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CRÍTICA: "PETER GRIMES" DE BENJAMIN BRITTEN EN EL TEATRO CAMPOAMOR DE OVIEDO

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Autor: Aurelio M. Seco
1 de febrero de 2012
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 La Voz de Asturias (Miércoles, 1/02/12)

LA MAR DE VOCES

El último título de la LXIV Temporada de Ópera de Oviedo ha dejado un buen sabor de boca, gracias a una sesuda, ambiciosa pero también algo excesiva propuesta escénica de David Alden, el buen trabajo de dirección musical realizado por Corrado Rovaris al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y un reparto de calidad en el que sobre todo brilló el Coro de la Ópera de Oviedo, más reforzado que nunca, pero con la misma calidad vocal de la que viene haciendo gala de un tiempo a esta parte. Sus apariciones siempre resultaron impactantes, sonora y escénicamente, e incluso sobrecogedoras cuando el conjunto mostró con generosidad y calidad interpretativa el volumen vocal de todos sus componentes.

David Alden tiene una visión bastante particular y rebuscada de la ópera. Estéticamente, su versión se sitúa a medio camino entre un moderado expresionismo y un exagerado e innecesario surrealismo. Lo peor de la producción es que, con tanta intencionalidad subyacente, Alden se olvida o, más bien, le trae sin cuidado, lo fundamental: que la acción se desarrolla en una villa marinera que, además de serlo, debería parecerlo. El traslado de la acción a la Segunda Guerra Mundial -como reza el programa de mano- pasó desapercibido y no aportó nada. Tampoco el vestuario, discreto y ocasionalmente pintoresco. Resultó muy chocante ver caracterizada a Auntie, la dueña de la taberna, primero, como una mujer de sexualidad ambigua y, segundo, como una especie de Willy Wonka o incluso la propia Cruella de Vil, por lo del abrigo de piel. Este personaje fue como una mancha roja en un lienzo blanco. Al verlo, resultó tan fácil acordarse de Charlie y la fábrica de chocolate como difícil ver en ella a la desvergonzada tabernera. Algo parecido sucedió con Ned Keene, cuyo vestuario le convertía en un perfecto Dick Tracy demasiado propenso al histrionismo, o las dos sobrinas, a las que se transformó en una especie de marionetas de movimientos bastante inquietantes, probablemente para simbolizar, por si no está lo suficientemente claro ya en la obra, el perverso uso sexual que la gente del pueblo hace de las chicas. Alden las vistió de colegialas, seguramente de un IES privado, por lo del uniforme, y prefirió mostrar la perversión con gestos obscenos evidentes. Qué le vamos a hacer, la inteligencia de lo sutil parece que en el teatro ya no se lleva. En resumen, la obra se puede considerar una especie de "mélange", una mezcla explosiva, asombrosa y alucinada, de casos y cosas, fiel reflejo de un director de talento que, por desgracia, suele acabar perdiendo el fundamento dramático de las obras que dirige, como fue el caso. En el lado positivo está la complejísima red de movimientos tejida en determinados momentos, muy bien ordenada, de impactante expresividad. En cuanto a la escenografía, nos "inclinamos" a considerarla poco clara, angulosa y gris, con una excepción: la adecuada estampa de nubes de la última escena.

El trabajo musical de Corrado Rovaris gustó. "Peter Grimes" es una obra compleja desde el punto de vista musical. Rovaris no siempre encontró el ritmo ágil que la ópera requiere, pero el trabajo de fondo fue de altura y merece un notable. Las quejumbrosas sonoridades y atmósferas de la música de Britten estuvieron muy conseguidas, gracias a una OSPA muy dúctil que, detalles aparte, debe sentirse orgullosa del trabajo realizado. Todas las secciones funcionaron, pero las flautas, una vez más, resplandecieron.

Al Peter Grimes de Stuart Skelton le sobró voz y le faltó carácter. El tenor cantó bien, realizando un gran esfuerzo vocal y escénico, pero no encontró el tono dramático del personaje. Skelton dio la sensación de estar cantando Aída de Verdi, a juzgar por su exagerado volumen lírico, que resultó excesivo para un personaje necesitado de un estudio más profundo, que incidiera en su psicología de manera más definida y estilizada. De esta forma, el tosco, acomplejado, prepotente y oscuro Grimes, que tan magistralmente encarnó Peter Pears con su elegante y sutil sentido dramático de gran actor, se transformó por arte de Skelton en una especie de jovenzuelo incontrolable, bruto y demasiado gritón, que conviene valorar con la misma generosidad que mostró el artista en su interpretación.

Más refinado y acorde al personaje resultó el trabajo de Judith Howarth como Ellen Orford. Sin poseer una gran voz, su línea de canto resultó exquisita, y reflejó con apreciable gusto la generosa y sensible personalidad de Ellen. Del resto del reparto, de gran homogeneidad y solvencia, destacó la contundente voz de Matthew Best como Shallow, la idoneidad de las voces de Gillian Ramm y Tineke van Ingelgem como las dos sobrinas y la gran interpretación del joven Sergio Monferrer como John, llena de carácter y sentido dramático.

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