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Crítica: Pedro Halffter dirige 'Adriana Lecouvreur' de Cilea en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

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Autor: José Amador Morales
30 de mayo de 2018

La ópera de las divas

   Por José Amador Morales
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 24-V-2018. Franceso Cilea: Adriana Lecouvreur. Ainhoa Arteta (Adriana), Teodor Ilincâi (Maurizio), Luis Cansino (Michonnet), Ksenia Dudnikova (Princesa de Bouillon), David Lagares (Príncipe de Boullon), Josep Fadó (Abate), Pablo López (Quinault), Manuel de Diego (Pouisson), Nuria García-Arrés (Jouvenot), Marifé Nogales (Dangeville). Coro de la A.A. del Teatro de La Maestranza (Íñigo Sampil, director del coro). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pedro Halffter, dirección musical. Lorenzo Mariani, dirección escénica. Producción del Teatro San Carlo de Nápoles.

   Pocas veces se da la oportunidad de poder disfrutar de un título relativamente conocido entre los aficionados y tan poco programado por los teatros líricos. Y es que la mera posibilidad de asistir a una función de Adriana Lecouvreur se convierte en una ocasión única, más si cabe en nuestro país. El Teatro de la Maestranza ha apostado por este título de Francesco Cilea como cierre de la presente temporada con la presencia de Ainhoa Arteta en el rol titular. Si Andrea Chénier es la “ópera del tenor”, Adriana Lecouvreur es sin duda una ópera de “diva” en el sentido más amplio de la expresión pues, sin ser una tesitura de particular exigencia -al menos comparativamente con otros títulos– el desarrollo dramático del personaje pone a prueba las dotes de una verdadera cantante-actriz que aúne tanto belleza y expresividad canoras como magnetismo escénico a partes iguales. Era el caso de nombres señeros de la lírica como Tebaldi, Olivero, Gencer, Scotto, Kabaivanska, Freni… y más recientemente Cedolins, Dessì, Gheorghiu o Netrebko. Probablemente la principal causa de la poca presencia de esta ópera en las carteleras se deba precisamente a la dificultad de encontrar dicho perfil artístico en la actualidad.

   Ainhoa Arteta encarnó esta Adriana Lecouvreur que fue a más y con la que logró un éxito incuestionable y merecido. Su timbre se ha ensanchado lo suficiente sin perder el atractivo color y el controlado vibrato proporciona a su canto cierta emotividad extra; así pues, un acierto la incorporación de éste nuevo personaje a su repertorio, algo en lo que la soprano vasca está siendo particularmente atinada en esta etapa de su carrera. Fue la suya una Adriana de hermosa línea de canto, cálida, refinada y conmovedora en esa joya dramática que supone el último acto. Tal vez careció un tanto de ese plus de carácter que distingue una buena actuación, extraordinaria incluso, de una gran creación. Desde luego, tampoco se lo puso fácil en este sentido ni la dirección musical ni la escénica.

   Junto a ella, Ksenia Dudnikova compuso una fantástica Princesa de Bouillon, con su voz enorme que se proyectaba de forma impactante por la sala, manejada con enorme talento dramático. Estaba claro de antemano que el tremendo dúo con Adriana al final del segundo acto prometía y ninguna de las dos cantantes defraudó en lo que fue el mejor momento de la noche junto al ya mencionado último acto.

   Quien sí lo hizo y mucho fue el Teodor Ilincâi, que solo daba con el personaje de Maurizio en lo meramente escénico en base a su apostura. Pero vocalmente fue un despropósito, con un fraseo deslavazado y artificial y una técnica imposible que le llevó a ofrecer una emisión irregular, nasal y estrangulada arriba. Hasta sus intentos de apianar en frases como “Bella tu sei, tu sei gioconda” con la voz empotrada en la gola, resultaron inútiles y hasta grotescos.

   Por su parte, Luis Cansino compuso Michonnet ideal, emotivo y bien cantado, con evidente química con Arteta. El resto del reparto estuvo protagonizado por habituales de las últimas producciones, encabezado por los siempre convincentes David Lagares como Príncipe de Boullon y Josep Fadó como Abate y la profesionalidad y buen hacer de Pablo López, Manuel de Diego, Nuria García-Arrés y Marifé Nogales.

   Pese a ciertas expectativas dada su relativa afinidad con el universo pucciniano, Pedro Halffter no convenció con esta Adriana. La partitura de Cilea es rica y densa, pero no contiene el preciosismo orquestal de Puccini, aspecto este en el que más destacaba el maestro madrileño. En cambio aquí se requiere un profundo conocimiento del estilo y sobre todo una gran capacidad para enfatizar orquestalmente los aspectos dramáticos y teatrales que vemos sobre el escenario; algo que estuvo muy lejos de su lectura. Sólo citar el lentísimo acompañamiento a la célebre “Ecco: respiro appena... Io son l'umile ancella”, estirado hasta límites insospechados, demostraron lo anteriormente señalado. Su ya tradicional carencia de empatía en el acompañamiento a los cantantes que comprometió no pocos momentos, en especial la escena del monólogo de Fedra donde Arteta fue orquestalmente sepultada. Bien es cierto que la soprano fue obligada ahí a declamar desde el fondo del escenario, algo también imputable a los responsables escénicos, con una propuesta en términos generales eficaz pero insuficiente en la dirección de actores, monótona en el ritmo y poco expresiva en lo estético.

Foto: Teatro de la Maestranza

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