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Crítica: Pietari Inkinen dirige páginas de Respighi, Stravinsky y Beethoven con la Sinfónica del Teatro Comunale de Bolonia

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
17 de febrero de 2020

Una música radiosa

Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia. Auditorio Manzoni 12-II-2020. Temporada Sinfónica del Teatro Comunale. Las fuentes de Roma, P.105 de Ottorino Respighi. El pájaro de fuego. Suite para orquesta, versión de 1919 de Igor Stravinsky. Sinfonia n.4 de Ludwig van Beethoven. Orquesta del Teatro Comunale de Bolonia. Director Pietari Inkinen.

  La Temporada Sinfónica del Teatro Comunale de 2020, año del 250 aniversario de la muerte de Ludvig van Beethoven, dedica quince veladas de las dieciocho en programa a páginas del gran compositor. La Missa solemnis op.123, dirigida por Asher Fisch, ha inaugurado la temporada y la segunda velada ha regalado al público el Concierto para violín y orquesta en re mayor, confiado al arco de Mario Rizzi y a la dirección de Frédéric Chaslin, seguido a continuación de páginas de Brahms.

  El tercer concierto ha visto en el podio al finlandés Pietari Inkinen, conocido por sus actuaciones de prestigio en varias importantes orquestas internacionales, considerado uno de los más refinados intérpretes del repertorio wagneriano y apreciado también por su intensa actividad de violinista. Ha dirigido con gran seguridad y pericia Fontane di Roma, el poema sinfónico compuesto en 1916 por el boloñés, académico de Italia, Ottorino Respighi, ejecutado por vez primera en 1917 en Roma con la dirección de Antonio Guarnieri y el año siguiente en Milán con la de Arturo Toscanini. Junto con I pini di Roma y Feste romane, forma parte de la Trilogía que el compositor escribió para la capital de Italia. Está dividida en cuatro partes, dedicada cada una de ellas a una fuente de la Urbe durante un momento diferente de la jornada.


   La soberbia y segura dirección del maestro ha logrado que sus músicos hayan lucido su sensibilidad interpretativa y capacidad técnica expresando, a través del sonido de sus instrumentos, distintas imágenes y alusiones onomatopéyicas fuertemente sugerentes. Los pastores pasan al alba por la Fontana di Valle Giulia en un sublime clima bucólico con los violines que recrean el canto del agua y el de los pájaros, mientras el oboe imita el sonido de la gaita. En la Fontana del Tritone las trompas, casi siempre presentes, evocan el sonido de la caracola en que sopla la divinidad marina representada en la fuente. Parece estar asistiendo realmente a la danza matutina de Náyades y Tritones, que lentamente atempera su chispeante ritmo inicial. La Fontana di Trevi ofrece un escenario majestuoso confiado sobre todo a los fagotes, clarinetes y trompas en diálogo con los metales que narran el paso al mediodía del carro triunfante del dios Neptuno, dejando que a continuación los clarinetes devuelvan la tranquilidad a la escena. Cierra la serie el motivo melancólico de la Fontana di Villa Medici, con protagonismo inicial del arpa y de la celesta que dan paso a los violines, buscando sugerir la hora vespertina de la puesta de sol con el lejano y espaciado tañido de una campana, hasta la llegada de la calma de la noche.

  La lucha de las fuerzas del mal y del bien, con la victoria de estas últimas gracias a la intervención de una misteriosa criatura, constituye el argumento del ballet El pájaro de fuego, que Stravinsky compuso en 1910 para los Ballets Rusos de Djaghilev. El maestro Inkinen ha dirigido una de las Suite que el compositor ruso había extraído de la partitura, la de 1919, que comprendía una selección en seis partes. Aunque influenciado por Rimsky-Korsakov, Stravinsky muestra una audacia rítmica y armónica totalmente personales. Los momentos más espectaculares, como la Danza Infernale, ofrecen una sucesión irregular de elementos que en cada repetición encuentran un nuevo dinamismo. La gran adaptabilidad de esta forma rítmica constituye el aspecto más original del Pájaro de fuego.

  En la segunda parte del concierto el maestro Inkinen y la orquesta del Comunale de Bolonia han interpretado soberbiamnte la Cuarta sinfonía, dedicada al conde Franz von Oppersdorf, que la había solicitado expresamente al compositor. El Conde hubiera deseado una sinfonía marcial con tres tímpanos, pero su deseo no fue atendido. A pesar de ello el tímpano tiene aquí un importante papel y el Maestro ha sabido resaltar la originalidad de la invención tímbrica del músico. Compuesta con insólita rapidez en el verano de 1906, en un periodo feliz de su vida por el amor correspondido de la condesa Therese von Blunswick, se estrenó en Viena en marzo de 1807. Schumann definió esta sinfonía «una esbelta jóven griega entre dos gigantes nórdicos», poniéndola en relación con las dos hermanas que la preceden y siguen. Las separa en efecto una profunda diferencia de intenciones además de resultados: expresa un momento de calma y serenidad en una vida tumultuosa, es una composición ligera y fluida de gran dulzura que alcanza su clímax en el Adagio. Magnífico el dinamismo arrollador del final.

  El público, que abarrotaba la sala, ha apreciado muchísimo la ejecución, aplaudiendo calurosa y repetidamente.

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