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Crítica: Philippe Jordan dirige 'Los maestros cantores de Núremberg' de Wagner en el Festival de Bayreuth

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Autor: José Amador Morales
21 de agosto de 2018

El beneficio del reposo

   Por José Amador Morales
Alemania. Bayreuth. Festpielhaus. 11-VIII-2018. Richard Wagner: Die Meistersinger von Nürnberg. Michael Volle (Hans Sachs), Johannes Martin Kränzle (Sixtus Beckmesser), Klaus Florian Vogt (Walther von Stolzing), Daniel Behle (David), Emily Magee (Eva), Wiebke Lehmkuhl (Magdalene), Günther Groissböck (Veit Pogner), Daniel Schmutzhard (Fritz Kothner), Tansel Akzeybek (Kunz Vogelgesang), Armin Kolarczyk (Konrad Nachtigal), Paul Kaufmann (Balthasar Zorn), Christopher Kaplan (Ulrich Eisslinger) Stefan Heibach (Augustin Moser), Raimund Nolte (Hermann Ortel), Andreas Hörl (Hans Schwarz), Timo Riihonen (Hans Foltz), Tobias Kehrer (Ein Nachtwächter). Coro y Orquesta de la Bayerisches Staatsoper. Philippe Jordan, dirección musical. Barrie Kosky, dirección escénica.

   La producción de Die Meistersinger von Nürnberg que ideara Barrie Kosky para el Festival de Bayreuth el pasado año se ha visto beneficiada sin duda por el reposo de ideas que supone una reposición, sin duda liberada ya de la presión mediática de una première. Resulta curioso en este caso hasta qué punto se han limado detalles, se han mejorado soluciones escénicas, habilitado transiciones más flexibles…(lástima que la mercadotecnia imperante obligue a publicar el dvd de turno con el estreno de la producción). Evidentemente  el concepto general sigue siendo el mismo que comentamos en su momento, con una trama caracterizada por la plasmación de los distintos autoconceptos del propio Wagner como Wagner-Sachs y Wagner-Walther, pero también en su lógica proyección en Eva-Cosima, Pogner-Liszt y hasta Beckmesser-Levi cuyo “delirio judío” al final del segundo acto, con ese gran globo con el rostro de Wagner caricaturizado como judío ortodoxo, ha sido sensiblemente suavizado consiguiendo cierta eficacia teatral donde antes era, por su persistencia, una mera provocación; no en vano, dicho final de acto fue en esta ocasión recibido con el beneplácito de un público y sin abucheos. Otros detalles han contribuido a una mayor calidad en términos de discurso teatral y particularmente en lo relativo a la comedia, uno de los principales puntos de interés de esta propuesta como ya señalamos en su día. Las escenas corales destilan sana alegría y diversión, en especial la última con un movimiento de masas tan natural como impactante, en sintonía con la mejor virtud de esta producción, a saber, la dirección de actores.

   Musicalmente Philippe Jordan también ha madurado ostensiblemente su dirección, con un sonido de mayor presencia en el ámbito de un concepto general que sigue siendo un punto ligero y con preeminencia de los aspectos lírico-melódicos, con gran transparencia del tejido contrapuntístico, algo esencial en esta partitura wagneriana. Al mismo tiempo, hemos advertido un mayor calado en la dimensión teatral de la música; por ejemplo mediante una mayor agilidad de los tempi o la incorporación y “ensanche” de determinados silencios que, sin llegar a perjudicar la musicalidad, aportan agilidad escénica (muy logrado esta vez ese impactante calderón en el “Wacht auf” en línea con la mejor tradición, con una prestación coral apabullante). En definitiva, una dirección que apuesta por el optimismo inherente a la obra por encima de sus aspectos más dramáticos, idónea para quienes se acercan por primera vez a la obra.

   Esta vez Michael Volle no actuó enfermo, más bien al contrario, cantó en plena forma en una interpretación que fue a más y que, ante todo, destacó por su enorme entrega. Su perfil de extraordinario cantante-actor, aunque su materia prima es ciertamente pobre y por momentos no muestre un fraseo muy refinado, desde luego sí resulta convincente. Así lo demostró en particular en sus dos grandes monólogos en tercer acto  (“Wahn” y, sobre todo, su alocución final, aquí como dirigiéndose al público como “Wagner” desde un estrado y en solitario). Así pues, una creación considerable que contó con una espectacular acogida del público en las aclamaciones finales. Pero si hablamos de creación, de nuevo Johannes Martin Kränzle bordó su Beckmesser, bien cantado y lejos de exagerados histrionismos, con una tremenda labor en lo actoral.

   Si Emily Magee fue una Eva demasiado discreta y apagada, seguramente ya demasiado madura para el rol, Klaus Florian Vogt lució su acostumbrada voz timbrada y musicalidad en su mejor papel wagneriano, pues la linealidad dramática de este Walther von Stolzing le conviene mucho más que Lohengrin o Parsifal, donde su material es demasiado liviano para afrontar los recovecos dramáticos de sendos personajes. No obstante, aquí acusó fatiga vocal en el tercer acto con una canción del premio en donde apenas rozó la franja aguda.

   Muy bien el resto del reparto, destacando el excelente David de Daniel Behle, que bien pudiera afrontar un Walter, la consistente Magdalene de Wiebke Lehmkuh y el lujo de Günther Groissböck como imponente Veit Pogner-Liszt, este año también “ascendido” a Gurnemanz.

   Como ya percibimos el día anterior en Lohengrin, el Coro y Orquesta del Festival de Bayreuth ofrecieron una prestación absolutamente descomunal: con un sonido flexible, maleable y tan cálido como expresivo, la mera participación de estos conjuntos acredita por si sola el prestigio del festival.

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