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Crítica: Los dos 'Otello' del Teatro del Liceo de Barcelona: Rossini versus Verdi

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Autor: Robert Benito
9 de febrero de 2016

ROSSINI VERSUS VERDI: VINCITOR ROSSINI

Por Robert Benito
Barcelona. 4,5,7/II/16. Gran Teatro del Liceu. Otello, Verdi. José Cura, Carl Tanner, Marc Heller, Marco Vratogna, Ivan Inverandi, Alexey Dolgov, Vicent Esteve, Ermonela Jaho, Maria Katzarava. Dirección musical: Philippe Auguin. Dirección de escena: Andreas Kriegenburg. Otello, Rossini, Versión concertante, Barcelona,3/II/16. Gran Teatro del Liceu. Gregory Kunde, Jessica Pratt, Mirco Palazzi, Dmitry Korchak, Yijie Shi, Lidia Vinyes-Curtis, Josep Lluís Moreno, Josep Fadó, Beñat Egiarte. Dirección musical: Christopher Franklin. Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatro del Liceu.

   Pocas veces se da la oportunidad de ver y escuchar la lectura del mismo mito realizada por dos grandes compositores de diferentes estéticas y lenguajes compositivos. El Gran Teatre del Liceu nos lo ha permitido en este comienzo del año con estas funciones del moro de Venecia shakespiriano pasado por el tamiz musical del cisne de Pésaro y del maestro Verdi.

   Con dichas funciones se ha inaugurado por parte del coliseo de las Ramblas su pequeño homenaje al año Shakespeare, y esperemos que antes de acabar el año además de poder ver alguna otra composición musicadas de las obras del genio inglés como Macbeth la dirección artística haga el mismo tratamiento con alguna de las obras inspiradas del otro numen de las letras de nuestro país, Miguel de Cervantes, que igualmente se celebra su centenario, aunque esperemos que no sea el costoso y muy criticado D.Q que inauguró la primera temporada de la nueva etapa del” Liceu de todos”.

   Si hay algo que ha unido a estas dos producciones de Otello ha sido las fatídicas cancelaciones que ambos han padecido y que ha tenido como consecuencia diferentes resultados.

   Para la versión escénica verdiana ninguno positivo. La reaparición del tenor argentino José Cura tras diez años de su último Otello fue cuanto menos decepcionante vocalmente si bien su concepción escénica del personaje es impecable y llena de matices, aspectos que no se pueden aplicar a los otros dos tenores americanos Carl Tanner y Marc Heller cuyos Otellos no tuvieron ninguna credibilidad escénica y mucho menos seguridad vocal. Es conocido que Otello es un tour de forcé para el tenor que se acerca a él pero hay que hacerlo con un mínimo de garantías, y no voces de poco volumen, con engolamientos y falseando defectos de técnica por defender unos efectos escénicos a estas alturas de la película no cuelan y es lo que pasó en las funciones populares con estos dos tenores.

   Esto mismo y con un plus se puede aplicar a los Yagos de los italianos Vratogna e Inverardi que abusaron de un exceso de “prestancia” escénica para encubrir faltas de afinación y proyección, resultando más un continuo regular declamado cantado que una verdadera línea de canto.

   Las voces femeninas sin ser unas verdaderas Desdémonas fueron las que más se acercaron a la idea verdiana con un canto cuidado y una presencia sobre el escenario más creíble a pesar de lo absurdo de la propuesta escénica. La albanesa Ermonela Jaho, triunfante tras su paso por La traviata del Real, ofreció una técnica impecable de canto en los dúos con Otello y sobre todo en su Canción del sauce y Ave María, con unos pianísimos y legatos muy expresivos. La debutante mejicana María Katzarava, añadida tras las cancelaciones, ofreció un buen proyecto de Desdémona aunque todavía le falta madurar algunos aspectos técnicos, homogeneizar más la voz, cuidar los filados y potenciar la expresividad a través del canto y menos del gesto corporal.

   Pobres los comprimarios de Ialcic como Ludovico y de Dolgov como Cassio, lo que nos hace preguntar si es necesario contratar gente de países tan lejanos no confiando estos roles a cantantes del país que lo han hecho con solvencia en otros teatros. Y por el contrario buena prestación de los comprimarios Damián del Castillo como Montano y Vicenç Esteve Madrid como un magnífico y dinámico Roderigo, así como muy buena la elección de Oleysa Petrova en su Emilia.

