Por Fernando Fraga
Se puede afirmar que Pilar Lorengar murió demasiado pronto. Hoy día cumplir 68 años con desahogadas facultades vitales no es una meta difícil de superar. Profesionalmente, la soprano zaragozana aún era capaz de mantener todavía el tipo en una sala de conciertos con el repertorio adecuado a la edad y a la experiencia. Pero el cáncer no tiene fechas a gusto de cada uno y menos de los que la admiraban y querían.
La voz de Lorengar tiene un atributo que de inmediato obra a su favor: su personalísimo vibrato que acabó imponiendo en contra de la pertinaz oposición de cierto tipo de crítica. Una voz cristalina que adquiría por momentos la tersura y firmeza de un cristal esmerilado sin que la luz proyectada perdiera brillo y fortaleza. Voz de personalísima hermosura, esencialmente lírica pero manejada con tanta astucia por la intérprete, sobria en los conceptos pero directa y penetrante en los contenidos, que le permitía alcanzar partes de superior empaque dramático.
Se ha usado el término “tiene” al escribirse de su voz (un presente) en vez de un “tenía” (un pasado) por deliberada intención de anunciar el principal contenido de esta nota: su inmarcesible presencia a través de las numerosas grabaciones que nos dejó. Lorengar pervivirá así por los siglos de los siglos, dejándonos gozar de una rica voz conotra característica importante a ella asociada: la de un sonido que despierta involuntariamente en un atento oyente una inesperada e inevitable sensación de abrumadora felicidad, de tranquilidad, un arte de relajado disfrute. Luego, viene el resto…
En una etapa que podemos denominar española, Pilar grabó una enorme cantidad de zarzuelas que hoy son un legado de ineludible referencia, versiones clásicas en su mejor sentido de servir de modelos, bajo la dirección en puntuales casos de los compositores de las propias obras (Pablo Sorozábal) o de Odón Alonso y Frühbeck de Burgos que la dirigió, ya famosa en todo el mundo y junto a otra estrella internacional, Teresa Berganza, en La chulapona. Y, especialmente, Ataúlfo Argenta, con quien en un número importante de títulos daba un repaso al mejor repertorio de este género. Un mano a mano entre voz y batuta de difícil equiparación posterior.
Esta dedicación zarzuelera la mantuvo la cantante a lo largo de toda su carrera, con un hito especialmente destacable: un concierto con Plácido Domingo, otro zarzuelero incansable, con la Sinfónica de la ORF y García Navarro, levantado ánimos a un impensable público alemán allá por 1983. CBS (luego SONY) dejó constancia de semejante triunfo.
Cantante completa Pilar Lorengar, pues lo fue de cámara, liederista de gran clase (cantó a todos los grandes: Schubert, Schumann, Brahms, Wolff, Strauss), melodista (Fauré, Ravel, Duparc) y, claro, con música española siempre en atril, salpimentada con canciones de otros orígenes (Dvorák, Sibelius, Villa-Lobos, Grieg). Por supuesto dedicó parte de su tiempo al concierto y oratorio: Haendel, Haydn, Pergolesi, Beethoven, Mendelssohn, Rossini, Bach, Verdi,Bruckner, Mahler, Honegger, Orff y por descontadoTurina y Falla.
Esta especie de voracidad musical la pudo desarrollar la intérprete por su facilidad de lectura, la prodigiosa memoria, la fuerza de voluntad e entusiasmo profesional y la inteligencia musical, a más de un total dominio de sus posibilidades vocales. Con una característica decisiva en una profesional de tal índole: la seguridad. Y otra más: su límpida dicción en algunos repertorios básicamente decisiva. A Lorengar, por lo demás, nunca se la escuchó en mal estado vocal, como por el lado tenoril a Alfredo Kraus.
Parte importante de su actividad, no toda pero la suficiente para integrar un corpus de difícil igualación por pate de otros intérpretes, ha quedado reflejado en disco; no tanto en imágenes porque la difusión del soporte visual llegó tarde en su carrera.
Aunque también cantó opereta vienesa, es en el territorio operístico donde el arte de la Lorengar pudo desarrollarse con especial proceder. Cantó de Gluck a Hindemith (Regina de Matías el pintor), de Weber (Agathe) a Wagner, de Spontini (una ocasional Olimpia para la Scala milanesa) a Verdi y Puccini, de Mozart a Meyerbeer (Valentine), de Smetana (Marie en alemán) a Janácek (Jenufa) y Chaikovsky (Tatiana, Lisa), los franceses Gounod (Marguerite), Bizet (Micaela),Offenbach (Antonia) y Debussy (Mélisande). A esta lista se podrían sumar los músicos de su tierra idiomática: el Sorozábal de Adiós a labohemia (Trini), el Usandizaga entre dos aguas (Lina de Las golondrinas), Granados (Rosario de Goyescas) y Juan José Castro (la protagonista titular de La zapatera prodigiosa).
Hubo en su momento bastantes leyendas urbanas en torno a la salida de España de Pilar Lorengar al coincidir con la imprevista y trágica muerte de Ataúlfo Argenta, en parte por el secretismo que la rodeó, un suceso que conmovió a la sociedad musical española.
De hecho, ese mismo año 1958 se constata que la Lorengar se presenta en Berlín, la que será a partir de entonces...
LEE EL ARTÍCULO COMPLETO EN EL ANUARIO CODALARIO 2016/17, LA VERSIÓN IMPRESA DE CODALARIO, A LA VENTA EN LA TIENDA DE NUESTRA WEB
Compartir