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Crítica: 'Otello' de Verdi en Sabadell bajo la dirección musical de Daniel Martínez Gil de Tejada

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Autor: Albert Ferrer Flamarich
26 de febrero de 2016

APOSTAR FUERTE

Por Albert Ferrer Flamarich
Sabadell. Teatro de La Faràndula de Sabadell, 19-2-16. Otello de Verdi. Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell (AAOS). Enrique Ferrer (Otello). Maribel Ortega (Desdémona). Toni Marsol (Iago). Carlos Cremades (Cassio). Carla Mattioti (Emilia). Samuel Peláez (Roderigo). Juan Carlos Esteve (Lodovico). Coro AAOS. Orquesta Sinfónica del Vallés (OSV). Daniel Martínez Gil de Tejada, director. Carles Ortiz, director de escena.

   La Asociación de Amigos de la Ópera de Sabadell (AAOS) ha vuelto a demostrar que alejada de los tecnócratas, de los presupuestos millonarios y con un trabajo cualitativo de base se puede realizar una temporada artística muy digna. El fracaso del Otello liceísta (y el de sus últimas temporadas) debería de forzar a la nueva Consellería de Cultura ha replantearse de qué manera se avala y reparte el eje operístico catalán. Es una operación aplazada desde hace demasiados años.

   El equipo habitual formado por Carles Ortiz y Jordi Galobart, respaldados por la iluminación de Nani Valls, ha gestionado una producción con el recurrente punto de frontalidad pero enmarcando la acción en un decorado majestuoso, bien aprovechado y que llenaba el escenario. Cabe destacar el movimiento de conjunto, el juego de colores y la ambientación de los actos primero y segundo (detalle de calidad en el aria “Credo in un Dio crudel”). Por el contrario el tercer y cuarto acto recomponían los mismos elementos sin mucha creatividad. Especialmente en el trío entre Cassio, Iago y Otello (acto III) en que los personajes daban vueltas por el escenario.

    Carles Ortiz acostumbra a explicar la historia llanamente pero hay que discutir algunas licencias. Primero: los excesivos desmayos y convulsiones del protagonista del acto segundo, cuando el destrozo moral aún no es absoluto como para sufrir esta agudeza psicosomática de la manera que se representa. O quizá sólo era una reminiscencia a la epilepsia del Otello shakespeariano.

   Segundo: la distancia entre Desdémona y Otello cuando éste confiesa la intensidad y la sublimidad del abrazo (“Venga la morte! E mi colga nell’estasi di quest’amplesso il momento supremo!” en el acto I). Este momento fáustico nunca puede cantarse con los dos personajes separados. La incongruencia es flagrante y despersonaliza el anhelado reencuentro y, de rebote, la supuesta traición. Otros pasajes del dúo admiten jugar escénicamente con acercamientos y separaciones. Éste no.

   Tercero: en una propuesta en conjunto satisfactoria y con ideas faltó más dirección de cantantes en unos comprimarios de resultados vocales irregulares (unos por técnica insuficiente, otros directamente inaudibles). Por ejemplo, si Iago mata a Emilia, la actitud de los que le rodean ha de ser más turbada, espontanea y asertiva. Carla Mattioli (Emilia), por cierto, fue la más convincente tanto escénica como vocalmente con un cuarto acto donde tomó el relevo necesario.

   Al margen de estas eventualidades la producción fue sugerente y cabe reincidir en la alternativa operística que es Sabadell. En esta ocasión además con un coro reforzado, de sonido poderoso y comprometido, que sobresalió en la concertación y la rítmica del acto primero y el interno femenino del segundo. Daniel Martínez Gil de Tejada al frente de la Orquesta Sinfónica del Vallés (OSV) tendió a tiempos rápidos (dúo del acto II entre Otello y Iago y concertante del acto III) pero convenció “grosso modo” por la texturación, detalles tímbricos y la cohesión del conjunto, muy exigente, con momentos de refinamiento (y alguna desafinación de la cuerda).

   Si para los AAOS ésta era la primera vez que ponía en escena Otello, para Toni Marsol suponía el desvirgamiento con personajes dramáticos. Se puede admitir que Iago tienda a la psicopatía de alguien herido emocionalmente que pierde el contacto con el bien y la realidad, llevado por la propia locura. No siempre buscaremos la frialdad, el odio y la falta de compasión como arquetipos inamovibles. No obstante, Marsol abusó de la gesticulación ya conocida en otros registros sin dotar vocalmente de la amplitud, la fuerza y la extensión (especialmente en el agudo) necesarios. Su validez para roles “serios” pasa por un inevitable giro en el enfoque y el gesto.

   Maribel Ortega (Desdémona) encontró un punto correcto de equilibrio entre la abnegación, el sufrimiento y la expresión candorosa redondeando su actuación con un canto inteligente y refinado. El esmalte tímbrico es menos penetrante que hace unos años pero la amplitud y el color vocales garantizan una presencia y técnica adecuadas para una “Canzone di salze” emotiva y elegante y un “Ave Maria” de seducción hipnótica.

   Enrique Ferrer también leyó escénicamente su personaje con gran acierto. Atormentado, con brotes de irascibilidad, de corte lírico, fue ganando dramatismo y expresividad en una progresión memorable. Mereció más aplausos que los recibidos. De timbre bonito, tiene un agudo firme y cuerpo vocal audible en los conjuntos sin acusar el paso del registro. En parte porque abusa de una emisión fijada, enmascarada y a veces un poco abierta que garantiza la colocación y la afinación. Sin duda, de lo mejor en su tipología de cuerda que ha pisado Sabadell en los últimos años.

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