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Crítica: Piotr Beczala: homenaje a Kraus en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
28 de octubre de 2014
Foto: Javier del Real

BECZALA CONMEMORA A KRAUS

Por Raúl Chamorro Mena

24-10-2014  Madrid, Teatro Real. Obras de Verdi, Donizetti, Berlioz, Gounod, Massenet, Bizet, Rossini, Moniuszko, Puccini, Lehár y Cardillo. Piotr Beczala, tenor. Orquesta Titular del Teatro Real. Director Musical: Marc Piollet.

   Este concierto se anunciaba como conmemoración del 15º aniversario del fallecimiento del grandioso e involvidable tenor Alfredo Kraus. Cantante único, dueño de una técnica insuperable, que dejara para el recuerdo noches de ópera inolvidables en Madrid. Un divo de verdad y en el mejor concepto de término.  El evento lo protagonizó el tenor polaco Piotr Beczala, que se presentaba en el Teatro Real con un bagaje de más de 20 años de carrera y una reputación de divo internacional ganada en los últimos años. Estamos ante un artista serio, que destila sencillez y profesionalidad, pero no deja huella. Canta bien, indudablemente, pero no hay personalidad, ni emoción, ni en definitiva, esa impronta de lo memorable.  El material es de un lírico justo con un centro muy grato y una zona alta en que el sonido se estrecha y carece de punta, squillo y crecimiento tímbrico, por no estar bien resuelto el pasaje de registro. Algo desgraciadamente habitual, por otro lado, entre los cantantes actuales.

   Después de una obertura de I vespri siciliani de trazo muy grueso, compareció Beczala e interpretó la barcarola “Di tu se fedele” de la también verdiana Un ballo in maschera. Fraseada con corrección, solventada la ligereza de la misma y con un buen ataque en piano en la segunda estrofa (en la segunda sílaba de “Sollecita esplora”), se echó de menos una mayor espontaneidad y esa directa comunicatividad que uno espera en una pieza como ésta. Tradicionalmente se ha usado el término de “spavalderia tenoril” , que podría traducirse como jactancia, arrogancia, propia de un tenor protagonista o un tenor divo.  En el caso de Beczala, la carencia de esta cualidad es absoluta. Al aria de Edgardo de Lucia di Lammermoor interpretada a continuación le faltó reposo, abandono, recrearse en el fraseo, además de una expresión más intensa. Hay que decir, en su favor, que tampoco le ayudó nada la dirección de Piollet.

   Después de una olvidable interpretación de la Obertura de “El carnaval romano”, llegó un bloque de arias francesas en los que Beczala alcanzó un mayor nivel, pues su temperamento y modos canoros se adaptan mejor al más mesurado e introspectivo repertorio galo. Muy bien delineada la dificílisima aria de Romeo “Ah! Lève-toi soleil” de Gounod, a la que se echó en falta un punto de efusión juvenil y amorosa, así como variedad al siempre cuidado fraseo. Los comprometidos ascensos estuvieron bien resueltos, aunque faltos de giro, de ese punto de expansión, de punta, que es la que provoca que el público se levante de la butaca enfervorecido. La primera parte se completó con una de las piezas asociadas eternamente a la figura del Maestro Kraus (también las dos anteriores), la lectura de los versos de Osián del Werther de Massenet.  A la interpretación correctísima, no se le puede achacar más, que a esas alturas de recital, ya uno tenía la sensación inevitable de monotonía, de falta de variedad e incisividad en el fraseo, de una expresión demasiado plana y ausente.

   Gris e insípida la interpretación del Aria de la flor de Carmen con la que se abrió la segunda parte y que dió paso al mejor momento de la noche. Después de una pintoresca interpretación orquestal del Vals de Faust , Beczala firmó una notable interpretación de un aria tan complicada como “Salut! Demeure, chaste et pure” de la referida ópera de Gounod. Paladeada con impecable musicalidad y buen gusto, la culminó  con un buen do 4.  A pesar de una pequeña vacilación al atacar la nota, el tenor afianzó definitivamente la misma, firmando con ello, la mejor prestación de la noche y así lo reconoció el público con una buena ovación. La plegaria de Le Cid de Massenet interpretada acto seguido, pide una voz de mayor fuste, más redonda, en definitiva, más dramática, además de una expresión más vehemente. En la obertura de Guillaume Tell la orquesta estuvo algo más entonada, no así la batuta, caída y anodina. Muy bella el aria de la ópera La casa embrujada (Straszny Dwór) del compositor de ópera polaco más descollante y prácticamente el creador de la misma en dicho país, Stanislaw Moniuszko. Resulta casi imposible escuchar fuera de Polonia música de este compositor, por lo que se agradece a Beczala la inclusión de esta pieza, que nos dejó con ganas de poder ver representada alguna ópera completa del mismo.

   El programa oficial del concierto concluyó con la interpretación, escasamente envolvente y sin el más minimo rastro de “passionalità” pucciniana, del  “Adiós a la vida” de Tosca. Dos propinas ofreció Beczala. “Dein ist mein ganzes herz” de la opereta de Fran Lehár El país de las sonrisas (Das Land des Lächelns) como muestra de su afinidad con este género, que ha interpretado con asiduidad. La segunda y última fue una interpretación insulsa y desvaída donde las haya, de la famosa canción napolitana de Salvatore Cardillo Core ‘ngrato, Catarì. El temperamento escasamente extrovertido y la falta de efusión resultan poco apropiadas para el mundo de la canción napolitana. Ese mismo carácter poco expansivo y hasta apocado se demostró las dos veces que el tenor se dirigió al público en un inglés casi inaudible, que no salía del cuello de su camisa.

   Un cantante, hay que insistir, apreciable, muy digno, de una profesionalidad inatacable, que es musical, que frasea con corrección, pero sin variedad, personalidad ni contrastes. Plano, inexpresivo, monótono y sin remate técnico.  Cada uno que saque sus conclusiones, pero cuando uno está ante un tenor que va con la vitola de divo, que canta en los mejores teatros y que ha firmado en exclusiva con una multinacional del disco, uno espera algo más. Al menos, antes, eso era así.

   El director parisino Marc Piollet ha firmado en el Teatro Real un buen Don Quijote de Massenet, un pésimo Elisir Donizettiano y un aceptable Tristán. En este concierto ofreció un labor ruidosa, de trazo grueso, de escaso estímulo al canto, caída y plana, dando la sensación de escasos ensayos y con una  prestación orquestal, que pareció en algunos momentos y por desgracia, retrotraernos a momentos pasados en este tipo de eventos.

Foto: Javier del Real

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