierden mucho; y el poco que conservan se encuentra absolutamente disperso, como esos excelsos domingos en los que uno se promete hacer un millón de cosas y al final no hace nada.

   O esos veranos…

   Reducid el tiempo de dedicación a los estudios, aumentad, a cambio, el grado de atención, hasta que éste alcance el diámetro y la intensidad aproximada de un rayo láser. Porque la concentración dispone la limitada inteligencia de cada uno al servicio de la voluntad, que es ilimitada, y alcanza allí donde la aptitud no llega. No aspiréis aún a esos aparentemente miserables diecinueve minutos, al menos en un principio. No estudiéis nunca de más; estudiad de menos, y levantaos siempre de vuestro instrumento con ganas de seguir tocando. Pues la eficacia en el estudio se mide por su productividad, y no en función del número de horas empleadas.

   Decía el ex-presidente uruguayo José Mújica:

   “Cuando tú compras algo no estás pagando con dinero, estás pagando con tiempo. El tiempo de tu vida que tuviste que invertir para obtener ese dinero”.

   Lo mismo sucede con los estudios.

   No existe mayor absurdo ni mayor despropósito que el alumno que no sale de su habitación y después saca malas notas.

   Ese alumno requiere menos tiempo de estudio.

   Obviamente, haciendo las cosas bien durante años, el tiempo de práctica deberá ser ampliado gradualmente, pero sin sacrificar nunca el grado de concentración al que me refiero. Muchos de los grandes suelen coincidir con asombrosa frecuencia en las tres horas de dedicación diaria al instrumento como promedio ideal. Pero esto se encuentra solo al alcance de unos pocos. El alumno que dedica muchas horas diarias a estudiar no solo se perjudica sino que, también, retrocede, al hacer patológico el peor enemigo posible del artista, ese que no tiene contacto alguno con el filtro de su conciencia, el mismo que le hace completamente ignorante del movimiento de sus dedos:

   El automatismo.

   Para un estudiante de música es más importante escuchar música que practicar, tal y como el aspirante a escritor debe dedicarse antes a leer que a escribir. Pero también frecuentar los museos, esquilmar las bibliotecas, ampliar la personalidad y la inteligencia, viajar, vivir…

   ¿Por qué motivo?

   Porque antes de vaciarse es preciso llenarse.

   En cambio, ahí están los chinos, condenados a galeras desde que nacen, con los resultados artísticos que todos conocemos… o, mejor dicho, que no conocemos.

   Estudiad menos. Aumentad, a cambio, el cariño que ponéis en ello. Porque el amor y el conocimiento se retroalimentan el uno al otro, ágiles, como pelotas de goma.

   “Ninguna cosa se puede amar ni odiar si primero no se tiene conocimiento de ella. El amor nace del conocimiento. Igual que la comida tomada sin apetito se torna indigesta, el estudio sin deseo gasta la memoria, por no retener las cosas ingeridas”.

   Esto decía un tal Leonardo da Vinci, hace ya como quinientos años.

   Durante los estudios no musicales el alumno se afana habitualmente por meter, como puede, una ingente cantidad de materia en la cabeza, solo para olvidarla por completo dos días después del examen. Entonces aparece un nuevo examen… y el proceso se repite de nuevo, una y otra vez, como Sísifo en su montaña, hasta el final de sus estudios.

   Cuando éstos por fin concluyen, el alumno descubre, para su sorpresa, que no sabe nada de nada.

   Lo que sucedió fue que, en determinado momento de su autómata formación, comprendió que había tragado ya tanta mierda que era capaz de pasar por todos los absurdos aros que le propusieran, con mayor o menor resignación.

   Pero eso no es lo que provoca el amor por el aprendizaje.

   Y resulta que solo mediante el amor es como el conocimiento pasa a la carne y a la sangre, y permanece en la memoria y en la sensibilidad de cada uno para el resto de su vida.

   Ya no digamos en el caso de los artistas.

   Solo mediante el amor el conocimiento se hace esencial, trascendente.

   La consecuencia de semejante herencia, es obvio, es el fracaso histórico que caracteriza a nuestro sistema educativo, y que nos sigue situando, año tras año, a la cola de Europa.

   No estudiéis de más, estudiad de menos… Y conseguid el papelito cuanto antes.

   Pero cuando estudiéis… desapareced del mundo.

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