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CRÍTICA: SEGUNDO CONCIERTO DE ABONO DE LA ORQUESTA Y CORO DE RTVE. Por Germán García Tomás

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Autor: Germán García Tomás
24 de octubre de 2013

 ENTRE LUCES Y SOMBRAS

 18/10/2013. Teatro Monumental (Madrid). Temporada de la OCRTVE, Carlos Kalmar (director). Programa: Sinfonía nº 70 en re mayor (Haydn). Sinfonía en negro (Leonardo Balada), Sinfonía nº 2 en mi menor op. 27 (Rachmaninov).


     No se podrían haber elegido tres obras sinfónicas pertenecientes a épocas diferentes y tan antitéticas en carácter para este segundo concierto de la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de RTVE a las órdenes de su titular Carlos Kalmar. Una de las obras menos escuchadas e interpretadas de la producción sinfónica del músico de Rohrau, la Sinfonía nº 70, fue la elegida para abrir la primera parte, una obra optimista, de pequeñas proporciones, que se enmarca dentro del proceso de experimentación de las posibilidades orquestales emprendido por el padre de la sinfonía. Sus dos movimientos más atractivos quizás sean el segundo (un Andante de aire distinguido que, como muchos otros surgidos de su inspiración, incide en el método imitativo del canon y la variación) y el animado Allegro vivace final, que pone en interrelación hasta tres temas melódicos diferentes, un proceso que tendrá muy en cuenta el genio de Salzburgo en su último movimiento fugado de la Sinfonía nº 41, "Júpiter" y del que igualmente tomará buena nota Beethoven, como apuntó Kalmar en su habitual comentario del programa. Todas estas características que definen a la obra fueron perfiladas con especial habilidad por el director uruguayo, ofreciendo una versión de gran agilidad pero no intrascendente, atenta a detalles cadenciales y contrastes dinámicos, con un pujante sentido del ritmo, consiguiendo de la Orquesta de RTVE un empaste exquisito.

     El salto a la música experimental de vanguardia de mediados del siglo XX español llegó posteriormente de la mano de la Sinfonía en negro del compositor barcelonés Leonardo Balada (1933), escrita por encargo de la RTVE en el socialmente agitado año de 1968. Una obra que pone a prueba la sincronización de todos los miembros de una gran orquesta realmente versátil. La inquietante pieza supone un homenaje a la figura del defensor de los derechos de la población de color, Martin Luther King. Como inspiración de la obra, el fenómeno de la esclavitud ligada históricamente a este colectivo se pone de manifiesto desde los ásperos lamentos iniciales de la cuerda disonante, mediante atmósferas y sonoridades instantáneas que recuerdan a Bartók, Ligeti o Penderecki. A lo largo de la composición, el espectador asiste a cierta sensación de incomodidad, con tensiones y distensiones a través de acordes anárquicos. El fuerte protagonismo tímbrico de toda la percusión le lleva a su autor desde un determinado punto a recurrir a un original efecto sonoro: arrastre de cadenas para recrear el clima de opresión y esclavitud. Dentro de ese universo central de desasosiego, también hay cabida para desafinados solos del primer violín intentando traslucir atisbos de melodía tradicional. Aunque el ritmo es clave en toda la obra, en el final (donde más se pone de manifiesto el elemento étnico) es el absoluto protagonista, desencadenándose una serie de rítmicas africanas, que yuxtapuestas y en aceleración progresiva le sirven a Balada para concluir en un poderoso y efectivo clímax, su composición, muy bien recibida por el público ante la presencia del propio compositor en la sala.

    El halo romántico de la Segunda de Rachmaninov sirvió para coronar esta velada sinfónica. Mayestático se presentó el horizonte del compositor ruso a través de su arrebatadora y apasionada música, en una muy equilibrada recreación, de subrayado fraseo, aunque sin caer en ningún caso en lo empalagoso, algo de lo que en cierta medida pueden abusar las orquestas interpretando a este tipo de autores románticos. Realmente se consiguieron contrastes en una sabia combinación de claroscuros, entre los pasajes más narrativos y los más contemplativos, traducidos éstos en las subyugadoras expansiones líricas, sello inequívoco de su autor, que recorren los cuatro movimientos de la partitura, y que alcanzaron el éxtasis de ensoñadora melancolía en el tercero, el famoso Adagio ma non troppo, con el tema principal pasando por varios atriles de las maderas. No obstante, pareció que Kalmar pasara más de puntillas por las pinceladas dramáticas que discurren entre esas bellas melodías del amplio y caudaloso primer movimiento, realzando con todo lujo de detalles el ritmo y la grandilocuencia de los movimientos segundo y cuarto, con una sección de metales que sonó en todo momento vigorosa y contundente.
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