   La dirección musical del francés Philippe Auguin fue correcta en la concertación con algún desequilibrio en el tercer acto en cuanto a volumen, excesivo en la orquesta para los efectivos de la escena. Si pecó de algo la batuta fue ante tantos cantantes diversos y con libertades rítmicas acusadas: la de intentar por encima de la expresión mantener el pulso rítmico verdiano. Una verdadera heroicidad.

   Los efectivos de la casa cumplieron con creces a pesar de los incovenientes de una escenografía que no ayudaba para la proyección y empaste del coro y el cansancio físico y mental que supone estar prácticamente en escena en una incomodidad absoluta.

   La orquesta, con un ritmo frenético de ensayos y funciones ofreció lo mejor de si, destacando el viento madera con un expresivo ensemble en el comienzo del cuarto acto junto una sección de contrabajos segura y afinada.

   Lo mejor que se puede escribir de la producción escénica de Andreas Kriegenburg es no volver a contratar a un señor que ni se presenta a ensayar, ni a ninguna función para dar la cara por su “producto” artístico lleno de tantos absurdos y contradicciones que sólo una mente como la suya podría justificar, pero que por desgracia nos hemos quedado con las ganas de escuchar.  

   Si en esta temporada el Otello de Verdi no ha estado bien servido, el público liceísta pudo gozar de una versión de antología de la lectura rossiniana el pasado miércoles.

  Mientras en el Palau el divo mediático Juan Diego Flórez ofrecía arias a piano terminando su actuación cantando con su guitarrico La flor de la canela, a pocos centenares de metros se ofrecía una de las obras mayores de Rossini que no subía al escenario del Liceu desde hacía 139 años, demasiada larga espera aunque con un resultado espectacular.

   Las cancelaciones también han afectado a este Otello rossiniano y el programado debut en el teatro de la soprano rusa Julia Lezhneva se ha visto truncado por extrañas circunstancias que nos ha regalado otro esperado debut, el de la soprano inglesa Jessica Pratt en un cuidado papel de Desdemona. Si bien en algunos momentos se hubiera deseado y necesitado una mayor presencia de volumen y mayor cuerpo en el registro medio y grave, nadie puede discutir que la belleza de la línea y la seguridad de los agudos fueron un verdadero placer.

   Su primer duettino con Emilia “Vorrei che iltuo pensiero” ya ofreció una calidad musical de notable, pero su participación en los concertantes finales de cada acto destacando su aria “Che smania? Ahimé!” que abre el final del acto primero con un generoso mi sobreagudo fue absolutamente impactante y se coronó su participación con una cuidada y sentida interpretación de la Canzone del salice y posterior Preghiera.

   Siempre se ha dicho que esta obra es la ópera de los tenores, ya que junto con Zelmira son las composiciones que Rossini con su característico humor escoge para la mayoría de sus personajes masculinos esta cuerda aguda para ni más ni menos que seis de los siete que tiene Otello.

   Pero antes de pasar a los hombres una mención especial a la Emilia de Lidia Vinyes-Curtis, que ofreció de memoria en esta versión concertante su  nada desdeñable papel lleno de recitativos muy cantables, sabiendo guardar una bella línea de canto en todo momento y esperemos que pueda ir ganando en redondez de timbre así como volumen para resempeñar primeros roles.

   Mirco Palazzi conocido ya por otros roles belcantistas en este teatro cantó un buen Elmiro destacando su arietta “Nel cor d’un padre” del final del primer acto con una buena proyección y línea de canto.

   De menor a mayor importancia los tenores fueron Beñat Egiarte -con sus quince compases de gloria- que supo sacar partido de su canción de Gondolero. Aunque no entendemos cómo para el papel de Lucio, más largo, se le encarga a un muy digno Josep Lluis Moreno, miembro del coro, y para el gondolero se contrata a un comprimario; pero doctores e intereses desconocidos tienen los teatros de ópera que un servidor no alcanza a entender. E igualmente correcto el mutilado papel del Dux de Josep Fadó.

   El personaje de Yago en la versión rossiniana no tiene la fuerza dramática que le concedió posteriormente Verdi, sin embargo la interpretación muy cuidada del tenor chino Yijie Shi nos reveló muchos matices de este personaje que podrían quedar ocultos en medio de los fuegos artificiales que Rossini le hace cantar en los dúos con Rodrigo en el primer acto y con Otello en el segundo, donde brilló como verdadero interprete rossiniano cuidando la emisión, con pulcritud en las agilidades y con un timbre que contrastó claramente con los otros dos tenores protagonistas. Un muy buen debut que esperamos siga con otras participaciones.

