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Crítica: Pinchas Steinberg dirige «Madama Butterfly» de Puccini en el Teatro Comunale de Bolonia

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
2 de marzo de 2020

Un oriente actual

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bolonia. 20-II-2020. Teatro Comunale. Madama Butterfly [Giacomo Puccini/ L. Illica y G. Giacosa]. Karah Son [Madama Butterfly (Cio-Cio-San)], Cristina Melis [Suzuki], Grazia Sinagra [Kate Pinkerton], Angelo Villari [F.B. Pinkerton], Dario Solari [Sharpless], Cristiano Olivieri [Goro], Luca Gallo [Il Principe Yamadori], Nicolò Ceriani [Lo zio Bonzo], Andrea Taboga [Yakusidé], Raffaele Costantini [Il commissario imperiale], Enrico Picinni Leopardi [L’ufficiale del registro], Lucia Michelazzo [La madre di Cio-Cio San], Marie Luce Erard [La zia], Rosa Guarracino [La cugina], Orlando Antonio Cera [Dolore]. Orquesta y Coro del Teatro Comunale. Director escénico: Damiano Michieletto. Director musical: Pinchas Steinberg.

  Madama Butterfly pertenece al período romántico del universo creativo de Puccini junto con Manon, La bohème y Tosca, óperas basadas en personajes sencillos que le permiten describir la pasión amorosa ambientada en este caso en un mundo exótico. Se estrenó en el Teatro alla Scala el 17 de febrero de 1904, pero sin el éxito que alcanzaría pocos meses después en Brescia el 28 de mayo. Ninguna de estas óperas es tan triste y cruel, porque en el libreto se trata de una joven de quince años en la miseria que es vendida por 100 yen a un americano que se casa con ella calculadamente según el rito local, que consiente rescindir el vínculo cuando lo desee. Ella en cambio cree en este hombre y, junto con el niño concebido con él, espera su regreso tal como le prometió.


   En esta producción del Teatro Regio de Turín Daniele Michieletto traslada la historia a la actualidad, mostrando un mundo en el que todo parece ser objeto de compraventa. La escenografía de Paolo Fantin presenta un barrio periférico de una populosa ciudad asiática, sobrecargada de carteles publicitarios, en apretada mezcla de inglés, caracteres locales y luces de neón de bar de alterne, donde jóvenes mujeres en brillantes minifaldas rondan en busca de clientes (vestuario de Carla Teti y luces de Marco Filibeck retomadas aquí por Daniele Naldi). En el centro de la escena un recinto paralelepipédico de plexiglás con puertas correderas es la casa que Pinkerton compra para Butterfly con el mismo tipo de evanescente contrato. Alrededor vemos puestos de venta callejeros en carritos con coloridos toldos de plástico y entre ellos hace su entrada el lujoso automóvil americano, alegoría de la nave de la que el forastero es contramaestre, con unos faros encendidos que rivalizan con las billantes luces publicitarias. El director quiere denunciar este mundo donde reinan la pedofilia y el turismo sexual sin espacio para la afectividad, pero sin olvidar los momentos románticos como cuando Butterfly imagina el regreso de su amado que la mece en un columpio, o mientras con su devota Suzuki pinta con las palmas de las manos coloridas flores en las paredes de la casa para recibir a su adorado esposo.

  Dirige la orquesta Pinchas Steinberg, a quien ya hemos conocido con ocasión del comienzo de la temporada operística 2019 en el Trovatore. Director principal del ORF Simphonicorchester de Viena y de la Budapest Philharmonic Orchestra es uno de los más apreciados maestros tanto en campo operístico como sinfónico. Su magistral dirección subraya perfectamente los temas del suicidio y de la parte íntima y lírica de la ópera con su rico cromatismo. Gracias a su experiencia sinfónica consigue realzar toda la desesperación de la madre, pero sin concesiones al sentimentalismo lacrimoso. Su lectura resalta la fuerza expresiva, el dramatismo de la partitura y la alternancia de pasajes frívolos y trágicos.


   El cast, bajo la dirección de Roberto Maria Pizzuto, dibuja bien a sus personajes dramáticamente, pero no alcanza la excelencia vocal. Karah Son borda la ingenuidad de Cio-Cio-San, su devoción, su inocente amor por el hombre que cree que la ama y por quien renuncia a su familia y a su cultura, pero su voz es algo débil para un papel tan largo y exigente. Aunque posee buen timbre su canto parece empañado en los momentos dramáticos. Angelo Villari encarna cumplidamente un Pinkerton vulgar, grosero, que considera a la joven como una diversión pasajera y que ya en el momento del contrato de matrimonio se preocupa de que no tenga validez en los Estados Unidos. Su voz es fuerte y clara, de gran emisión, pero poco refinada. Cristina Melis es una Suzuki intensa y dolorida, con voz clara y buen fraseo. Dario Solari es un cónsul muy en su oficio diplomático, que ve desde el principio el juego de Pinkerton, pero no hace nada para impedirlo. Cristiano Olivieri es Goro, un proxeneta muy ocupado en elaborar un catálogo fotográfico para presentar las chicas a sus clientes. Correctos todos los demás personajes. Magnífico el coro preparado por Alberto Malazzi, muy aplaudido después del famoso coro a boca cerrada. Al final largos aplausos a todo el equipo.

Foto: Studio Santalucci

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