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Crítica: 'Pepita Jiménez', de Albéniz, en el Teatro Campoamor de Oviedo

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Autor: Aurelio M. Seco
2 de julio de 2015

ME PITA JIMÉNEZ

Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 29/VI/15. Teatro Campoamor. XXII Festival de Teatro Lírico Español. Pepita Jiméndez, Albéniz. Nicola Beller Carbone, Gustavo Peña, Marina Rodríguez Cusí, Federico Gallar, Fernando Latorre, Antonio Torres, Adrián Begega, Enrique Dueñas. Dirección musical: Marzio Conti. Dirección de escena: Calixto Bieito. Oviedo Filarmonía. Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo. Coro Infantil y Juvenil de la Escuela de Música Divertimento.

   Nos hemos llevado una gran decepción con esta producción -realizada entre Teatros del Canal y el Teatro Argentino de la Plata- de Pepita Jiménez, a la que asistíamos con la ilusión de ver en pie la tan nombrada ópera de Albéniz, que encontramos trasformada en algo poco edificante. Calixto Bieito traslada la historia del siglo XIX a la España franquista del XX, y realiza un montaje gris, enjuto y excesivamente simbólico que, sorprendentemente, fue premiado en los Premios Líricos Teatro Campoamor 2013 dentro de la categoría de mejor nueva producción de ópera española o zarzuela y a la mejor dirección de escena. No asistió mucho público a la función y, a lo largo de la misma, algunos optaron por dejar el teatro en el transcurso de la obra.

   El director de escena español introdujo demasiadas ideas dentro de la propuesta, algo que entorpeció la interpretación directa de los acontecimientos. Saturación, saturación y saturación, y convenciones y estereotipos de la iglesia represora de la sexualidad, del franquismo y la nación española más gris, que resultan fuera de lugar e incluso un recurso facilón en esta ópera española escrita en inglés. Observar a un niño dar latigazos a un cura introduce algunas ideas perversas que al director le interesaba decir bien alto, para que la iglesia se entere -por si no se ha enterado ya-, sin darse cuenta de que la fatiga del pobre niño resultó incluso cómica cuando tocaba intensificar los latigazos. Casi todos los movimientos, muy pensados, eso sí, resultaron forzados y alejados del clima de la pieza. Incluso la luz nos pareció monótona y algo molesta al encenderse de pronto unos luminosos fluorescentes.

   Bieito puso a todo el mundo a salir del armario, llenando con este elemento toda la escena, como si fuera fácil olvidarse de la connotación evidente, de su falta de belleza estética o de su poca adecuación a algunas situaciones, para tener que acordarse de la forzada justificación intelectual que Bettina Auer (dramaturga) explica en los programas de mano (“El armario está completamente lleno con el tumulto silencioso de la memoria”) citando al premio Nobel Czeslaw Milosz. Lo que no vieron Auer ni Bieito es que metiendo la cabeza demasiado en el mensaje intelectualoide de Milosz, se pierde la perspectiva de Albéniz, Money-Coutts y Juan Valera. Nos gustaría añadir también cierta falta de atención a la coherencia respecto al libreto. Resultó absurdo observar a un personaje dirigirse a otro diciendo que su cara parecía cansada y su mano estaba fría, sin haberle dirigido la mirada y con una puerta de por medio que impedía el contacto físico.

   El reparto resultó convincente y, sin estar sobrado de cualidades líricas, logró establecer un aseado tono dramático. Nicola Beller Carbone fue una Pepita Jiménez carismática, a la que no le habría venido mal algo más de voz y un mejor acento inglés. También resolvió con acierto Gustavo Peña el difícil papel de Don Luis Vargas, sin estar sobrado en el agudo. Marina Rodríguez Cusí resultó una Antoñona adecuada si obviamos las inoportunas y desabridas carcajadas que le hicieron declamar, y Federico Gallar un aceptable Don Pedro Vargas. Fernando Latorre como Vicario y Antonio Torres como Conde de Genazahar resolvieron sagazmente sus entuertos. Resultó convincente el trabajo del Coro Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo y el Coro Infantil y Juvenil de la Escuela de Música Divertimento, y consistente aunque falto de finura y elegancia de estilo, la versión de Marzio Conti, cuyo perfil biográfico a duras penas se incluyó en el programa, en una hoja suelta. Conti no logró encontrar el tono pictoricista de la obra y a su versión le faltó el color dramático y ligeramente sentimental de Albéniz.

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