   El tenor ruso Dmitry Korchak ha tardado más de doce años en realizar su debut en el coliseo de Las Ramblas tras su segundo premio en el Concurso Viñas (2004) ofreciendo un Rodrigo de antología. Si su primer dúo con Yago fue espectacular, el teatro se vino abajo tras su aria “Che ascolto! Ahí mè!che dici!” del segundo acto, ofreciendo una lectura perfecta de las tres partes en que está estructurada esta escena, lírica la primera, heróica la segunda y de absoluto virtuosismo con las variaciones en la tercera con el tema de “Il duo dei Gatti”, un guiño de la genialidad del compositor de Pésaro. Y por si no hubiera habido suficiente, el delirio se produjo en su dúo con Otello con frases que alcanzaron el re sobreagudo y en el terceto posterior al que se sumó Desdémona “Ah vieni, nel tuo sangue” con la delicadeza de una obra de cámara vocal a capella. Un verdadero lujo que nos reafirmó en la idea de que un cantante ha de saber cúal es su repertorio y no pasar a repertorios que le vienen grandes como vimos con la última Lucia en la discutida versión Flórez.

   Y al fin Gregory Kunde, ese portento del canto que nos regaló las que tal vez sean de sus últimas interpretaciones de este rol. En estos últimos años hemos podido seguir a este tenor por diferentes teatros españoles y repertorios y he de decir que no se sabe qué apreciar más, si su profesionalidad por encima de los inconvenientes, como sucedió al no cancelar en Valencia tras un accidente en los ensayos de Samson, o en este Otello en el que cantó todavía con la movilidad reducida, su simpatía y sencillez in&out stage o su profesionalidad tras más de cuatro décadas de su debut en los escenarios. Lo que es incuestionable es su calidad canora, su portentoso instrumento y su seriedad estilística al abordar cada rol.

   Kunde venció cada una de las trampas o dificultades que Rossini pone a este rol: una tesitura extrema que va del la por debajo del pentagrama a una serie de does sobreagudos escritos ya desde el origen para un baritenor, unas agilidades endiabladas y a la vez un fraseo legato sin concesiones, un volumen que  ha de brillar por encima de orquesta, solistas y coro a tutta forza en las strettas de final de acto. Y a todo esto se ha de sumar la resistencia de un rol largo y de un dramatismo que se ha de expresar con menos recursos musicales que el de su homónimo verdiano.

   A lo largo de este escrito hemos ido haciendo referencia a los diferentes dúos en los que Otello-Kunde intervenía y que han sido lecciones de interpretación pero su entrada con la cavatina “Ah sì, per voi già sento” a pesar de una cierta frialdad en las agilidades, fue una brillante presentación que por desgracia quedó sin aplauso ante la continuidad de la música orquestal, recompensada al final con una ovación cerrada de todo el teatro ante este caballero del canto.

   A pesar de los diferentes cortes en recitativos y sobre todo de algunas intervenciones o repeticiones del coro, este colectivo volvió a demostrar su calidad con un sonido compacto, generoso, empastado y que en este caso apenas sin refuerzos mostró su voluntad de defender el arte por encima de las limitaciones a las que desde hace años se ve abocada esta plantilla de profesionales que es el coro del Liceu. Esperamos que en breve se vayan solucionando de la misma forma que hemos visto cómo se ha comenzado a convocar oposiciones para la orquesta, dejando de lado contratos a refuerzos externos que no son la solución más viable, como se vió en Benvenuto Cellini y en en el Otello verdiano.

   Por su parte la orquesta hizo lo que pudo a partir de los caprichosos cambios de tempo y aceleradísima batuta del americano Christopher Franklin, que en su debut provocó alguna descoordinación. Brillaron los solistas de arpa, flauta, fagot y sobre todo el clarinetista Juanjo Mercadal incomprensiblemente apartado de las obras que dirige el titular del teatro demostrando, con este casi concierto para clarinete que es su parte, la valía como solista de esta orquesta. No se puede decir lo mismo del trompa solista, con ciertas dificultades en su exigente parte.

   Fue una noche en la que reinó el arte y la buena interpretación por encima de puestas en escena caprichosas y baladíes. En este reto que ha enfrentado en el Liceu a Verdi y Rossini con sus dos Otellos el gran vencedor fue Rossini por goleada de buenos cantantes.

   Confiemos en no tener que esperar otros 139 años para volver a escuchar la partitura de Rossini y que el próximo Otello de Verdi sea más coherente y con cantantes que hagan honor al compositor.

Foto: Antoni Bofill

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